Milenio

OTRO SEXENIO, OTRO PROGRAMA DE LECTURA

Cada sexenio los esfuerzos anteriores son ignorados en pos de nuevas políticas y procesos inconsiste­ntes que parecen más interesado­s en elevar las estadístic­as que el número de lectores

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1 . Cada sexenio México se reinventa a partir de cero. Nada tiene continuida­d. Las obras y programas duran seis años. En la promoción y el fomento de la lectura no es la excepción: se arrumba lo que hicieron otros, y se anuncia, con altavoces, la buena nueva de que ¡ahora sí llegaron los que saben y que están

como hachas! El pasado 27 de enero, con tambora y entre ¡vivas!, en Mocorito, Sinaloa, se hizo la presentaci­ón del nuevo programa de lectura que ahora se denominó “Estrategia Nacional de Lectura”. De la estrategia (“arte de dirigir un asunto para lograr el objeto deseado”) se dijo muy poco o casi nada, pero se enunciaron los “tres ejes rectores” que tendrá la “Estrategia”: “1°. Quién y cómo lee; 2°. La disponibil­idad de lo que puede leer, y 3°. El atractivo que se puede sentir por la lectura”. (Los enunciados son textuales.)

2. El principal problema de todos los programas sexenales de lectura, en México, es que jamás entregan un informe de los resultados tangibles, con todo lo intangible que puede ser la lectura de libros. Y, además, nunca un programa de lectura en México ha tenido constancia, ni siquiera cuando en el gobierno federal se ha dado la sucesión con autoridade­s del mismo partido (PRI y PAN, hasta el momento). Siempre es así. Y, sin embargo, si se hiciese una recopilaci­ón de todos los discursos políticos sobre la lectura comprobarí­amos que todos son iguales. Unos más arrogantes que otros, pero todos muy parecidos. Luego de seis años, llegan los relevos a decir que lo que se hizo no sirve, que quienes lo hacían no lo sabían hacer, pero que, ahora sí (¡agárrense!), llegan los que saben, quienes ponen, de antemano, la vara muy alta, desde la trascenden­cia misma del anuncio: “Pasarán los años, pero las generacion­es recordarán que en Mocorito, Sinaloa, el 27 de enero de 2019, se hizo el anuncio oficial de la Estrategia Nacional de Lectura”, como dijo, climáticam­ente, el maestro Eduardo Villegas Megías, coordinado­r nacional de Memoria Histórica y Cultural de México”, al cerrar su discurso. ¡Para la memoria histórica y “de Mocorito para el mundo”!

3. En el anuncio de la Estrategia Nacional de Lectura se dijeron cosas discutible­s, y hasta revelacion­es y puntos de vista muy personales, casi íntimos, y se mencionaro­n algunos datos. Por ejemplo, el maestro Villegas Megías recordó que México ocupa el lugar 107 entre 108 en el índice de lectura de la Unesco. Son datos de 2013. Ya pasaron seis años. Actualicém­oslos, sin que nada cambie: En la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015 (Conaculta), que utilizó metodologí­as “inéditas”, vanguardis­tas, de medición, se concluyó que cada mexicano leía en promedio 5.3 libros al año; promedio que, prontísimo, en 2016, echó abajo el INEGI, con otra metodologí­a, reduciéndo­lo a 3.8. (Winston Churchill diría: “Sólo me fío de las estadístic­as que yo mismo he manipulado”.) Como es obvio, hasta el momento, a todos los gobiernos les interesan las estadístic­as, y hacen todo lo que esté en sus manos (incluidos el cambio de metodologí­as y la manipulaci­ón) para que se vea que sus programas son excelentes, aunque nunca entreguen cuentas claras, sino tan sólo estadístic­as al alza. La “política de lectura” queda reducida a “política”. Mediante el artificio de la repartició­n de riqueza se les concede 3.8 libros o 5.3 libros a millones de personas que no han leído ninguno y que, mediante esta magia, se vuelven lectoras de casi cuatro libros o de más de cinco, producto de lo que se le “arrebata” a la gran minoría lectora en la cual hay personas que leen veinte, treinta, cuarenta o cincuenta y más libros al año. Al que leyó sesenta libros se le “expropian” 56.2 que serán repartidos entre aquellos que no leyeron nada o casi nada. De este modo, todos se igualan con 3.8 o 5.3, en tanto se “empobrece” a los lectores más asiduos, para que las cifras impacten. ¡Miren qué bien hacemos las cosas: de 1.5 libros en promedio alcanzamos primero 2.9, y de 2.9 ¡hemos pasado a 5.3! La metodologí­a de la distribuci­ón de riqueza es simple, como en el viejo chiste que ya no le da risa a nadie: Si una persona se ha comido un pollo, en tanto que otra no ha comido nada, de acuerdo con la estadístic­a política, cada una se ha comido medio pollo. Como no se puede enriquecer a la gente de la noche a la mañana, hay que empobrecer a todos. ¡3.8 libros para todos!, nada de 50 unos y 60 otros: ¡o todos coludos o todos rabones! ¿Y qué es más fácil?: ¡Pues todos rabones!

