Milenio

Triunfa mexicano en el Ballet de Tokio

“Mi miedo más grande es no tener nada que aportar”, dice el artista nacido en Ciudad de México

- ANA LAURA SANTANA PLASCENCIA CIUDAD DE MÉXICO

Braulio Álvarez, primer bailarín extranjero en ser solista del Ballet de Tokio, regresó a México como parte del elenco de la Gala de Premiación y Clausura del XIV Concurso Nacional de Ballet Infantil y Juvenil 2019 el jueves pasado.

Su historia, como la de otros tantos artistas del ballet que están modificand­o es quemasen el extranjero, tiene su origen en México, a

donde regresa para compartir sus experienci­as y aprendizaj­es.

Álvarez nació en Ciudad de México y desde entonces la danza lo acompaña. Es posible, incluso, que diera algunos de sus primeros pasos sobre la duela de un salón de danza en compañía de su madre, la bailarina Irasema de la Parra.

Para el solista del Ballet de Tokio, la danza fue un elemento intrínseco a su existencia, pero hasta los 11 años tomó una decisión definitiva: ser bailarín profesiona­l.

Comenzó a prepararse del amano de su madre en la Academia de Ballet del Pedregal y lo tomó muy en serio: a los 15 años obtuvo su primera beca para estudiaren laIdyllwil­dArtsA ca demy de California.

¿Por qué no ingresar a una escuela de formación profesiona­l del Estado?, se le pregunta en entrevista. “Ni siquiera lo consideré. Probableme­nte no me aceptarían. Las escuelas de formación profesiona­l tienen sus requisitos muy claros y se enfocan en cualidades natas. Yo no las tenía. No era flexible y tampoco tenía en dehors (rotación externa de cadera, rodilla y tobillo a 90°, conocida como rotación de 180° entre los bailarines).”

Pero, como para muchos mexicanos que están haciendo historia, para Álvarez se trataba de asumir el reto. “Que me dijeran que no no era una pared. Ya nada podría detenerme”, expresa Álvarez.

Y con esa idea clara, se puso a trabajar muy duro, alcanzó su primer logro, hizo las maletas y emprendió el camino.

Luego de esta primera salida, Braulio Álvarez siguió bailando por el mundo. De Estados Unidos viajó a Hamburgo, Alemania, para seguir su formación y permaneció en la Compañía de Ballet durante ocho años, desempeñán­dose como bailarín y coreógrafo, bajo la tutela del gran John Neumeier.

Pasado el tiempo y con nuevos intereses, decidió que era momento de cambiar de paisaje y terminó en Japón, donde baila actualment­e y se desenvuelv­e también como coreógrafo y maestro.

En el lugar indicado

Para él, la experienci­a en Japón ha sido muy enriqueced­ora en relación con el diálogo generado entre dos culturas: la mexicana y la de su país de residencia. En un sitio donde la gente no suele decir lo que piensa por no incomodar al otro, más que por reprimir las ideas (como lo ha ido comprendie­ndo él), Braulio dice lo que piensa con cautela. Llegó así para romper el paradigma y para enriquecer con sus saberes al mundo de la danza.

Llegó, dice, “al lugar indicado y en el momento indicado”. Respecto al diálogo con la cultura japonesa, menciona que ha sido una experienci­a muy interesant­e. “Fue nuevo para todos y estamos aprendiend­o juntos”.

Todo entonces parecía estar a su favor: cuando se presentó en Japón, ya tenía una trayectori­a importante, había bailado en distintas latitudes del mundo, sabía japonés y la compañía contaba con una directora nueva mucho más abierta y receptiva.

Pensando en lo que podrían asimilar los bailarines mexicanos de la cultura japonesa, Álvarez habla de la disciplina como el único camino. Una disciplina que le permita al ejecutante tener pleno conocimien­to de lo que hace y de sus motivos. No dejar nada a la casualidad o al destino.

Al preguntarl­e sobre lo que piensa sobre las políticas públicas en materia de cultura, el bailarín refiere: “Infraestru­ctura se tiene, pero no se utiliza al 100 por ciento”.

Braulio Álvarez explica que, a su parecer, no solamente es una cuestión que correspond­e al gobierno y que no solo debe hablarse del desarrollo cultural en el ámbito político, sino que hay que apelar también a la inversión del sector privado, aprovechar los recursos que se tienen y generar nuevas propuestas.

Considera que el público debe comprender que el arte tiene un precio y que debe valorarlo. Es un trabajo que requiere de la voluntad y la convicción de todos los sectores implicados, indica.

Así, ante la pregunta sobre si alguna vez tuvo miedo a lo largo del camino, él responde: “Mi miedo más grande es no tener nada que aportar”.

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ESPECIAL A los 15 años obtuvo una beca para estudiar en la Idyllwild Arts Academy de California.

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