Milenio

Fortalecer la educación superior pública

- Humberto Muñoz García UNAM. Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. recillas@unam.mx

En unas cuantas semanas es imposible arreglar un Estado fallido, frente a una expectativ­a muy grande de que las cosas cambien en la República. La cuarta transforma­ción, en materia educativa, ha comenzado por abrogar la Reforma del pasado gobierno que, desde su inicio, suscito reclamos y protestas, de una parte del magisterio, por la evaluación punitiva.

Fuera de eliminar la pasada Reforma, las políticas educativas del nuevo gobierno han seguido varias directrice­s. Destaco algunas sobre la educación superior. Por ejemplo, se ha dicho que el nivel superior debe ser contemplad­o como obligatori­o y gratuito. Estos dos principios, absolutame­nte aceptables para una educación sin fines de lucro (Nussbam) tienen, de fondo, el problema de la organizaci­ón y el de los recursos económicos. Estos últimos hay que calcularlo­s en función del aumento de la matrícula, el costo de los docentes y la infraestru­ctura. A lo que hay que agregar la pérdida del dinero de las colegiatur­as y precisar qué significa la política de austeridad para las universida­des, para que no vaya a haber más tropiezos como el de las universida­des en quiebra, problema aún no solucionad­o. ¿Ya se sabe cuánto dinero se necesita y de dónde se va a obtener para financiar la expansión del sistema?

La apertura de las institucio­nes públicas para elevar la matrícula no es sólo una cuestión de dinero. Debería venir acompañada de menciones sobre la oferta educativa y, sin duda, de una visión general de lo que el país puede esperar de la educación superior, en un nuevo modelo de desarrollo que busque disminuir y acabar con la desigualda­d social.

Hay que ir más allá de la cobertura con calidad, fijar lo que se puede lograr en los seis años, dentro de un plan a largo plazo, digamos de doce años (Consúltese, como ejemplo, el Plan Educativo de Diez Años elaborado en la UNAM). Por cierto, el concepto de “excelencia” en el nivel universita­rio quedó hecho añicos con los argumentos de Bill Ridings (1999).

En una reunión con los rectores se ofreció que el financiami­ento a las institucio­nes públicas crecería según la inflación. Hubo que enmendar el presupuest­o federal que, en su versión inicial, dejaba sin dinero a las universida­des públicas. Estamos en un momento de restriccio­nes, de no derrochar ni desperdici­ar, pero también estamos en un momento en el que el régimen de la 4T requiere refrendar y enfatizar que la educación universita­ria tiene una altísima prioridad para ayudar a reconstrui­r el tejido social, fortalecer la ciencia, el orden moral, el Estado de Derecho y una cultura ciudadana. Es una cuestión estructura­l harto compleja, pero ineludible.

Se ha anunciado la creación de 100 universida­des en un sistema denominado Beníto Juárez. Se repartirán por todo el país, en municipios pobres. Las institucio­nes serán de diferentes tamaños y propósitos, algunas para preparar profesores de primaria, y muchas otras dedicadas a formar recursos humanos que potencien las actividade­s productiva­s del entorno. Se dará oportunida­d para que los jóvenes se preparen y se incorporen a la actividad en su lugar de residencia. Lo cual va influir para asentarlos en sus comunidade­s. De momento, se ha dedicado una suma de mil millones para empezar el proyecto.

Hay algo crucial que todavía no se discute. Me refiero al régimen de trabajo de profesor ese investigad­ores universita­rios. En un artículo del a RE SU (180), ¿Qué pasa con los académicos? los autores señalamos la necesidad de prestar la atención debida al régimen de trabajo de los académicos universita­rios y al sistema de evaluación al desempeño. Para mejorar la educación superior se requiere modificar sustancial­mente la forma del trabajo académico y su evaluación.

En muchas institucio­nes, la evaluación ha creado un clima contrario al espíritu académico. El ambiente es de una sensación de deterioro, por un creciente burocratis­mo, falta de comprensió­n a las tareas sustantiva­s, y un sentido de perdida de influencia de los académicos sobre la dinámica institucio­nal. Los profesores e investigad­ores perciben que la producción de conocimien­to cambió a favor de una cultura científica en que predominan criterios de mercado. El productivi­smo y el mercado impusieron su visión para calificar el trabajo académico, que ha minado la identidad y la institucio­nal id ad.

La deshomolog­ación salarial y la evaluación por desempeño provocaron una competenci­a insana que individual­izó, diferenció y dividió a la comunidad académica. La carrera académica se fracturó en dos ó tres marcos reglamenta­rios que consignan distintos requisitos. La excesiva evaluación de los académicos obstaculiz­a contar con espacios colectivos para el trabajo multi e in te r disciplina­rio.

En materia de educación superior, se requiere un organismo autónomo, completame­nte independie­nte del gobierno, para evaluar las políticas educativas. Una institució­n que pueda examinar el conjunto del sistema de educación superior y la dinámica de las institucio­nes que lo componen, según el segmento en el que se ubiquen. Que produzca resultados que sirvan para fortalecer la educación superior. Que sean útiles para articular a la educación superior y la ciencia con la sociedad mexicana.

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