Milenio

Gil Gamés

Algunos le llaman tradición a las repeticion­es necias de la historia; en honor a la verdad (gran muletilla de Riobóo y compañía), salvo las ofrendas, que sí le gustan a Gilga, toda la escenograf­ía por esta festividad le parece intratable

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com Gil s’en va

“Llegar a Mixquic es casi tan difícil como estar en Mixquic”

Repantigad­o en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil pensaba en sus muertos. Una nube melancólic­a tendió una cortina de recuerdos en el amplísimo estudio. Ahora mal sin bien: si se trata de leer, ya no digamos escribir, calaverita­s ripiosas y sonsas, de hacer el elogio del mexicano que se burla de la muerte, de enaltecer la calavera de azúcar, de citar autores surrealist­as azorados por la Catrina y la Pulquera o tomarse un ponche caliente, bebida infame y peligrosa, no cuenten con Gamés.

Algunos le llaman tradición a las repeticion­es necias de la historia; en honor a la verdad (gran muletilla de Riobóo y compañía), salvo las ofrendas, que sí le gustan a Gilga, toda la escenograf­ía del Día de Muertos le parece intratable, y la psicología que extrae lecciones sobre el ser del mexicano, sencillame­nte odiosa.

El tejocote, la caña, la flor de cempasúchi­l, el buñuelo, la coyota, el pulque, la calaca, los fieles difuntos, el pan de muerto, la mano del metate, la viejas rulfianas en procesión, el murmullo de las oraciones, la borrachera en el cementerio y las lágrimas por los ausentes no le entusiasma­n a Gamés.

No vayan a Mixquic, no crean nada de lo que los antropólog­os les cuenten de ese lugar, es muy parecido al infierno

Mixquic

Y ni qué decir de Mixquic, la meca del Día de Muertos. Durante una época en la que Gil creía que las costumbres eran las verduras del puchero de la tradición, soñaba con ir a Mixquic. Hizo el viaje como el Dios de los turistas manda, y juró nunca regresar. Hasta la fecha.

Lo menos que padeció fue una indigestió­n, sin contar las aglomeraci­ones, las visiones de un México indeseable, los rezos escalofria­ntes, los hombres y las mujeres al pie de las tumbas increpando a mamá Jovita porque nos dejó en soledad. Qué cosa.

Por favor, lectora, lector, no vayan a Mixquic. No crean nada de lo que los antropólog­os les cuenten de ese lugar. ¿Han estado en el infierno? Pues Mixquic es muy parecido. Nunca olvidará Gamés aquella noche en que mujeres con rebozos decían rezos aterradore­s. Llegar a Mixquic es casi tan difícil como estar en Mixquic.

Rumbo a Xochimilco en coche, como en un buque perdido en el mar, se puede llegar a La Nopalera y más tarde, con una suerte de jugador tonto en Las Vegas, aparece un muro de piedra: ahí es Mixquic.

Pobre Gil. Ese año en que el entusiasmo le jugó bromas muy pesadas (así suele pasar con el entusiasmo), Gilga caminó por las calles de La meca de los Fieles Difuntos. La edad de Gamés le permitía la imprudenci­a. En el atrio de la iglesia comió capirotada, coyotas y un buñuelo... 7 mil calorías.

Un consejo: cuando los especialis­tas de la tradición empiecen a analizar los distintos nombres con que el mexicano significa a la muerte, ni lo dude, es hora de irse. Si no abandona el lugar de los hechos, usted va a enterarse de que La Flaca, La Fría, La Sindientes, La Pelona (no empiecen) y La Parca merodean desde tiempos muy lejanos la vida del mexicano.

Por si fuera poco, usted sabrá que hablamos de lo sincrético, oh, sí. La edad le permite saber a Gil que el sincretism­o, ese sistema, o como se llame, que trata de conciliar doctrinas diferentes, es un veneno letal. En fon.

Calavera alburera

Un amigo que no malquiere a Gil le mandó esta “Calavera Alburera” escrita por Aquiles Baeza Parada. Gamés reproduce un fragmento de su filosófico contenido: “Famoso chico alburero, / que gustaba ver gototas / cuando caía un aguacero, / por comer queso Badotas / fue a caer al agujero. “/ Me dará usted la razón / cuando digo que este amigo / blanco era de corazón / daba techo a los mendigos. “/ Fina mortaja vestía con tela de Jhuir bordada / y a su última morada bien tieso se dirigía. “/ Tal como Aquiles lo quiso / se enterró en Lomas Ajeas / donde el cura Melchor Izzo le bendijo su salea”. Todo es muy raro, caracho, como diría Chaplin: Hay algo tan evidente como la muerte: la vida.

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