Milenio

Viaje rápido a los años 50 en CdMx

El 3 de julio de 1955 la mujeres pudieron votar. Acapulco era considerad­o la Golden Rute, una publicació­n bilingüe que los hoteleros producían, y actores de Hollywood vacacionab­an en el puerto, recién inaugurada la costera Miguel Alemán

- Susana Iglesias

Los años 50 en Ciudad de México, época de rompimient­o, era el año de 1951 cuando el cine hecho en México triunfaba en Cannes con la categoría de mejor dirección, la violenta y magistral Los Olvidados arrasó. Lo de “mexicano” es dudoso, ¿Buñuel hacía películas españolas, mexicanas o hechas en México?, háganmelo saber. El 3 de julio de 1955 la mujeres pudieron votar. Acapulco era considerad­o la Golden Rute, nombre de una publicació­n bilingüe mensual que los hoteleros producían, actores de Hollywood vacacionab­an en el puerto, recién se había inaugurado la costera Miguel Alemán. La emoción del abuelo al contar de los años 50 terminaba en lágrimas, rumbo al paraíso corrió un Spider al lado de mi padre. El cine Mariscala vendía toda su taquilla. Parece que la lluvia nos regresa al pasado, que nos arroja a la cama para sudar viejas historias. La muerte del padre, determinan­te para entender que con él murió el fuego que me hacía levantarme ante la menor provocació­n para bailar jive. Ya no poseo la alegría que necesita ese estilo, dicen que proviene de una danza de guerra africana, otra versión habla de un baile ritual entre esclavos para soportar el mandato de sus tiranos. El rock and roll, mi desayuno por las mañanas, Calloway las canciones de cuna. El ass duck de mi padre agitándose mientras conducía su invencible

Valiant al ritmo de Glenn Miller, Elvis, Wilson y todos los grandes. Tengo un recuerdo aterrador, tierno: Perkins cantando en la casettera del auto de mi padre una versión rara de

Jailhouse Rock mientras un motociclis­ta derrapaba frente a nosotros en Reforma y el Eje 2 Norte desapareci­endo debajo de un camión de carga, el motociclis­ta sin casco murió rumbo al hospital. Un joven de pantalones entallados con la cara ensangrent­ada, no olvidaré que mientras lo sacaban sonreía a pesar del dolor, todo

estará bien, todavía resuena ese aullido de mi padre.

Es otro año y las hordas de oficinista­s atiborran los taxis, la única forma de escapar del martirio del apestoso Metro es agandallar­le a esa entaconada el taxi, lleva el gafete de un banco prendido al saco azul marino brilloso de tanta plancha. La ciudad es caótica en viernes a las siete de la noche. Be Bops, un diner en la calle de Medellín, colonia Roma, la última vez estuve ahí sola, eché vodka de mi anforita oculta a la enorme malteada. Una chica con playera de Morrissey baila jive con un chico delgado de aire altivo. No logra abrir el

split, lo intenta, su cadera no es tan elástica para los 180 grados, se apresura demasiado. A mitad de los años 50, la posguerra estadunide­nse tocó el espíritu de los jóvenes que se rebelaron rechazando lo establecid­o, rebeldes

sin causa, escuchando rock and roll, más que un género musical: un estilo de vida. Los locos del

ritmo, grupo pionero que inspiró a otros grupos de rock mexicano, fue el primero que grabó en México, Tus ojos suena en el local. Las parejas se abrazan, comienza el ritual de los que se entregan a la letra. Entonces lo veo, está ahí, en el gabinete de enfrente, busco a su chica, no existe, está solo, lleva un pantalón azul oscuro Rider Lee, T

shirt blanca arremangad­a, boina de motociclis­ta, asombrosas gafas Indo descansan en la mesa, nuestras miradas se cruzan, después los ojos se detienen en nuestra idéntica malteada de vainilla, nos miramos otra vez. Le sonrío, no me devuelve la sonrisa. Ya está: dos solitarios rodeados de personas que hablan por hablar, de parejas bailando pegadas. Inesperada­mente la orquesta de rock en vivo toca In the mood de Glenn Miller, movimiento­s sensuales, otros frenéticos, inundan la pista. Se levanta, escoge una esquina del piso cuadricula­do, baila. Tiene un cuerpo hermoso, es flexible, brazos delgados, armómicos. Ese coqueteo con el boggie woogie de sus caderas combina con los pies

que se deslizan ágilmente. Baila, solo. Una chica de vestido negro con aberturas a los lados que dejan ver unas piernas preciosas se acerca, la rechaza deslizándo­se con un perfecto chasse lateral para después darle la espalda. Baila solo, sus walks son magnéticos. Chubby Checker y su Let’s Twist

Again golpea mi sangre, no tengo la alegría del jive, sí la salvaje torcedura del twist, la batería marca bien el ritmo, no me preocupo, solo debo seguirla, me levanto a bailar. Una balada de los Sinners deja semivacía la pista, después

Hiedra Venenosa de Los rebeldes del rock estalla separando a las parejas que resisten los embates del cansancio. Ya no soy yo,

posesa del rock and roll. Tal vez podríamos hablar. Me siento en su gabinete, le pregunto dónde aprendió a bailar.

—Solo, mirando videos de Sam Cocke. Me moría de amor los viernes esperando a alguien que jamás llegó, el arpón de la ilusión y sus heridas mortales. El arrabal de los que hablan con otros no me interesa.

Se levanta. Suena Peggy March, pago la cuenta, I will follow him. Caminó hasta la esquina de Querétaro, tomo un taxi. Vuelvo sola a casa, soñando con el hombre que tras despedirse, repentinam­ente, sube a mi taxi, me besa mientras una canción de

Cab nos seduce. Una mujer vuelve sola a casa e Insurgente­s está averiado por la lluvia. Las luces apagadas del portón, girar la llave. En la oscuridad de la sala enciendo la computador­a. Cuando quiero ver a mi madre, busco un video de los Rockin Devils, ahí la puedo ver, alocada, sonriendo, baila con su peinado de bollo perfecto, los labios abultados y el arco de cupido que enloqueció al hombre rubio con actitud de maldito, mi padre. Cada tarde el sol se apaga sobre tu Harrington, papá. La he colgado en la pared arriba de mi cabecera junto a un vestido negro de los años 50 de mamá en el que se bañaron las estrellas la noche que bailaron fusionados y descalzos en Hermosa Beach, por las noches sus ropas colgadas en la pared cobran vida, enciendo la tornamesa con The Skyliners, apago las luces, una bala me atraviesa: el recuerdo. * ESCRITORA. AUTORA DE LA NOVELA SEÑORITA VODKA (TUSQUETS)

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LUIS M. MORALES

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