Los sonidos del silencio
Hace unos días la prensa de medio mundo difundió con cierto gusto malsano las imágenes fotográficas de los padres de Donald Trump, el adolescente que desgobierna a Estados Unidos. Las fotografías salieron a la luz en el contexto del reportaje publicado por el New York Times en el que se ventilan las transas de la familia Trump para defraudar sumas estratosféricas al fisco mientras hacía movimientos estratégicos con sus fondos bancarios y financieros.
Ya Carlitos Marx dibujó hace años el retrato de quienes se dejan ver como ladrones acumulando capital. No puede haber ricos, se entiende, si no son ladrones. O sea, la acumulación de la riqueza no es sino un robo. Ya se sabe, pues. Pero los retratos de Fred Trump y de Mary Anne Trump, los padres de Donald, sí que sorprendieron a muchos, más allá de sus pilas de billetes. Tras una sonrisa algo siniestra, Fred luce una deformación ósea en el lado derecho de su rostro. La enorme cavidad entre su oreja y su nariz se hace más evidente por los cabellos postizos que porta el magnate. El empresario inmobiliario, fundador de la Organización Trump, murió de alzhéimer en vísperas del verano de 1999. Mary Anne falleció un año después, en agosto de 2000. La fotografía que ha circulado en los últimos días la muestra plena de arrugas en el rostro y con un peinado bastante estrafalario.
La pareja ha estado en el centro de las burlas en diarios y revistas y en las redes sociales. En general, las bromas a sus costillas se refieren a su aspecto de personajes de película de Tim Burton o de una cinta de vampiros concebida por Francis Coppola. Pero mientras todos prestábamos más atención a las grotescas imágenes de la familia Trump, las transas multimillonarias del clan quedaron más o menos en el olvido.
Pero en medio de las grotescas atracciones de feria que montaron hace poco los medios para hacer rabiar un poco al adolescente Trump, otra historia salió a la luz con un personaje más entrañable y de signo opuesto a los ricachones neoyorquinos que han acumulado bienes y riqueza a costillas del sufrimiento de los pobres. Y no es una frase rollera.
El dueño de esta historia, tal vez con un puñado de canciones y su voz perdida en el tiempo, es Woody Guthrie, un cantante de protesta pequeño y flacucho, de rostro anguloso, no muy afortunado en materia de economía.
Con su vieja guitarra, Guthrie viajó por Estados Unidos como polizón en los techos de los trenes, a pie por los terregosos caminos y las heladas montañas para cantarles a los obreros explotados, a los desempleados, a los huelguistas, a los leñadores, a los hambrientos sin hogar.
Los Trump, ya se sabe, hicieron buena parte de su fortuna especulando con bienes raíces, con casas y edificios de apartamentos, rentando cuartuchos pequeños y mugrientos a los más pobres. En algún momento de los años 50, Guthrie malvivía en uno de los apartamentos que rentaban los Trump. Por supuesto, terminó peleado con el negocio inmobiliario que regenteaba el viejo Fred Trump. Le escribió una canción con maliciosa rabia: Beach Haven no es mi hogar / no puedo pagar este alquiler / he tirado el dinero / y me han dañado el alma / Beach Haven parece el cielo / donde no vienen negros a merodear / No, no, no, viejo Trump / el viejo Beach Haven no es mi hogar…
En estos días agitados aparecieron también por ahí las líneas de una antigua canción de Guthrie dedicada al abusivo Fred con el título de “El viejo Trump”: Supongo / que el viejo Trump sabe / cuánto odio ha provocado / en los corazones / cuando trazo / esa raya de color / aquí en su / proyecto para 1.800 familias…
Muchos tenían razones para escupir en aquellos días a Fred Trump: todos sus empleados tenían instrucciones precisas para no rentar sus habitáculos a personas que no fueran blancas. La miseria se les perdonaba porque era fundamental para el negocio.
No se le ha comprobado del todo al viejo Fred su muy activa militancia en el Ku-Klux-Klan, pero su odio a los afroamericanos y a los latinos sí que ha quedado documentado. En 1973 el Departamento de Justicia del gobierno de Richard Nixon demandó a los Trump por su racismo. Desde entonces a la fecha nada ha cambiado. Los Trump siguen viviendo de los pobres y odiando a los afroamericanos y a los latinos.
Guthrie se mudó de apartamento. Siguió recorriendo el país cantando y tocando la guitarra, hasta que se le acabó la cuerda cuando comenzaron a hacerse evidentes las manifestaciones del Mal de Huntington que padecía. Incapacitado, en la miseria, pasó sus últimos días en una silla de ruedas en un psiquiátrico financiado por el Estado. Murió en octubre de 1967, a los 55, sin duda odiado por los Trump. m