Milenio

Alfredo C. Villeda

Saramago, Pessoa y el inicio de la FIL

- ALFREDO CAMPOS VILLEDA @acvilleda

Creía recordar con algún grado de claridad que lo había leído en su discurso ante la Academia Sueca en 1998, pero revisando el texto íntegro caigo en la cuenta, ahora con menos certeza, de que acaso fue que escuché las palabras en vivo un año después, durante una larga charla con periodista­s de La Jornada: “Este Premio Nobel no solo es de José Saramago, sino de toda la literatura portuguesa”.

Con el ánimo de que no importa cómo ocurrió sino cómo lo recordamos, hablándono­s al oído García Márquez, ahí estaba el alto y flaco escritor acompañado de su esposa y traductora, Pilar del Río, conversand­o con tanta pasión de literatura como de política, de dragones chinos y de retos de fin de siglo, pidiendo compasión a quienes nos acercamos por su firma en un ejemplar de El evangelio según Jesucristo. Estaba cansado de dar autógrafos en su año de gloria.

“¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las Rimas y las glorias, los naufragios y los desencanto­s patrios de Los lusiadas, que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Súper Camoens de ella?”, se pregunta Saramago, esta vez sí confirmado en su discurso por el Nobel, en el que su voz es la de sus personajes, en una especie de espejo de los espejos del genio de los heterónimo­s.

Una aproximaci­ón novelada a ese genio es El año de la muerte de Ricardo Reis, pero nada tan breve y delicioso como estas líneas incluidas en El cuaderno (Alfaguara 2009), en las que aventura el origen de los heterónimo­s: “Era un hombre que sabía idiomas y hacía versos. Se ganó el pan y el vino poniendo palabras en el lugar de palabras, hizo versos como los versos se hacen, como si fuese la primera vez.

Comenzó llamándose Fernando, persona (pessoa, en portugués) como todo el mundo. Un día tuvo la ocurrencia de anunciar la aparición inminente de un Súper Camoens, un Camoens mucho más grande que el antiguo, pero siendo una persona conocidame­nte discreta que solía andar por los Douradores con gabardina clara, corbata de lazo y sombrero sin plumas, no dijo que el Súper Camoens era él mismo. A fin de cuentas, un Súper Camoens no es nada más que un Camoens mayor, y él estaba reservado para ser Fernando Pessoa, fenómeno nunca antes visto en Portugal”.

De ahí hilvana José, que así se llamaba el Nobel (para usar su fórmula), sobre la aparición de Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares, a quienes uno a la vez va conociendo y saludando Pessoa frente a un espejo: “Fue después de estos nombres y de algunos más cuando Fernando creyó que era hora de ser también él ridículo y escribió las cartas de amor más ridículas del mundo. Cuando iba ya muy adelantado en los trabajos de traducción y de poesía, murió”.

Bienvenido Portugal, país invitado de la FIL Guadalajar­a 2018.

“Él estaba reservado para ser Fernando Pessoa, fenómeno nunca antes visto en Portugal”

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