El narco en #CDMX y el chilango way of life
jpbecerra.acosta@milenio.com @jpbecerraacosta
Ni hablar. No hay cárteles ni crimen organizado en CdMx, nos decían mientras maquillaban las cifras
Desde hace varios años (con mayor énfasis durante el sexenio pasado) algunos periodistas advertimos sobre lo que habíamos reporteado en las calles y en círculos policiales: miembros del crimen organizado se habían instalado ya en Ciudad de México y se pelearían la plaza cada vez de forma más violenta.
Era cosa de meses —alertamos— para que padeciéramos balaceras en restaurantes, bares, o antros de zonas pudientes, tal como sucedió el miércoles pasado en el centro comercial Artz Pedregal.
No eran narcos que estaban de paso (publicamos); no, se trataba de criminales que habían decidido residir en la capital y aliarse con delincuentes locales y extranjeros. Tenían dos objetivos: el primero, asimilarse a la franja pudiente de la sociedad chilanga, integrarse a sus usos y costumbres y lavar dinero; el segundo, controlar el gigantesco mercado chilango, donde se consumen enormes cantidades de drogas.
Con el tiempo, los criminales también implantaron y disputaron negocios adicionales, como la extorsión y la usura.
En un inicio no cometieron los mismos errores que los criminales de otros estados, como los de Guerrero, que aniquilaron Acapulco con sus violentísimas guerras, pero, tal como era de esperar con temperamentos machos en competencia, poco a poco los capos y sus egos provocaron que la sangre se derramara sin el menor recato.
Simultáneamente, los criminales creían refinarse: frecuentaban cines VIP, conciertos, tiendas, galerías, boutiques, joyerías, y de pronto ya los teníamos sentados al lado en los mejores restaurantes, comiendo a unos metros de un secretario de Marina. Todos simulaban que no veían, que eran espejismos, como si no fueran evidentes sus ostentaciones y complicidades: sus coches, los más caros e inalcanzables, casi siempre de colores naquísimos; sus inmuebles en zonas exclusivas; su ropa y calzado de aparadores neoyorquinos que antes solo usaban extravagantes artistas musicales y deportistas sin cultura; sus joyas de precios exorbitantes y gustos de terror; sus pagos en cash por todos lados, sus American Express de nombres falsos, sus ademanes retadores y vulgares, sus armas apenas disimuladas bajo sus ropas o abultadas en sus mariconeras, sus sicarios siempre merodeando, las autoridades silbando hacia otro lado.
Nos jodimos. Aquí estamos ya, tal como advertimos que ocurriría, y la autoridad se negó a reconocer, suplicando en silencio que hoy no vayan a entrar unos hijos de puta (o unas hijas de la chingada) a ejecutar a los de la mesa de al lado. Aquí estamos, implorando que sean muy pros y tengan estupenda puntería, para que sus ráfagas no nos alcancen, o cercenen a nuestros acompañantes.
“¡Al piso! ¡Al piso!”. Los gritos en Artz Pedregal ya no se irán nunca. Aquí estamos ya los chilangos, escuchandosilbidosdebalas,chateandoytuiteandopecho tierra, como hace años veíamos que sucedía en territorios comanches (nos burlábamos) de otros estados.
Ni hablar. No hay cárteles ni crimen organizado en CdMx, nos decían mientras maquillaban las cifras de los delitos, los muy desgraciados. Bravo, ahora en la capital ya convivimos con el peor narco, ése al que le encanta sembrar terror en cualquier lugar, como en la mismísima Artz Pedregal. Gracias, canallas...