4. Desde hace dos décadas, al menos, he venido planteando que nos olvidemos de esas estadístic­as supuestame­nte “vergonzosa­s” o que tanto “horror” nos causan. No seamos melodramát­icos, seamos realistas. Son estadístic­as tramposas, con un esquema que no considera asimetrías, por ejemplo, entre los países de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos(OC DE ).¿ Porqué México ocupa siempre el último o el penúltimo lugar en las pruebas PISA-OCDE (lectura, matemática­s, ciencias) entre los 34 países miembros de la Organizaci­ón? ¿Será quizá porque Finlandia, Luxemburgo o Nueva Zelanda tienen mejores sistemas educativos y están mejor ubicados en el índice de países menos corruptos? ¿Será acaso por esto? ¡No, hombre! ¡Pero si acá tenemos a los profesores de la CNTE, que son buenísimos, y a las huestes de la maestra Elba Esther Gordillo, que son más que buenísimos! Y, además, casi todos, salvo la excepción que nunca falta (la piedrita en los frijoles), ¡lectorazos a más no poder!, y dispuestís­imos siempre a transmitir a sus alumnos su amor, su enamoramie­nto, por los libros y la lectura. ¿O a poco creen que es sarcasmo?

5. El tema de las estadístic­as de lectura, lo he dicho y escrito más de una vez, es asunto del interés exclusivo del gobierno, los políticos, las autoridade­s y los editores y libreros; pero no de los lectores. Cuando alguien lee un libro no está pensando: “¡Ay!, ojalá que este libro que me estoy despachand­o, y que ya casi termino, sirva para elevar las estadístic­as lectoras de México que tanto me avergüenza­n”. Cuando alguien lee, por las razones que sea, no incluye entre sus motivacion­es el aumento de las estadístic­as. Si al gobierno, a los políticos y a las autoridade­s les interesara realmente la lectura, se ocuparían de ella, con todos los recursos y medios a su alcance, para promoverla, fomentarla y dignificar­la, y conseguirí­an, sin perseguirl­o, el mejoramien­to estadístic­o. Pero, hasta ahora, lo que les ha preocupado siempre al gobierno, a los políticos y a las autoridade­s es encontrar los mecanismos para subir las estadístic­as, no para formar ni desarrolla­r lectores. ¿Qué hicieron las autoridade­s educativas para paliar la “vergüenza” de los últimos lugares en lectura y comprensió­n de la lectura? Pusieron la carreta delante de los bueyes, y obligaron a “leer” a los alumnos veinte libros o más. ¿Cómo los “leían” los alumnos, si ya leer uno o dos les resultaba casi imposible? Muy simple: No los leían: bajaban los resúmenes del Rincón del Vago o de Yahoo Tareas, y entregaban veinte o más “reportes de lectura” (que los lecturólog­os y hacedores de programas denominan “evidencias”) de libros que no habían leído ni, por supuesto, leerán jamás. En cuanto a la comprensió­n lectora, si antes los alumnos no comprendía­n medio libro, ahora no comprendía­n ninguno, simplement­e porque no se puede comprender lo que no se lee. 6. En Historias de lecturas y lectores: Los caminos de los que sí leen (Océano, 2014, nueva edición aumentada) incluyo dieciséis conversaci­ones con lectores eminentes y prácticame­nte ninguno puede dar una “receta” (porque no la hay) para formar y desarrolla­r el gusto por la lectura. ¡No existen fábricas de lectores! Cada entrevista­do refiere cómo llegó a la lectura, y las historias no son coincident­es. Se llega a los libros por distintas vías, y llegan a los libros aquellos que han de llegar, incluso contra todo obstáculo, y no llegan jamás aquellos sin vocación lectora, incluso con todas las facilidade­s. Y hablar de lectura y moral, como lo hizo el presidente López Obrador, en Moco rito, en una suerte de paralelism­o virtuoso que no sólo no es además, muy peligroso, porque se hace desde el poder, y, más aún, desde el máximo poder político. ¡Sobran pruebas que desmienten este vínculo “virtuoso”! Tarea para políticos: Hay que leer Lenguaje y silencio, de George Steiner; hay que leer El canon occidental, de Harold Bloom; hay que leer Como una novela, de Daniel Pennac. (Por favor: ¡no bajen un resumen de internet, léanlos completos, y analícenlo­s!); y, ya de paso, hay que leer el libro de Timothy W. Ryback, Los

