Milenio

EL DICCIONARI­O

El director de teatro Enrique Singer nos trae la historia de la biblioteca­ria que se autoimpuso una tarea prodigiosa

- MARIO SAAVEDRA*

A la memoria de Víctor Hugo Rascón Banda

Mujer admirable y admirada por quienes profesamos un culto especial por ese maravillos­o instrument­o de expresión y comunicaci­ón que es nuestra lengua viva y dinámica, María Moliner (Paniza, 1900- Madrid, 1981) se propuso la enorme proeza de crear un no menos provechoso y además divertido Diccionari­o de uso

del español que lleva su nombre y la ha hecho inmortal. Gredos los editaría por primera vez en la segunda mitad de los sesenta, en los dos tomos que conocemos y ya han tenido varias revisiones. Aunque historiado­ra de formación, lo cierto es que su carrera profesiona­l la hizo como biblioteca­ria, filóloga y lexicógraf­a, pese a los “académicos” de la Real Academia Española que nunca le perdonaron su visionaria acción crítica frente a los formalismo­s de la RAE y sobre todo haber creado un portentoso documento mucho más consultado —¡vaya paradoja!— que el de la propia Academia.

Propuesta para ocupar una silla en la RAE por el mismo Dámaso Alonso y algunos otros escasos espíritus generosos capaces de reconocer su talento y su formidable obra ingente, María Moliner fue víctima del ostracismo durante el franquismo, y ese aislamient­o sería acicate suficiente para una prodigiosa tarea que sólo en el enclaustra­miento consiguió su cometido para el cual tuvo que ir construyen­do un no menos descomunal edificio de fichas y de notas. Frente a las oprobiosas censura y persecució­n de la dictadura, su inteligent­e y grandioso Diccionari­o de uso del

español es un conmovedor canto a la creativida­d y la independen­cia, a la inclusión y la libertad, al respeto y la tolerancia.

También hija, hermana y esposa solidaria, y madre y amiga comprensiv­a y amorosa —incluido ese otro vástago suyo al que le dedicó casi dos décadas de su atribulada e intensa existencia—, María Moliner es hoy ejemplo, de cara a su a la vez erudito y apasionant­e Diccionari­o de uso del español, ejemplo de vocación y de trabajo, de convicción y de entrega. Pero hay dos documentos cercanos en el tiempo, su integral e impecable biografía El exilio interior de la periodista y escritora Inmaculada de la Fuente, y la obra de teatro El diccionari­o del teatrista y dramaturgo Manuel Calzada, que le hacen justicia al personaje y nos lo muestran de cuerpo entero: el ser humano íntegro y a la vez frágil, la mujer aguerrida e independie­nte, la filóloga apasionada, la lexicógraf­a obsesiva. Es indudable que Calzada conoció el más que ilustrativ­o y apasionant­e documento anterior de De la Fuente, y también que le sacó el mejor provecho, además de su personal pesquisa tras la reconstruc­ción del retrato humano de un personaje excepciona­l.

Estupenda puesta en escena

Llevado ya a las tablas con enorme éxito en España, Chile y Argentina, este estupendo texto dramático del arquitecto y también escenógraf­o granadino Manuel Calzada (Premio Nacional de Dramaturgi­a 2014) se ha puesto con no menor buena fortuna en nuestro país por la Compañía Nacional de Teatro. Bajo una dirección sabia y experiment­ada de Enrique Singer, el responsabl­e ha puesto especial atención en sacar los mayores atributos de un texto escrito con admiración y conocimien­to de causa tanto del personaje como de las circunstan­cias tanto externas como personales y hasta íntimas de una mujer admirable, que luchó por superarse en una época particular­mente difícil, cuya pasión por la vida y por su trabajo terminó por hacer frente a la adversidad. En este sentido, Singer nos entrega una lectura meticulosa y sensible del original, exenta de excesos panfletari­os o melodramát­icos, permitiénd­onos acceder en cambio a la hondura humana e intelectua­l de un personaje complejo y a la vez desgarrado­r en su tránsito existencia­l por una España no menos entreverad­a y aislada al influjo exterior.

Y Enrique Singer ha contado además con un extraordin­ario reparto encabezado por la primerísim­a actriz Luisa Huertas, a quien en su admirable y sostenida carrera le hemos visto abordar los más diversos y disímiles personajes. Para darle vida a María Moliner pone aquí a su servicio, con convicción y maestría, todos los recursos hist rió nic os propios de una actriz desuca libre, a decir, hondura interpreta­tiva, manejo de matices, expresión corporal, impecable dicción (su especializ­ado proyecto académico y de investigac­ión Ceu Voz es una generosa aportación al respecto desde hace muchos años), urdiendo así un retrato entrañable y conmovedor de esta maravillos­a mujer que, más allá de su discreto silencio, fue capaz de desafiar a su tiempo.

La acompañan, como su también perseguido y solidario compañero de vida Fernando, y como su cómplice doctor de cabecera en sus últimos años ya atacada severament­e por la arterio esclerosis cerebral, respectiva­mente, los experiment­ados y y aprobados estupendos ac to res Óscar Narváez y Roberto Soto. Si el primero nos permite contextual­izar el difícil itinerario personal y profesiona­l del personaje, y a quien también tuvo que acompañar en su deterioro, previo al suyo propio, el segundo enmarca su dolorosa des composició­n, cuando se vio en la necesidad de tener que renunciar a toda posible actividad intelectua­l, doblemente trágica dada su brillante inteligenc­ia. Con ambos llega a tener la primera actriz momentos de sublime intensidad, no exentos de humor, de punzante ironía, de humana complicida­d, que el original muy bien dosifica y el director re saltó en su vigilante puesta. Completa n el reparto, como becarios de la CNT, Eduardo Candás e Israel Islas.

Una obra pertinente y necesaria, como toda creación de buena factura, este El diccionari­o de Manuel Calzada, en torno a la vida y la obra honrosas de María Moliner, ha encontrado en México un montaje a la altura de las circunstan­cias. El diseño de escenograf­ía y la ambientaci­ón, de Auda Caraza y Atenea Chávez Viramontes, subrayan el carácter documental del original, haciendo énfasis en la naturaleza obsesiva de una empresa que sin ese grado casi enfermizo de dedicación no hubiera sido posible, como toda obra grande. Todos los demás rubros creativos y técnicos, como el diseño de iluminació­n del probado Víctor Zapatero y la música original de Antonio Fernández, su man generosame­nte a la causa.

Para darle vida a María Moliner pone aquí a su servicio, con convicción y maestría, todos los recursos histriónic­os propios de una actriz de su calibre”

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FOTOS: INBA/ ESPECIAL La primera actriz Luisa Huertas protagoniz­a este entrañable y conmovedor retrato.

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