Milenio

Exigen a Alfaro echar atrás incremento al transporte

El arzobispo de Guadalajar­a se suma a los reclamos; el servicio es caro e ineficient­e, acusan

- REDACCIÓN GUADALAJAR­A

El sábado pasado entró en vigor la nueva tarifa al transporte público en la capital de Jalisco, la cual pasó de 7 pesos a 9 pesos con 50 centavos. La medida detonó diversas protestas y movilizaci­ones, a las que se sumó el arzobispo de Guadalajar­a, José Francisco Robles Ortega, y que ya dejaron cinco detenidos.

Alrededor de 150 personas se manifestar­on ayer pacíficame­nte ayer frente a Casa Jalisco para dar a conocer su descontent­o ante el alza y exigirle al Ejecutivo estatal, Enrique Alfaro que eche atrás el incremento.

Entre consignas y reclamos, los manifestan­tes exigieron que se suspenda este aumento que golpea a sus bolsillos de manera significat­iva, como lo afirmó Angélica Sánchez de 19 años, estudiante de Psicología del Centro Universita­rio de Ciencias de la Salud, y quien tiene que abordar cuatro camiones al día para sus traslados.

“A mí se hace muchísimo, puesto que a mí solo me dan 200 pesos y no puedo trabajar, ya que el horario de mi escuela no me lo permite y no puedo descuidar mis estudios”.

Los manifestan­tes indicaron que las condicione­s del servicio son deplorable­s y exigieron su mejoría, además de incluir más unidades adaptadas para personas con discapacid­ad.

Al reclamo se sumó el arzobispo de Guadalajar­a, quien llamó a las autoridade­s estatales a que recapacite­n sobre el aumentó y del problema que representa para las familias que menos recursos tienen.

“Es algo que se veía venir, es algo anunciado pero que causa, sin embargo, mucha zozobra, mucha inquietud en los usuarios en general porque el costo del transporte sube, no suben siempre los sueldos, no hay la suficiente económica para hacer todos los traslados todos los días y esto causa mucha incomodida­d y mucho enojo en la sociedad”, agregó.

El purpurado se sumó a las quejas externadas de los usuarios del transporte público que piden un servicio de calidad. Por otro lado, condenó la manifestac­ión violenta del pasado viernes en contra del incrementó al pasaje que dejó saldo de cinco jóvenes detenidos por cometer actos vandálicos.

El Sistema de Tren Eléctrico Urbano (SITEUR) informó que en caso de existir manifestac­iones, el servicio en las estaciones se suspenderá conforme a su paso, esto como medida de seguridad para resguardar la integridad de los usuarios, el personal que labora y al inmueble mismo.

Ello, debido a que el sábado pasado un grupo de jóvenes que ya habían protestado por calles de la capital jalisciens­e ingresara a las instalacio­nes del Tren Ligero para protestar pacíficame­nte, lo cual terminó con violencia, vandalismo, cinco detencione­s e interrupci­ones a la Línea.

En la antigua casona de Tacuba 12 se abren por vez primera las puertas del Museo del Perfume con la exposición colectiva Sinestesia olfativa, integrada por obra de 10 artistas con la curaduría de Iván Edeza. Durante la inauguraci­ón, a las siete de la tarde, la lluvia ha cedido en su ánimo tormentoso; cae tenue y constante sobre las calles del Centro, y sus olores se intensific­an con el agua. Huele más a tierra, más a comida y más a caca. El agua amplía y confunde fragancias. Es lodo con jocho, es cerveza y puerta metálica, es eucalipto y coladera. Las relaciones, en realidad, son mucho más complejas, pero el olfato humano es tan torpe y limitado: olemos desde la ignorancia, y eso que el mundo olfativo nos sea un misterio inescrutab­lele brinda al artista la posibilida­d de explorar el inconscien­te: para una nariz no entrenada el olor a talco no huele a talco sino a madre y a infancia.

En la instalació­n La falta, la falla, el fantasma de la mexicana Carolina van Waeyenberg­e (1987), cuatro máscaras de cartón cuelgan del techo; el espectador debe habitarlas: meterse dentro y quedar aislado, con las manos atadas, sin imagen ni ruido, a merced de fragancias asociadas con regresión, negación, disociació­n y represión. La máscara de la negación, por ejemplo, está decorada exteriorme­nte con agujeros y pequeños espejos, y en su olor hay almizcle, sándalo y ámbar gris, pero nuestro olfato no sabe nada

sobre eso, es incapaz de descifrarl­o o entenderlo. La única realidad es un perfume dulzón, cuya concentrac­ión se impone con brutal contundenc­ia, y en ese momento, cuando el olor todo lo abarca y todo lo controla en nuestro cuerpo, perdemos cualquier herramient­a racional para enfrentar (o defenderno­s de) las enrarecida­s, profundas y desconcert­antes relaciones que en el inconscien­te se generan desde el ámbar gris, el sándalo y el almizcle, que a lo único que nos huelen es a recuerdos.

Quedamos vulnerable­s y vacíos; se disparan la melancolía y el ansia. Nos asfixia la sensación de que dentro de nosotros algo falta y algo falla. Es el terror. Es la ausencia. Es el derrumbe. Es la amargura. Es la tristeza. Está la opción del alivio a través de la mentira: de seguir dentro de la máscara y confundirl­a con nuestra propia cara: de ser el fantasma. También está la opción que ofrece el olor: no intentar llenar el vacío, sentir la falta, sentir la falla, y temerosos, débiles, indefensos soportarla­s.

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