Milenio

La prisa de Obrador

- ROMÁN REVUELTAS RETES

AObrador lo elegimos los mexicanos. No todos, hay que decirlo. Unos 30 millones de ciudadanos le dieron su voto. El padrón es de casi 90 millones de electores registrado­s. Estamos hablando entonces de que dos tercios de ellos votaron por otros candidatos o prefiriero­n quedarse en casa el día de las elecciones. Pero, el resultado es el que cuenta. Y ahí no sólo podemos

decir que arrasó sino que goza de las simpatías de la mayoría de los habitantes de este país: comenzó su mandato con unos colosales índices de aprobación, cercanos a los 80 puntos porcentual­es.

Con tamaño capital político, con un Congreso en el que Morena figura como un auténtico partido hegemónico y con una oposición dividida y con vocación de inexistenc­ia (el PRI no tardará en subordinar­se, ya lo verán), el actual presidente de la República tiene un enorme poder.

Y tiene mucha prisa, además, de dejar impreso su sello personal en cada centímetro del espacio público y de pasar a la historia patria como el prohombre que refundó, literalmen­te, el entramado institucio­nal de la mismísima República.

La precipitac­ión que lleva sería, en mi opinión, una suerte de elemento probatorio de que el hombre no tiene la intención de reelegirse. O, por lo menos, de que sabe que la empresa es realmente

revueltas@mac.com

AMLO responde a un llamado superior no sujeto a la cotidianid­ad

complicada, a pesar de que sigue saboreando todos los días las mieles de la victoria. Lleva entonces todo con una descomunal celeridad. Le urge cambiar a la nación de raíz. La transforma­ción es apremiante, no puede esperar. Así, el tiempo no le alcanza para analizar a fondo los temas ni para detenerse en detalles que para él terminan siendo asunto menor porque su misión es trascenden­te de origen. No es un gobernante como cualquier otro, un individuo consciente de las naturales limitacion­es al ejercicio del poder y enterado de la fatal caducidad de las acciones humanas, sino que él responde a un llamado superior, a una causa elevada que no puede sujetarse a las miserias de la cotidianid­ad o, en su caso concreto, a la servidumbr­e a la que obligan unas leyes que, en muchos casos, ni siquiera le parecen justas.

Y, no, no va tras el dinero. Lo suyo no es eso. Su motor es la gran cruzada que acometió hace dos decenios. Sigue en eso, incansable. Todos los días.

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