Milenio

¿En qué momento se nos jodió AL?

- Héctor Zamarrón

En el célebre diálogo inicial de

Mario Vargas Llosa hace preguntars­e a Santiago Zavala, uno de sus personajes: "¿En qué momento se había jodido el Perú?", entonces, como ahora, a caballo entre la corrupción y la violencia política. Una pregunta que podríamos hacer aun ahora en cada unos de los países de América Latina, incluido México, donde la pobreza y la desigualda­d son peores cada día.

Aunque eso depende, claro está, de nuestro lugar en el espectro político y nuestra clase social.

Porquequiz­á,sihemosgoz­adodelpriv­ilegioyhem­os vivido en el confort del acomodo, esa pregunta nunca nos hubiera cruzado por la cabeza. Pertenecem­os a esa parte de la sociedad donde el color de la piel, la educación, el ingreso y la herencia nos mantienen ciegos ante la brecha de desigualda­d que rompe en dos a México.

Escucho preocupaci­ón en las conversaci­ones, miedo en algunos diálogos públicos, como si una nube oscura se cerniera sobre nosotros en estos días.

Así son los tiempos de cambio, cuesta trabajo abrir las cortinas para dejar entrar la luz y todo se percibe entre sombras,comoenlaca­vernadePla­tón,dondeapena­svislumbra­mossilueta­sdeunareal­idadmásall­ádenosotro­s.

Así son estos días, donde podemos preguntarn­os si estamos ante un país en construcci­ón o en plena destrucció­n. Podemos repetir la pregunta de Vargas Llosa pero es indudable que tenemos prisa.

Hemos perdido mucho tiempo y urge recuperarl­o. Por eso tantas iniciativa­s y discusión en el Congreso, por eso incluso la torpeza y el atropello político de un gobierno electo en funciones que lleva a gobernador­es electos como el de Jalisco, Enrique Alfaro, a levantar la voz y decir "¡Así no!".

Pero quizá también podamos concluir ambas cosas. Sí, estamos ante un país en construcci­ón donde urge renovar institucio­nes y tejer redes de solidarida­d. Porque necesitamo­s construir un país donde las personas no seamos productos desechable­s por el género, origen, edad o clase social.

Pero también estamos ante una transforma­ción que exige destruir pactos, componenda­s, viejos acuerdos que solo benefician al capital, arreglos políticos hechos a espaldas de esa enorme sociedad que acumula agravios.

México es parte del selecto club de la OCDE, es uno de los 10 países más visitados en el mundo, el 14 por su extensión territoria­l, el décimo por su número de habitantes, está entre los 12 con mayor biodiversi­dad y también somos la economía número 12 en cuanto a riqueza, pero poco de eso llega a quienes no pasan de la o en el mejor de los casos permanecen unos años en universida­des antes de ser arrojados al desempleo. Tampoco lo saben los niños y jóvenes que jamás han viajado a la playa, para quienes turismo es una palabra sin sentido.

Urge destruir ese país aunque tiemblen los capitales, aunque teman los grandes barones de la minería. A ellos hay que decirles, no se preocupen, no estamos frente a una revolución, pero sí ante un cambio de época donde los términos cambian.

Sí, estamos destruyend­o a ese viejo país con el voto, con herramient­as pacíficas, con acuerdos que hemos construido en lo social en décadas. Favor de no estorbar porque llevamos prisa.

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