El gran problema sigue ahí
En el momento menos oportuno la selección mexicana de futbol se secó a la ofensiva. No le puede hacer un gol a nadie. Estarán en la final de la Copa Oro gracias a que en cuartos de final, contra Costa Rica, el portero Guillermo Ochoa se sublimó… Y también gracias a que en la semifinal, contra Haití, el árbitro les regaló un penalti en los tiempos extras.
Pero lo mejor que había mostrado el equipo desde que el argentino Gerardo Tata Martino los dirige, es decir su capacidad para meter goles, de pronto se esfumó.
El tema es grave porque es una carencia que si no se enmienda de inmediato les va a impedir ganar la Copa Oro.
Y al mismo tiempo no debería de registrarse con un enfoque negativo porque el equipo nacional juega o ha jugado bien, tiene la mayor parte del tiempo la pelota, establece un dominio y llega y llega y llega al área y a la meta rival, pero pues no la mete.
¿Cómo hacer para que jugadores como Roberto Alvarado, Rodolfo Pizarro, Uriel Antuna y cuantos más aparecen en posición de anotar, a veces con franca ventaja, muestren una actitud resolutiva?
Pues esa sin duda es tarea del entrenador. No pongo en esta lista, con absoluta intención, a Raúl Jiménez pues si bien se ha opacado entre tanta ineficacia, es el que mejor ha puesto la cara.
A los seleccionados les ha hecho falta concentración, firmeza, decisión a la hora de pegarle a la pelota rumbo a las redes rivales. Es desesperante ver la tibieza con la que enfrentan la última jugada. Tibieza y también imprecisión.
Está claro que un equipo que pretende alcanzar objetivos realmente ambiciosos debe de tener gol. Por más que parezca una obviedad ese es el gran tema a superar para Martino y demás integrantes del cuerpo técnico.
No abordar desde este ángulo el trabajo que debe ordenar el proceso rumbo al Mundial del 2022 sería un tremendo error.
El equipo nacional juega bien, tiene la pelota, domina, llega al área, pero no la mete