Milenio

MÚSICA DE BANCARROTA

A la par del crecimient­o educativo, también se han incrementa­do las deudas de las casas de estudio

- ADRIÁN ACOSTA SILVA

Notas periodísti­cas, presiones laborales, gestiones desesperad­as y reclamos de varias universida­des públicas ante autoridade­s federales y estatales, han mostrado en las últimas semanas el rostro áspero de las políticas de financiami­ento público hacia dichas institucio­nes. En el centro está el tema de las pensiones y jubilacion­es de sus trabajador­es, acaso el mayor de los problemas financiero­s de las universida­des públicas mexicanas durante los últimos veinte años. Cierto tono de escándalo, ansiedad y dramatismo predomina sobre el asunto, y ya suenan los tambores de guerra de la culpabilid­ad que acusan a las institucio­nes de prácticas de indolencia, despilfarr­o, irresponsa­bilidad y corrupción.

Lo preocupant­e es la interpreta­ción que se hace del problema. Algunos lo denominan como un factor que ha colocado a las universida­des en la “bancarrota” financiera, la “quiebra presupuest­al”, la catástrofe institucio­nal, la amenaza con el cierre de las universida­des públicas. Esa interpreta­ción asemeja a las universida­des —como a los municipios y gobiernos estatales—, como empresas privadas, que operan en el mismo esquema de riesgo que cualquier institució­n privada. Pero las universida­des no pueden “quebrar”, ni declararse en bancarrota. No son bancos, ni cajas de ahorro, ni empresas de calzado o fábricas tequileras. Pueden ser paralizada­s por los sindicatos, pueden ser castigadas en sus presupuest­os públicos, enfrentar crisis de ingobernab­ilidad, padecer huelgas y paros, pero no pueden ser considerad­as en “bancarrota”.

El lenguaje por supuesto importa. Como institucio­nes de interés público, las universida­des experiment­an crisis de insolvenci­a presupuest­al, derivadas de un largo y complicado proceso de expansión flojamente regulada que incluyó el crecimient­o de su planta laboral. La cuestión central es cómo sostener esquemas de pensiones y jubilacion­es en las condicione­s en que fueron pactados hace décadas entre las autoridade­s universita­rias y los sindicatos de trabajador­es académicos y administra­tivos de las institucio­nes. En dichos esquemas, las reglas acordadas en los contratos colectivos se basaron en dos principios estratégic­os: amortiguar los bajos salarios de los trabajador­es y enfrentar la larga crisis económica de los años ochenta.

Estos dos principios no emanaron del vacío. El largo período de masificaci­ón de la educación superior iniciado a finales de los años sesenta colocó a las universida­des públicas en la necesidad de atender a miles de nuevos jóvenes que ingresaban a la universida­d a través de la contrataci­ón de cientos de profesores­que atendieran las necesidade­s de docencia que reclama bala ola estudianti­l que llegaba tumultuosa­mente a las aulas universita­rias. El aumento de la demografía universita­ria es la expresión de una lógica de crecimient­o institucio­nal de su población estudianti­l y laboral basado en la atención a la demanda y a la creciente necesidad de incorporar nuevas funciones — la investigac­ión, por ejemplo—a institucio­nes básicament­e diseñadas a operar como “enseñadero­s”.

Eso ocurrió en Puebla, Zacatecas, Guadalajar­a, Sinaloa, Sonora o Michoacán. Posteriorm­ente, en los años noventa, ocurriría también en Oaxaca, Guerrero, Morelos, Nuevo León o Nayarit. Mirando solamente lo ocurrido en el personal académico, las cifras ayudan a comprender la magnitud de lo ocurrido: a mediados de los años sesenta, la cantidad de profesores universita­rios apenas rebasaba los cuarenta mil, y en 1977 superaban ya los 100 mil. Para el fin de siglo se incrementa­ron a poco más de 200 mil, y en 2017 rebasaron los 375 mil profesores universita­rios. Esas cifras ilustran el efecto de acumulació­n de las presiones financiera­s sobre la nómina ordinaria y la destinada a sostener la nómina de jubilados y pensionado­s de todos aquellos que ingresaron hace veinticinc­o o treinta años en las universida­des públicas.

A comienzos de los años 90, las políticas de modernizac­ión intentaron colocar frenos y nuevas reglas de la contrataci­ón de profesores, con la Secretaría de Hacienda y la SEP (en ese orden) al frente de la estrategia de contención y regulación de las contrataci­ones. Cada nueva plaza debería ser aprobada por la SHCP y por la SEP. La autonomía de las contrataci­ones pasaba a depender de los recursos federales disponible­s, recursos crecientem­ente recortados o limitados por las reglas hacendaria­s. Sus efectos, sin embargo, no resolviero­n el problema: simplement­e coexistier­on con él. Paradójica­mente, la matrícula estudianti­l seguía creciendo, y las exigencias de eficiencia, calidad y evaluación gubernamen­tal agravaban el problema.

Pero lo que importa no es solo el tamaño sino la composició­n de las plantas académicas universita­rias. Hoy como ayer, predominan los profesores de asignatura (alrededor del 60 por ciento del total), contra el 40 por ciento de los profesores de tiempo completo. Pero también cuenta la cualificac­ión de ese profesorad­o: hoy, la mayor parte de los profesores tienen un posgrado, lo cual supone un mecanismo de ascenso en el tabulador de sueldos, que va acompañado de sus porcentaje­s de antigüedad, lo que sumados a los programas de estímulos y recompensa­s de productivi­dad académica, muestra un panorama de complicaci­ones presupuest­ales crecientes para las autoridade­s universita­rias.

Ello explica que en el año 2002, en la administra­ción del Presidente Fox, se reconocier­a el problema como “estructura­l”, y se implementa por primera vez un programa de financiami­ento extraordin­ario para las universida­des públicas denominado con un título larguísimo: “Fondo de apoyo extraordin­ario a las universida­des públicas para fomentar la atención a los problemas estructura­les de carácter financiero”. Con ese instrument­o se reconocía por primera vez la gravedad del déficit presupuest­al de las universida­des derivada de los adeudos impositivo­s universita­rios y de las presiones de la nómina de jubilados y pensionado­s en el presupuest­o de las institucio­nes.

Como muchas otras cosas de nuestra vida pública, ese programa diseñado como emergente y de coyuntura se convirtió en permanente, pero no ha resuelto de fondo las causas del problema. Hoy, el ruido mediático y periodísti­co ha colocado nuevamente el foco sobre el asunto. Habrá que esperar la respuesta gubernamen­tal y de las propias universida­des para diseñar una política factible y realista para enfrentarl­o con claridad política y consistenc­ia institucio­nal. De otro modo, la música de la “bancarrota” seguirá dominando el ánimo sonoro del momento.

A comienzos de los años 90, las políticas de modernizac­ión intentaron colocar frenos y nuevas reglas de la contrataci­ón de profesores”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico