De Félix a Félix…
Acuérdate: nací gemelo pero el destino quiso que solo yo viviera. Para ti fue una llaga en tus entrañas. Luego, a los tres años te separaste de mi padre —que me negó caricias porque “los hombres no se besan”—. Me refugié en mi abuela que siempre me dijo: “No eres mi nieto, eres mi hijo más pequeño”. La adoraba. Me arrancaste de ella cuando apenas sumaba cinco años. Aprendí que el arte de vivir es un secreto ahogado… Tuve el carácter para defenderme, y te lo agradezco.
En lo que me convertí, es mi esfuerzo personal, lo sabes. ¿Recuerdas?: me dejaste 12 años internado en el extranjero mientras triunfabas en Europa con tu belleza exultante. No eras mala madre, jamás podría decir eso de ti que me diste educación, idiomas, carrera. Contigo me impuse a sobrevivir, sin afectos. Sentía tu ausencia: esa presencia que miles adoraban en la pantalla. Si mi padre resintió que te le fueras de las manos, él enfurecía conmigo como si yo tuviera culpa de lo que hubo entre ustedes. Tuve que refugiarme en Agustín, que se portó como un padre afectuoso y cariñoso: ¡El mejor de tus cinco maridos!
¿Lo olvidas, mamá? Una día me llevaste al set de La diosa arrodillada, en 1946. Atrás y delante de ti el trabajoera enorme: luces, escenario, vestuario, maquillaje, manicurista; un mundo de efectos visual es donde el olor del set es distinto a cualquier otro espacio. La realidad, la verdadera realidad es un sueño que, como tú, lo con tienes todo en ese rostro petrificado. Eras difícil como madre pero divina como personaje. Fue allí —y por ti—, donde decidí ser actor. Fue allí donde te convertiste en mi enemiga. Ejerciste tu poder y me obligaste a terminar mi carrera de Ciencias Políticas. Te obedecí, hasta que me revelé y empecé de cero a construir mi propio arquitecto interior, a pesar tuyo. Fue entonces que volteaste a verme y empezamos a querernos de otro modo…
Empecé mi carrera en 1964, hasta mi partida, el 24 de mayo de 1996. Hice televisión, teatro y cine. Fuiste a develar mi placa de las 100 representaciones de El hombre de la Mancha. Padeciste como yo el escándalo que los periodistas inventaron de que tenía sida. Tuve que salir en la televisión para decir que estaba vivo, después de mi viaje en Nueva York, donde una mujer me dijo a bote pronto: “Pensaba que había muerto de sida”. Los periodistas nunca me perdonaron ser hijo tuyo cuando, lo sabes, no bebo, no fumo, me gusta la fotografía y hago de mi vida lo que quiero sin tener que pedir permiso de nada.
Mi respuesta pública la hice al trabajar en la obra Culpables, esos miles de homosexuales que el nazismo desapareció en los campos de concentración. Dirigida por José Luis Ibáñez, mi gran afecto. Gracias a él redescubrí Europa, juntos, en un largo viaje. Pocos saben lo mucho que lo quería —y él a mi—. Allí estabas tú en el estreno, con nosotros. Tu presencia constataba el aceptar mi vida, tal cual, sin adornos.
Nunca te alcancé. Sé que eres incomparable. De mi trabajo, salvo una sola película: Los caifanes, dirigida por Juan Ibáñez, el personaje que me retrata soberbio, que me ajustó como un traje. Ibáñez sería el último director en tu vida, al filmar La generala. Con ella te despediste del set.
Descansemos en paz.
No eras mala madre, jamás podría decir eso de ti que me diste educación, idiomas, carrera