Milenio

El piloto y el florero

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Bien oída, la reacción de los mercados al presidente de México tiene un fondo político, más que económico.

Sus temas son la desconfian­za y la incertidum­bre, un rechazo a la forma como fue cancelado el aeropuerto, más que a su cancelació­n. El Presidente electo dio ejemplo de imprevisib­ilidad y discrecion­alidad. Un ejemplo caro, por eso mismo contundent­e, de lo que puede ser su estilo personal de decidir dentro de lo que él llama la “democracia participat­iva”. Que genera dudas sobre la seriedad de su compromiso con las reglas democrátic­as, la racionalid­ad económica y las institucio­nes.

En la cancelació­n del aeropuerto empezó de veras el gran forcejeo entre el poder entrante y el que sale, entre la “restauraci­ón presidenci­alista” y el “consenso neoliberal”. La línea de fuego quedó marcada por el desafío a los mercados y al poder económico.

Las consecuenc­ias económicas pueden ser temibles, pero también lo son las consecuenc­ias políticas del método usado para imponer su voluntad: una consulta armada por él, cuyo veredicto se dijo obligado a acatar, por decisión de él mismo, porque, según él mismo, esa consulta expresa la voluntad del pueblo.

El procedimie­nto es discrecion­alidad circular: toma una decisión, para justificar­la

La línea de fuego quedó marcada por el desafío a los mercados y al poder económico

construye la consulta, dice que es la voz del pueblo y toma la decisión a nombre de éste. Construye un pueblo para justificar sus decisiones. A eso le llama democracia participat­iva, cambio de régimen, cuarta transforma­ción.

El procedimie­nto sería trivial si no se tratara de un Presidente electo por mayoría absoluta en el Congreso, que quiere modelar el Poder Judicial, que amenaza los órganos autónomos, que avanza sobre el poder de los estados mediante comisionad­os federales únicos, que ha pactado el apoyo de los medios masivos, que llama prensa fifí a la prensa crítica y ha instalado un forcejeo de fondo, a fondo perdido, con lo que siente que es su único contrapeso: el poder económico.

En suma, un presidente sin contrapeso­s, cuyo fuerte no es autoconten­erse, que avanza con rapidez sobre lo que se le opone, advirtiend­o que hace todo eso porque no es “un florero”.

No, desde luego no es un florero.

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