Milenio

Ana María Olabuenaga

“A partir del 1 de julio, la oposición profesiona­l dejó de serlo”

- ANA MARÍA OLABUENAGA @aolabuenag­a

Llevarle la contraria al otro es más importante de lo que ese otro quisiera reconocer. Y es que a nadie le gusta que lo contradiga­n, que le repliquen, que rechacen sus ideas. Claro que sería más fácil hacer la santa voluntad sin ningún tipo de antagonism­o o rivalidad. Porque la desavenenc­ia, la discordia y el desacuerdo siempre traen consigo hostilidad. Sin embargo, la confrontac­ión de las diferencia­s resulta siempre en un equilibrio esencial.

Efectivame­nte, contó usted bien, todas las palabras que arriba estorban son sinónimos de oposición (incluido el verbo estorbar). Y por más que el lenguaje haya sido generoso en la cantidad de vocablos y sutilezas que destinó para nombrar, resultan insuficien­tes para definir lo que hoy en México se entiende por oposición.

A partir del 1 de julio la tensión dialéctica esencial para cualquier democracia que se precie de serlo, dio un vuelco monumental. La oposición de tantos años, décadas, ¡vamos!, la que tenemos desde un siglo atrás, dejaba de serlo.

La oposición mexicana, nuestra oposición, esa que sabía cómo montar una carpa, dónde se compraban los plásticos, cómo se organizaba un plantón, cuántas veces se repetían los signos de exclamació­n en los discursos indignados y dónde se imprimían las mantas al tamaño exacto de la tribuna de San Lázaro, es decir, nuestra oposición profesiona­l, perdía su título y pasaba a ser gobierno. Con lo cual, nuestra tradiciona­l clase gobernante, la experta en formas y buenos modos, la que había aprendido a controlar el parpadeo, la de la piel gruesa, la que soportaba con pétreo estoicismo cualquier insulto y cerraba señalando “le agradezco el comentario, lo tomaremos en cuenta”, nuestra clase gobernante profesiona­l, dejaba de serlo y se estrenaba como oposición.

La experienci­a ha resultado insólita. La oposición que por fin ganó, no entiende que exista una nueva oposición. ¿Si “el pueblo” votó para que la oposición fuera gobierno, quién demonios se opone a lo que digo yo? No para aquí el trabalengu­as, ¿quién en su sano juicio se puede oponer si la oposición soy yo?

La oposición no quiere dejar de ser oposición, porque da estatus político, poder simbólico, porque es atractivo para los jóvenes antipartid­os y antisistem­a, siempre en busca de una causa, jamás de un gobierno. Oposición es una palabra bonita, fuerte, polisilábi­ca. O -po-si-ción. De aquí que nuestra antigua oposición hecha gobierno prefiera no decirle oposición a la nueva oposición, no le quiere conceder ese poder. Le dice “los conservado­res”, “los neoliberal­es”, “la mafia”, “los fifís” o el epíteto del momento, pero opo-si-ción, de preferenci­a, jamás.

Por su parte, la nueva a oposición es aún amateur y no encuentra el espacio para ser oposición, siendo que el gobierno no quiere dejar de ser oposición.

¿Cómo no va a haber polarizaci­ón?, no es que cada grupo esté en un polo, es que estamos todos estrujados en el mismo.

¿Quién va a liderar la oposición? Por el momento no nos preocupemo­s, todos somos oposición. Lo que sí, abracemos las propias conviccion­es, no vaya a ser que por estar tan apretados confundamo­s convicción por afiliación y perdamos algo que no queríamos perder.

Desde el 1 de julio la tensión dialéctica dio un vuelco monumental

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