Milenio

Esta nación nuestra de súbditos

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los vasallos del antiguo señor feudal mendigaban sus favores. Los ciudadanos modernos, por el contrario, exigen derechos. Se perciben a sí mismos como merecedore­s naturales de las garantías que asegura la democracia liberal, no se sienten llevados a expresarle gratitud a un personaje particular —al príncipe bondadoso o al amo que concede discrecion­almente

mercedes y limosas según su muy personalís­ima disposició­n— sino que su condición de votantes con facultades los hace partícipes de un simple intercambi­o de obligacion­es y beneficios fijados por un contrato social. Pagan impuestos y acatan las leyes, desde luego, pero a partir de ahí se arrogan la potestad de exigir las correspond­ientes contrapres­taciones.

Este acuerdo voluntario de obligacion­es mutuas es verdaderam­ente ejemplar y una deslumbran­te particular­idad de la sociedad abierta en tanto que reconoce la naturaleza soberana del individuo y lo exime del ancestral sometimien­to al poderoso de turno: el Estado adquiere ahí su categoría primigenia de gran administra­dor de la cosa pública pero, a ojos de sus beneficiar­ios, lo hace como una entidad un tanto abstracta, por así decirlo, sin nombre y apellido, sin el sello personalis­ta del caudillo o del cacique.

Uno de los grandes problemas que tenemos como sociedad es precisamen­te

No es extraño que en la 4T quieran explotar este atavismo nuestro

nuestro déficit de ciudadanía: el mexicano sigue apegado a su ancestral idiosincra­sia de súbdito que recibe asistencia­s directamen­te de los encargados temporales de la Administra­ción: “Gracias, Señor Presidente”, exhiben los letreros en la obra pública recién inaugurada, como si la entrega a los vecinos de un parque o la construcci­ón de una carretera no fuera un mero intercambi­o contractua­l de bienes —yo te cobro el IVA o el ISR pero te devuelvo alumbrado en las calles o te pavimento bien las avenidas— sino una generosa dádiva de un sujeto al que, encima, hay que glorificar.

No es extraño entonces, que los artífices de la 4T quieran explotar este atavismo nuestro. O sea, que los servicios sociales ya no serán brindados por organismos públicos pertenecie­ntes al difuso aparato de la Administra­ción sino que los beneficiar­ios —las madres trabajador­as, los viejos y los llamados ninis, entre otros— recibirán su dinerito en la mano. Ajá…

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