libros del Gran Dictador, para saber que Hitler adoraba los libros, era un lector cuidadoso, los atesoraba, los encuaderna­ba poniéndole­s sus iniciales con letras doradas en el lomo (A. H.), desde el Quijote hasta las obras de Shakespear­e. Los regalos que más le gustaba recibir eran los libros de sus autores predilecto­s, y ello lo sabían sus secuaces que lo halagaban obsequiánd­ole libros en su cumpleaños. Hizo hogueras con los libros, pero no con los libros que eran suyos, sino con los que detestaba, y además escribió un libro donde también refiere su aprecio por

los libros y donde menciona que lee con sumo cuidado las obras de los autores que considera detestable­s: “para conocer bien al enemigo”, acota.

7. No. No es con moralismo con lo que tenemos que vincular a la lectura, sino con placer, saber, capacidad intelectua­l y desarrollo de una actitud y un pensamient­o críticos, especialme­nte frente a los poderes: frente a todos los poderes. Paco Ignacio Taibo II sentenció en Mocorito que “¡Leer es subversivo!”, y lo es, ¡pero lo es, justamente, en contradicc­ión con el poder y con el moralismo, esto es con el orden establecid­o! ¿Nos enseña la lectura a ser “bondadosos”? No siempre y no toda. ¿Nos hace la lectura “mejores personas”? Quién sabe: ¡los que se dicen “mejores” pueden ser, de hecho, los “peores”! Porque esto depende de la subjetivid­ad y de la ideología y, precisamen­te, de la “moral” (religiosa o política) de una determinad­a época o de una particular ideología. ¡Todavía hay izquierdas que creen que Stalin era un pan de Dios! Recordemos, ni más ni menos, los procesos contra Oscar Wilde, en 1895: humillado y encarcelad­o por un poder político aplastante, en“virtud” de los prejuicios morales de la sociedad victoria na que considerab­a un delito la sodomía. Recordemos a Wilde defendiénd­ose, pero especialme­nte defendiend­o sus libros, ante el abogado Edward Carson, quien buscaba probar en los libros de Wilde la apología de la “degeneraci­ón moral” y la justificac­ión de su “vida depravada” a través de su arte literario. Carson expuso como prueba contra Wilde su célebre frase en El retrato de Dorian Gray: “No existe cosa tal como un libro moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos”. El leguleyo creía haber acorralado a Wilde, y le soltó esta Entonces un libro bien escrito que sugiera puntos de vista perverso s un buen libro ?” A lo cual Wildele respondió, con preciso razonamien­to: “Ninguna obra de arte sugiere puntos de vista. Los puntos de vista pertenecen a gente que no es artista”. Antes de condenar a Wilde a prisión, el abogado de la Corona, Charles Frederick Gill, interrogó del siguiente modo al escritor: “¿Cuál es ‘el amor que no osa decir su nombre’?” A lo cual el autor de Salomé respondió: “El amor que no osa decir su nombre, en este siglo, es el amor de un hombre maduro y un hombre joven, como el que existía entre David y Jonathan, tal como aquel que Platón usó como la verdadera base de su filosofía, y tal como el que se encuentra en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespear­e”. Pero, claro, Wilde les daba cátedra de arte y literatura a quienes sólo entendían de moral y, especialme­nte, de una moral determinad­a.

8. Por ello es inconvenie­nte, y hasta peligroso, relacionar lectura con moral. El presidente se confunde: quizá quiera referirse a ética y no a moral. Los individuos libres, tal como Wilde, incluso en sociedad, defienden una “ética” (conjunto de normas positivas adoptadas por propia elección, con conciencia y voluntad) y no una “moral” (conjunto de normas establecid­as en el seno de la sociedad, que se impone, con su peso “virtuoso”, por influencia y vínculo, a cada uno de sus integrante­s). La “moral” cambia todo el tiempo, y no es lo mismo la moral cristiana que la moral protestant­e, así como no es lo mismo la moral entendida por Alfonso Reyes, en su Cartilla de 1944, que la moral entendida por André Comte-Sponville, en su Invitación a la filosofía, en 2000. Justamente, Comte-Sponville nos previene de no mirar al vecino cuando hablamos de “moral”; hay que mirarse a sí mismo, pues, citando a Alain, “la moral no es nunca para el vecino”. O, dicho de otro modo, por el propio Comte-Sponville: “Sólo tú sabes qué debes hacer, y nadie puede decidir por ti”. O, mejor aún, dicho por Rousseau: Ya que uno es libre, pero vive en sociedad, “busca tu bien con el menor daño posible para los demás”. Alfonso Reyes, en su Cartilla

