“Novelista de un hombre que vivió en páginas abultadas un México que ya no existe”
El único escritor con Premio Cervantes capaz de compartir vestuario con Mick Jagger, la voz que iluminó la imaginación de miles de radioescuchas desde los micrófonos de la BBC de Londres, el diplomático dinámico que explayaba siempre una enciclopedia verbal de sobremesa, el pintor psicodélico de sueños tridimensionales,elpoetadelosversosenmurmullos,el detective en prosa en por lo menos una novela negra, el historiador de la Emperatriz Loca que noveló como retablo barroco los entresijos de una biografía increíble, el novelista de un hombre no tan azar que vivió en páginas abultadas la biografía de un México que ya no existe, el entrañable amigo de losmitones—quenoguantes—enlasmanos que aleteaban al hablar.
Del Paso como un continente que habrá que recorrer andando es un paisaje que inaugurasulecturaconpoesía:suprimerlibro,Sonetos de lo diario (1958), es un poemario que se ha multiplicado en círculos concéntricos
(De la A a la Z, de 1988; Paleta de diez colores, de 1990; Castillos en el aire, de 2002; PoeMar, de 2004, e incluso La muerte se va a Granada, que es teatro en verso) como extensiones en verso de eso que los profesionales de la crítica definen de acuerdo al silogismo de Auden
—La poesía ocurre— y el poeta Del Paso lo encuentraenelsurrealismocotidiano,enlasminuciasenormes,enlofugitivoquepermanece como pinceladas al óleo sobre la inmensa tela de un continente a veces aislado.
Hablamosdeunescritorquepintaodeun pintorqueescribe,nosiempreconellectorio en aplauso inmediato o la crítica con vientos afavor,sinoacontracorriente,estertorsiemprellamativoydesconcertante.Deallí,lasgafas naranjas sobre un terciopelo rojo y mitones que en inglés son mittens que riman con Dickens,comomuchosdelospersonajesque sesalierondelposiblepaisajedesupoesíapara poblar las tres novelas que lo consagran y honran. Hablo de personajes a la inglesa o lo Galdós, con guantes de dedos recortados, que no caben tanto en verso y piden prosa aspiran a ser del Primer Mundo habiendo hambre en los campos y harapos en las calles. En José Trigo reclaman justicia con su huelga los ferrocarrileros de un país que hoy, medio siglo después, se quedó sin trenes.
Del Paso quiso estudiar Medicina y dice que renunció por aversión a las vísceras y sangres en directo, lo cual no impidió que se lanzara a la confección de una segunda novela en 1977 que retrata la vida de Palinuro
de México, estudiante de Medicina que vive en amasiato con su prima Estefanía en el cuadránguloenigmáticodelaplazadeSanto Domingo, antiguo refugio de la Inquisición en tiempos de la colonia, bajo cuyos portales subsisten hasta el día de hoy los escritorios públicos donde evangelistas a destajo escriben cartas para todo analfabeto que solicite documentos legales o cartas de amor furtivo. Palinuro de México es un collage barroco y onírico, mural vocálico donde se entremezcla la memoria de sus propias andanzas de estudiante en el vecino colegio de San Ildefonso con las ilusiones enloquecidas de un aspirante a curador de almas y cuerpos.
Luego, en 1987, Noticias del Imperio cristalizaría el retrato de La Loca Carlota que en el corrido era cantada con narices de pelota, que murió ya entrado el siglo XX, con luz eléctrica y Chaplin en pantalla, era la protagonista de hechos en crudo como auténtico bombón más que apetecible para el azoro literario, pero nadie lo cuajaría mejor que Del Paso, orfebre y erudito como lo prueban sus ensayos y sus crónicas, ambos ya antologados en libros de sus muchas lecturas y muchas ideas en torno a temas tan diversos como el islam o los laberintos de Escher, el judaísmo o la música clásica, sus pinturas al óleo y en el recuerdo, pero quizá el libro con el que deberían empezar a recorrerlo los nuevos lectores sea precisamente Viaje alrededor del Quijote (2004), porque ahora es el espejo empañado con agua salada donde se disipa su figura en ese campo que llaman Eternidad, donde cabalgan los autores que seguiremos leyendo ya sin límite de tiempo. para vivir o desvivir a su gusto, como los que habitan entremeses de corrala cervantina o el loco lector que se atrevió a conquistar al mundo cruzando una madrugada los vastos campos de Montiel en La Mancha.
Nacido en 1935, Fernando del Paso pertenece a la generación que se hizo hombre en el medio siglo XX, cuando las promesas y postrimerías de la revolución mexicana se habían convertido en instituciones ejemplares, pero también en alargadas promesas incumplidas. Con José Trigo, escribió la voz de un fantasma en medio de un coro de conflictos. Nombre-título como Pedro
Páramo, José Trigo es el llano lleno de edificios, la ciudad donde desfilaban en huelga los desheredados de tanta sangre, al filo de Tlatelolco. Del Paso ponía palabras a la polución y al populacho, a la neblina de un doloroso descalabro que parece prosa automática, murmullos en párrafos sueltos, preconizando eso que hoy día —medio siglo después— confunde y duele tanto a Brasil: declararse anfitrión de Olímpicos Juegos y Mundiales de Balón Inflado en esa cíclica lotería del desconcierto de las naciones que