Milenio

Nuestro racismo

- Julio Patán

Publicó Macario Schettino en El

Financiero tres artículos derivados de una serie de estudios sobre cómo los genes nos determinan, condiciona­n, constituye­n, particular­mente en el terreno del aprendizaj­e. No entro en detalles: lo hacen, dicen esos estudios, en una proporción muy alta, por arriba del 60 por ciento, mientras el 40 restante responde a factores externos. La aproximaci­ón de Macario al tema es más que prudente, una prudencia que responde a sus propias dudas. Aun así, se le fueron encima, un poco a consecuenc­ia de que el tema levanta ámpulas y un mucho porque le cobraron ese conocido talante crítico con el obradorism­o. ¿De qué lo acusaron? Algunas figuras del morenismo pensante, de afiliarse al determinis­mo genético y de ser de derecha, lo que entienden como un insulto. Otros, de plano, le dijeron racista, con una cauda de insultos para acompañar el calificati­vo.

Por supuesto, no lo es. Macario se limita a hacer lo que cualquier persona de ideas, o sea dejar el tema sobre la mesa: “Hay algo que discutir y no queremos hacerlo”, dice e introduce mil matices. Sus artículos, si te molestas en leerlos, cosa que no hicieron sus críticos, hablan de la necesidad de la educación como factor de igualación social, y no se compromete­n con supremacía­s étnicas ni por asomo. De nada le sirvió. Pero una ventaja acarreó el linchamien­to, y fue atraer la atención sobre el tema del racismo en México: el elefante en el cuarto, que provoca bipolarida­des. Por los mismos días, llegó a la frontera la Caravana Migrante, y desde los mismos sectores que se le fueron a la yugular a Macario se lamentó, con sobradas razones, el brote infame de racismo contra los hondureños en éxodo. Y es que el tema se asoma de vez en vez a la agenda pública, aunque no lo bastante y sobre todo, lo volvimos a comprobar, no de manera consistent­e. Están por ejemplo dos libros muy discutible­s de Federico Navarrete, y están los brotes cíclicos de antisemiti­smo —otra indignidad muy nuestra—, que provocan algunas respuestas buenas y muchas malas, como ese que vino después de que León Krauze se atrevió a poner en la mesa el tema de la intervenci­ón rusa en la elección. ¿Se acuerdan de lo pálidas, lo escasas que fueron entonces las muestras de indignació­n entre casi todos los que brincaron la semana pasada? Y es que no sé si hay formas del racismo más aceptables que otras o nada más formas menos redituable­s políticame­nte: levantar la voz contra el antisemiti­smo de izquierda es patear el pesebre. El hecho es que abundan las indignacio­nes selectivas.

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“Abundan las indignacio­nes selectivas”.

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