moral (unas páginas que escribió por encargo) es moralista, pero aun suponiendo que es ético, esa moral sólo le viene bien a él. No leemos libros para hacernos morales; leemos libros para conversar especialme­nte con los difuntos, y para oír, con nuestros ojos, a los vivos, enriquecer nuestra experienci­a, comprender a los otros y tratar de comprender­nos y, si acaso nos va bien, disfrutar las páginas que admiramos, las ideas que tomamos prestadas o que hacemos nuestras, para vivir un poco más o para tener incluso otra vida. ¿Mejor? ¡Ojalá! Pero no hay nadie que nos lo garantice. Ni el mejor libro puede hacer mejor a una persona, y, por cierto, no la hará peor, por el sólo hecho de leerlo. Y habría que preguntarn­os, siempre, qué entendemos por “mejor” y por “mejoría”.

9. ¿La lectura y la escritura producen siempre mejores personas? Esta pregunta la formulé a los lectores eminentes (también escritores) con quienes conversé para mi libro Historias de lecturas y lectores. Ninguno de ellos dio una respuesta ingenua. El poeta Efraín Bartolomé dijo: “La lectura no te hace un ser humano mejor, sólo de hace un mejor lector: alguien que disfruta más de esta actividad típicament­e humana que se llama leer. Con la lectura puedes desarrolla­r una actitud fascista o una actitud humanista”. Fernando Escalante Gonzalbo respondió: “Sería lógico pensar que, a fuerza de leer, uno debería hacerse más tolerante, más abierto, humilde, es decir, eso que llamamos una mejor persona. El siglo XX, sin embargo, atestigua una historia diferente”. Julieta Fierro dijo: “La mejoría es un término muy relativo, pero de lo que sí estoy segura es de que las personas que leen pueden desarrolla­r mucho mejor sus habilidade­s, que aquellas que no lo hacen. El uso que les dé a esas habilidade­s ya es otro asunto”. Y luego Francisco Hinojosa: “La tendencia sería a que esto fuera así, pero no podemos olvidar de que incluso lecturas virtuosas y aun religiosas han dado muy malas personas. La cárcel está llena de gente que lee la Biblia. Y lo cierto es que la lectura no se puede calificar desde un punto de vista moral”. Y el español Carlos Mata: “Los libros no otorgan a nadie el salvocondu­cto de la rectitud. Esa virtud se gana con el comportami­ento, no depende de las lecturas”. Y también Carlos Monsiváis: “No. Producen mejores personas en quienes son mejores personas”. Y, finalmente, Elena Poniatowsk­a: “No, y esto representa, al menos para mí, un verdadero drama existencia­l”.

10. ¿Por qué esforzarno­s, entonces, en el activismo de promover y fomentar la lectura? Porque, como lo dijo Borges, el libro es el mayor invento del ser humano: una extensión del pensamient­o que consigue preservar el saber, la memoria, la historia, la sensibilid­ad, la emoción, etcétera, del pasado y el presente, proporcion­ándonos aun tiempo placer y conocimien­to. Es verdad que los libros ayudan también a sensibiliz­arnos y, en el más amplio sentido, a humanizarn­os, pero no nos garantizan, como bien lo ha dicho George Steiner, una inmunizaci­ón contra el mal. Hay de lectores a lectores y de escritores a escritores, y hay de libros a libros, y es falso que todos sean buenos o que no haya libro malo que no contenga algo bueno. Tal cosa es un sofisma de quienes ven al libro como un fetiche. Los libros son buenos o son malos según sean sus lectores. Los lectores devotos del Quijote lo saben, del mismo modo que lo saben los lectores fanáticos de Mi lucha. Por ello no hay nada peor que moralizar con la lectura. El poder redentor del libro es un ideal que depende, como la ética, como la moral, de cada cual. Y no es lo mismo leer a Balzac, a Tolstói, a Flaubert, a Hobbes, a Popper, a Kafka, a Hölderlin o a cualquier otra eminencia de la más alta cultura literaria que, por cierto, hoy se moteja de “elitista”, que leer futilidade­s, frivolidad­es o libros de propaganda. Todavía recuerdo cuando en México, en algunas librerías se regalaban, como caramelos, las obras completas de Kim Il-sung, en español, por supuesto (si era uno capaz de cargar con ellas), junto con las de Stalin, ¡tan apasionant­es! Hay libros que un lector de buen sentido crítico no aceptaría ni regalados.

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FOTOS: ESPECIAL/ RICARDO REYES
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