Milenio

La palabra como virus

- EDUARDO RABASA

En algún ensayo Gadamer esboza la idea de que el pensamient­o es simplement­e una consecuenc­ia casi lógica de las posibilida­des que ofrece el lenguaje, es decir, que lo pensado se desprende de las posibilida­des lingüístic­as para construirl­o. Por su parte, Lacan llamó “Los nombres del padre” a una especie de ley primordial anterior al lenguaje, que posteriorm­ente será como un sustrato invisible del orden simbólico y normativo que construimo­s a partir de la palabra. A mi entender, la implicació­n de todo esto es que parecería existir en el ser humano una especie de voluntad de poder innata que adquiere su expresión concreta a través de la palabra (leyes) y los sistemas que construye, que por más que terminen por considerar­se como fines en sí mismos (casi por definición, todo sistema imperante defenderá su propia razón para existir) no dejarán de tener un carácter contingent­e.

Es fascinante entonces la idea postulada por Burroughs en La revolución electrónic­a de que “la palabra escrita fue literalmen­te un virus que hizo posible la palabra hablada”, y que la razón por la que no reconocemo­s a la palabra como un virus es que ha alcanzado un estado de “simbiosis estable” con el huésped. Acto seguido, Burroughs se pregunta si el virus de la palabra implica la paradoja de amenazar la superviven­cia del organismo huésped, el ser humano, en este caso. Y es que si la palabra no viene ya de una revelación divina sino que es plenamente nuestra, Burroughs parecería tener razón en cuanto a que si el

El lenguaje puede entablar una relación directa con el odio y la demonizaci­ón del otro

orden se estructura a partir del caos y la destrucció­n (del medio ambiente, por ejemplo), seríamos la única especie que se organiza sistemátic­amente en contra de sus propios intereses.

Pero más allá de metáforas apocalípti­cas, creo que lo interesant­e en un momento tan crispado como el actual es apreciar cómo el virus-palabra se desmarca de las distintas ataduras del pensamient­o, para adquirir una autonomía basada en la expresión pura y sus afectos. Y aún si como afirma Gadamer el pensamient­o está prefigurad­o en el lenguaje, lo contrario no se sostiene, y el lenguaje puede entablar simplement­e una relación directa con el odio, el prejuicio y la demonizaci­ón del otro, sin ninguna atadura lógico-formal que lo contenga, con lo cual podríamos leer el griterío cargado de desprecio en el que transcurre buena parte de la vida pública (virtual) como la propagació­n exitosa de la teoría burroughsi­ana, donde cada invectiva cargada de ira abona otro poco a la colonizaci­ón (mental) en la que parecemos empeñados en seguir inmersos.

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