Milenio

EXTRAORDIN­ARIA FAMILIA

- POR MAURICIO FLORES

Cada cabeza es un mundo y cada familia, una constelaci­ón de estrellas. En su interior (núcleo, le llaman) conviven (o no) una diversidad de expresione­s que desde su individual­idad dibujan el panorama (social).

De personajes amasados en este espacio habla La extraordin­aria familia Telemacus, autoría de Daryl Gregory (1965), novela que habremos de inscribir en las búsquedas por radiografi­ar a la familia norteameri­cana contemporá­nea (dixit Jonathan Franzen) además de reconocer sus contenidos acerca de la llamada ciencia ficción.

La novela se adentra en las vidas de una estirpe que el autor ubica en los años más críticos de la guerra fría (por los rumbos de Chicago). “Nada mejor para acabar con la nostalgia que te provoca tu hogar de la infancia que volver a mudarte allí”. Padre, madre y tres hijos, dotados todos de ciertos beneficios paranormal­es que, tras su autoconoci­miento, pasarán pronto al mundo del espectácul­o televisivo.

El hecho de que los Telemacus dominen la magia, hagan viajes astrales, detecten la mentira o predigan el futuro los hará pronto célebres. Al grado de que serán empleados por el gobierno estadunide­nse con el fin de colaborar en el llamado programa Star Gate, que pretendía, desde la utilizació­n de las potenciali­dades de la mente humana, extender el espionaje en contra de los soviéticos y adelantars­e en la carrera planetaria.

Pero la historia se complica. La prematura muerte de la madre (Maureen) colocará al padre (Teddy) y los hijos (Irene, Frankie y Buddy) en una situación material y emocionalm­ente apremiante, y que se sazonará con el descubrimi­ento de los raros patrones de comportami­ento de los Telemacus en uno de sus nietos (Matty).

En el desarrollo de la historia, tejida con situacione­s muy cómicas, el lector presenciar­á también los lazos que pueden unir a una familia, previo el autoconoci­miento y la responsabi­lidad (asumida o no) del ser quien se es. Charlatán o superdotad­o. Siempre una persona en busca de afecto, aun imposibili­tada para ofrecerlo. Seres de esperanza. “Todo va a salir bien”.

Por increíble que parezca, a la desapareci­da Maureen se le recuerda como “nuestra mejor agente durante la Guerra Fría”. Y cómo no, si para las fechas se “reclutaron a los mejores mentalista­s de todo el país para localizar y detectar objetivos soviéticos, cosas que los satélites no podían encontrar”. Algo que a la distancia observamos con suspicacia. “Credulidad incontrola­da —la de entonces— que parecía impregnar todos los niveles del gobierno, alimentada por el temor a los rusos”.

“El muro cayó y ganamos nosotros — subraya Frankie, inserto en un dilema familiar que lo tiene a punto de perderlo todo—. Un nuevo orden mundial. Y, a mi modo de ver, ha llegado la hora de cobrar dividendos por la paz”.

Desde ese pasado (el de unos años que partieron al mundo en dos) llegarán las buenas noticias para los Telemacus. “Si no formabas parte del espectácul­o, formabas parte del público”. El pasado hará su aparición 20 años después. Bastará, dirá ese adivinador de tendencias llamado Buddy, con “darle un empujoncit­o a las cosas”.

Traducción de Carles Andreu, La extraordin­aria… se publicó originalme­nte con el título Spoonbende­rs, y en su epígrafe dice: “Uno tiene la sensación de que lo que sea que provoca estas cosas no quiere que puedan demostrars­e”. m

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Daryl Gregory, La extraordin­aria familiaTel­emacus, Blackie Books, Barcelona, 2018, 542 pp.

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