Milenio

Breve cuento de un verano hirviente

- JORGE F. HERNÁNDEZ

Jerónimo, convencido nefelibata, habitante de una nube al azar, decidió sobrevivir al verano del terso sopor insoportab­le con la ayuda de una ilusión helada: nivelar su temperatur­a corporal con el ungüento de toda frialdad acumulada en su mente. Por ejemplo, ante las gotas inminentes de la primera sudoración, Jerónimo calculaba las cifras en frío de su desfalco bancario, la helada soledad de su cuenta de ahorros y el gélido panorama invernal que le depara la crisis por venir.

Bajo el sol quemante, rodeado de sudores ajenos, Jerónimo era capaz de aislar el bochorno con la sola evocación de las miradas heladas de su novias de antaño, la mano de hielo de una cachetada furtiva al terminar un baile en blanco y negro y el témpano imperdonab­le con el que Elvira Ruvalcaba lo mandó a freír espárragos crudos en la fiesta de su graduación. Pensaba en la ojeriza fría con la que ha sido tratado en todos los empleos de su breve carrera burocrátic­a y en el iceberg de mentiras, cochupos y enredos corruptos que ha solapado con su silencio en momentos de gran secreto administra­tivo o contable y con esa nieve en mente ha sido capaz de deambular bajo las temperatur­as hirvientes de un verano insoportab­le.

Basta abrir las páginas de este diario para ir enfriando pasiones y disipar el bochorno costeño. Lo sabe Jerónimo que se planta en plena plaza pública bajo los rayos sin protección alguna y sonríe hacia su nube pasajera con el convencido alivio de que por su mente cuaja en cubos el agua helada del desprecio generaliza­do, el desdén común y corriente y la desdicha que parece ensombrece­r su grandeza. Jerónimo no siente calor porque lleva el alma en frío, congelada por la resistenci­a o resilienci­a de saberse de nube blanca, volátil y fugaz, ajeno al calor del abrazo o del acompañami­ento solidario. Él es frío y por ende, no hay calores que le calienten el cráneo y hornos ambulantes que derritan su

pavimento, las calles de su perdición y la callada topografía que sobrevuela de noche en su liviana nube de evasión. Una nube de ignorancia­s varias y amnesia funcional donde se forman breves lloviznas que no llegan a cuajar en aguacero, pero sí en una suerte de escarcha helada que le peina la cabeza y limpia los párpados cada vez que parece que cualquier calor le azota el ánimo.

Jerónimo lleva el frío de varios sabores helados y el alivio de una granizada mental en cuanto ha de cruzar por en medio de un parque que parece incendiars­e con los calores hipnóticos de este verano hirviente y le basta el eco de una frialdad antigua para sentir que vuela por encima de la mirada diabólica de todos los monstruos calientes, los de dentadura chueca y ojos al filo de un estrabismo en llamas. Jerónimo se libra de los advenedizo­s que dicen sentir placer con el calor en las venas, y jactarse del supuesto calentamie­nto epidérmico de sus proyectos insulsos allende la tremenda amenaza del cambio climático y al filo de los potajes otoñales. Jerónimo se bebe a sí mismo como quien genera refresco con la propia saliva y por ende no tiene tolerancia alguna con el hervidero de chismes, el hornito de falsedades, comal de mentiras, hoguera de interpreta­ciones, antorcha de corazonada­s o fósforo encendido de mañas y malas intencione­s.

Jerónimo está bajo el chorro imaginario de una ducha helada y camina por las calles derretidas de un verano hirviente con la secreta adrenalina de todo nefelibata: pastorear la personal nube esponjosa de un aura íntima, corola invisible que ha de librarnos de toda temperatur­a agresiva, todo lo malo que parece salir de un cañonazo de fuego… y por lo mismo, ha de encontrar el regazo cotidiano de un paño frío en cada pliegue de su nube entrañable para mirar desde arriba el breve infierno de todos los días que por hoy y solo por hoy no ha de quemarlo ni con la resolana.

Frío, frío, quien logra aislarse de las llamas amenazante­s de tanta confusión y del calor que gradualmen­te intensific­an los adeptos al autoritari­smo irracional de su calidez impostada; frío… frío el gran Jerónimo anónimo que descansa en una fresca nube que le permite sobrevolar los calores inquietos del hirviente verano, sabiendo que los vientos se vuelven brisa fresca de pura imaginació­n como defensa segura ante las lanzas dolorosas del fuego ajeno, lenguas ardientes, garras al rojo vivo.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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