Prueba de paternidad
Como cada año, el regreso de la Champions en febrero con el invierno encarrilado, define el calendario internacional: a partir de aquí y hasta mayo, el futbol de media semana encabeza el espectáculo.
Desprendidos los clubes que hacen de la fase de grupos un trámite para darle representatividad continental, los octavos se convierten en la fase universal del torneo: está en juego el título del mejor equipo del mundo. Esta denominación puede discutirse los sábados o los domingos, cuando la regularidad de las Ligas aprieta, pero al llegar los martes y miércoles, mandan los clásicos. Las copas europeas hicieron del miércoles el nuevo domingo, la liturgia modificó el orden del día, y ningún equipo, interpretó mejor la semana como el Campeón de Europa: al cuarto día, el futbol creó al Madrid.
La defensa del campeonato arranca frente a un equipo debilitado por las leyes económicas, el Ajax, condenado por la oferta y la demanda, será el primer enviado de la coalición formada para evitar que el mundo sufra la decimocuarta. Hay dos formas de mirar la Champions: esperando que el Madrid la gane, o buscando a un equipo que le venza.
En los 15 equipos restantes hay, como siempre, cuadros con las suficientes prestaciones para lograrlo, pero algo sucede con ellos cada vez que la Champions exige una prueba de paternidad. La versión 2018/19 coloca a la Juve de Cristiano como arpón; al Atlético de Simeone como vengador; al City de Guardiola como agitador; al United de Solskjaer como mascarón de proa; al Liverpool de Salah y Kloop como la víctima; al Bayern de James como el insistente perseguidor y desde luego, al Barça de Messi, como el enemigo íntimo.
Todos los grandes rivales del viejo Real Madrid están ahí, los octavos de final arrojan las cuentas pendientes de la comunidad europea con el campeón, una decimocuarta Copa de Europa sería devastadora para el continente, alguien debe evitarlo.
Las copas europeas hicieron del miércoles el nuevo domingo, la liturgia modificó el orden