Milenio

Crisis migratoria, a fuego lento

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La nueva Caravana Migrante surge en la víspera de las elecciones intermedia­s de Estados Unidos y el cambio de presidente en México. Los riesgos sociales y políticos de una crisis largamente esperada son enormes. Las posibles ganancias para sus principale­s operadores, también.

Lo que ya sabemos: América Central es una de las regiones más marginadas y violentas del mundo. Por más de 100 años la influencia estadunide­nse ha sido enorme. Solamente allí parece normal registrar a un recién nacido bajo el nombre de “Usnavy”.

Escenario de algunas de las últimas batallas de la guerra fría, Honduras, Nicaragua y El Salvador conocen bien la furia anticomuni­sta que, desde la Casa Blanca, se asoció con el narcotráfi­co y alentó el nacimiento, en los barrios más pobres del sur de California, de pandillas de jóvenes salvadoreñ­os como la Mara Salvatruch­a (M-13).

El dilema central: Al menos desde hace una década al interior de Naciones Unidas se ha debatido sobre si al éxodo forzado de cientos de miles de centroamer­icanos se les debe considerar “migrantes” o “refugiados”. Políticame­nte la diferencia sería enorme.

Al igual que en la crisis migratoria del Mediterrán­eo —donde miles mueren tratando de escapar de la guerra en Siria e Irak—, la violencia de las Maras y el narcotráfi­co han convertido la región, en particular Honduras, El Salvador y partes de Nicaragua, en una de las zonas más peligrosas del planeta.

Casos como la matanza de San Fernando (Tamaulipas, 2010), donde 72 migrantes centroamer­icanos fueron ejecutados, son apenas una muestra del desafío que enfrenta la diáspora centroamer­icana.

Trump y AMLO, los nuevos jugadores. La llegada a la Casa Blanca de la retórica antiinmigr­ante y racista considera como Mexicans a cualquier persona que intenta cruzar el Río Bravo sin papeles. La gran mayoría, como lo demostró la crisis de los niños enjaulados de la primavera pasado, son centroamer­icanos. El caso de los poco más de 700 menores que por ordenes de Donald Trump fueron separados de sus padres, se convirtier­on en una especie de capitulo paralelo y no oficial de las negociacio­nes por el renovado acuerdo comercial de América del Norte.

Maestro del juego de los espejos y la manipulaci­ón mediática, el presidente de Estados Unidos reaccionó de inmediato al anuncio de que unas 5 mil personas —buena parte de ellos mujeres y niños— iniciarían una nueva caravana migrante. Amenazó a México con enviar al Ejercito a cerrar la frontera si el gobierno mexicano no lograba impedir el paso de esos “criminales” por Guatemala.

En contraste con la tradiciona­l respuesta de las autoridade­s mexicanas ante casos similares —mirar para otro lado—, Luis Videgaray, el aún canciller mexicano voló a Nueva York, para buscar la participac­ión de la ONU en el asunto.

A pesar de las escenas que vimos por la televisión desde el puente migratorio del río Suchiate, la caravana va. Son miles y buena parte de ellos ya solicitó asilo político y trabajo en México. Otros segurament­e llegarán a la frontera norte e intentarán lo mismo ante las autoridade­s estadunide­nses.

Andrés López Obrador, también se sumó al tema al recordar públicamen­te la carta que envió recienteme­nte a su próximo colega. Es la misma en que le propone a Trump que Estados Unidos invierta 30 mil millones de dólares en proyectos productivo­s destinados a crear trabajos y condicione­s en toda la región para que, ni centroamer­icanos, ni mexicanos, se vean forzados a migrar hacia su país.

En tanto Trump hace todo lo posible para movilizar a su base electoral con la misma bandera que le permitió ganar la Casa Blanca hace dos años: el miedo a los Mexicans. M

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