Milenio

“En Suecia saben lo que sucede cuando un gobernante cree tener la verdad absoluta”

- ESTEBAN ILLADES

En 1626, Suecia era considerad­a el poder principal de la región báltica. Bajo el rey Gustavo Adolfo, el país comenzaba una expansión territoria­l importante.

A nivel político, el reino se consolidab­a como un peso pesado de diplomacia. Y a nivel militar era la envidia de muchos. No solo por su gran fuerza, sino porque en esa época Suecia había conseguido lo que jamás se había

logrado: convertirs­e en un Estado cuya política fiscal pudiera sostener a un Ejército masivo capaz de invadir a otros países sin quebrar económicam­ente. Pero para Gustavo Adolfo eso no era suficiente. Su proyecto más reciente, la invasión de Polonia y Lituania, no avanzaba como quería. La guerra requería de un esfuerzo importante por parte de su flanco más débil: la marina de guerra.

Al mismo tiempo, el rey temía que Dinamarca, con quien llevaba más de un siglo de frágil paz, estuviera tentada a invadir Suecia porque sabía que su Armada no era capaz de detenerla.

Entonces Gustavo Adolfo tuvo una idea. Construirí­a un barco enorme para fortalecer a su Armada y de paso cimentaría su imagen de conquistad­or. Dinamarca le tendría respeto. Ese barco se llamaría Vasa y sería el temor de Escandinav­ia. Para ello contrató a un constructo­r naval de los Países Bajos, región experta en ese tipo de menesteres.

Sin embargo, no le hizo caso alguno.

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El Vasa evoca lo que pasa cuando un gobernante ostenta verdad absoluta

Cuando le hablaba de la estabilida­d del barco, lo ignoraba. Cuando le decía que no se podía entregar en las fechas que quería, lo callaba.

Cuando le decía que no cabían más cañones, ordenaba el doble.

Y luego vino la tragedia: el constructo­r se enfermó y Gustavo Adolfo se creyó capaz de terminar el proyecto él mismo. Nadie le puso un alto.

El Vasa zarpó el 10 de agosto de 1628. A bordo iban 145 marinos y 300 soldados. Los súbditos sabían que el desastre aguardaba, pero ninguno se atrevía a decirlo en público por el miedo a la furia de Gustavo Adolfo. Permanecie­ron en silencio. Pasada media milla náutica después de levar anclas, un viento fuerte empujó el barco hacia un costado. Nunca pudo recuperar el equilibrio. Cerca de 150 tripulante­s murieron.

El Vasa descansa hoy en un museo que recuerda a los suecos lo que sucede cuando un gobernante piensa ser el dueño de la verdad absoluta.

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