Milenio

Apuestas nuevas

- LUIS PETERSEN FARAH luis.petersen@milenio.com

Con asombrosa facilidad, la delincuenc­ia organizada encuentra jóvenes que aceptan su llamada al éxito. Tanto que se podría decir que surge un nuevo sentido de la vida. Eso escribí hace casi una década, aquí en MILENIO, un domingo de 2010. Ese nuevo sentido, decía entonces, se podría enunciar así: mejor vivir poco pero con Hummer que vivir mucho pero jodido.

Nueve años y pico después, las Hummer por fortuna ya no existen (no sé si se las acabó Elba Esther Gordillo con aquella rifa sindical, una por cada sección). Pero ese juego extremo del narco y la violencia se ha generaliza­do.

Lo veía entonces en el norte del país, donde vivía y vivo aún. Ahora está por todas partes: la vida corta pero sin tantos aprietos, con camioneta, buena ropa y un fajo de billetes en el bolsillo, con arma o con amigos armados.

Con ahorros, no, qué caso tiene. Con casa, menos: es difícil que haya tiempo para tanto.

Es una manera distinta de enfrentar el destino y la pobreza. Ahí donde no hay posibilida­des de mejorar en la calidad de vida en términos reales, económicos, laborales, culturales o educativos, han encontrado un modo distinto y viable de pasar por la Tierra. Sobre todo, decía en aquel artículo, abierto como posibilida­d: muy lejos de la ancestral paciencia católica, muy lejos de la ya vieja revolución socialista y muy lejos de la actual ilusión de desarrollo en la sociedad consumista.

No es la resignació­n del cuento del Valle de Lágrimas que mantuvo las cosas por largo tiempo y según el cual lo bueno de la vida está en la otra vida; mientras, hay que apechugar para sobrevivir ésta y ganarse la que viene.

No es la revolución del otro cuento tan socorrido hace apenas algunas décadas: la pobreza es producto de estructura­s históricas cuyo destino inevitable es cambiar; a empujar, pues, que ya llega la utopía de la igualdad: tiene sentido sufrir y hasta morir por ella.

Tampoco es la fe en la economía globalizad­a que tarde o temprano, según pregona, nos enganchará y nos levantará por los aires del bienestar a condición de que nos pesque chambeando.

No. Nada de eso. Es otra cosa. Esta nueva mirada y esta forma desencanta­da de reaccionar no creen en las historias de curas, ni de políticos, ni de policías, ni de maestros, ni de industrial­es. No creen en ninguna historia, salvo en la buena suerte de morir siendo alguien, de morir sin demasiado sufrir, de morir al día pero, eso sí, que valga la pena el día. Se acurrucan bajo la protección dudosa (y lo saben) de jerarquías paralelas. Si es legal o no, eso es cuestión de una sociedad a la que no han pertenecid­o nunca y donde la ley, si existió, estuvo en contra de ellos. Si es moral o no, ¿qué es moral? Lo único que quisieran es no causarle demasiado dolor a su familia. Se apuesta la vida y se respeta al que gana.

Desde entonces, terminó de pasar la oferta panista, empezó y acabó la promesa priista y ambas lograron que las cosas siguieran su mismo curso creciente. Se añade ahora la cuarta transforma­ción que es otro relato, por no decir otro cuento. Que generó esperanzas en muchos, ni dudarlo. Lo que está en duda es si podrá mantenerla­s con algún resultado y si la vida dentro de las institucio­nes logrará un mínimo de credibilid­ad.

La 4T generó muchas esperanzas; la duda es si las institucio­nes tendrán un mínimo de credibilid­ad

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