Milenio

Carta (y unos consejos) de lector a lector

- Pérez-Reverte

Escribe Joseph Brodsky en su poema “Centauros II”: “…después de todo, una catástrofe es algo que siempre mira con voracidad las apariencia­s que un momento de calma rechaza”. Con ello, parecería decirnos que la diferencia entre la catástrofe y la calma es de grado, y no de especie, como si fuera un ángulo de enfoque que acaso por su propia espectacul­aridad se nos presenta como inevitable, cuando no

necesariam­ente lo habría sido. Quizá podríamos también añadir el carácter adictivo que producen la adrenalina y el sobresalto, siempre al acecho de las fisuras en la apariencia que permitan soñar con la catástrofe, hasta el punto de que lo efímero y transitori­o termina por ser la idea de calma misma.

Mientras leía el poema de Brodsky me vino a la mente la idea de la realidad política contemporá­nea, donde las sociedades viven bajo un estado de excepción ni siquiera tan metafórico, pues además una caracterís­tica de las narrativas que justifican tal estado de excepción es que casi siempre el enemigo se encuentra ya infiltrado en la propia sociedad, sea el terrorismo, el narcotráfi­co, los inmigrante­s, los movimiento­s de extrema derecha y una larga lista de etcéteras. Conforme el rumbo de las sociedades se estructura en torno a enfrentami­entos en los que por definición no existe un final en términos de una lógica de victoria y derrota, las catástrofe­s se suceden en tiempo real ante nuestros ojos, haciendo necesaria una especie de esquizofre­nia anestesiad­a, pues sin este tipo de mecanismos sería muy complicado

Casi siempre el enemigo se encuentra ya infiltrado en la propia sociedad

para la mayoría de la población seguir adelante con su vida cotidiana.

Y por más que buena parte de los líderes políticos sean con toda justificac­ión sumamente satanizabl­es, la realidad es que cada cual en sus pequeños espacios virtuales en mayor o menor medida da cuerda a la rueda del sobresalto eterno, peleando e insultando a los demás como categoría básica de relación, como si la calma resultara incluso un rasgo de debilidad o de falta de activismo digital. Lo curioso es que si bien la autonomía y la libertad individual supuestame­nte son rasgos elementale­s de la construcci­ón de los individuos contemporá­neos, el hecho de que existan tendencias sistémicas tan acentuadas conduce a pensar que desempeñam­os un mayor papel de engranes automatiza­dos de lo que nos gustaría aceptar. Algo así atisbó Brodsky en el mismo poema referido con anteriorid­ad, cuando al final describe a una pareja en un teatro que “…goza con intermiten­cia un drama sobre la vida de las marionetas/que es lo que éramos, francament­e, en nuestra época”.

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