Milenio

El gran rival

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

El programa olímpico, como lo conocemos, parece insostenib­le en la próxima década sin la inclusión de una serie de tendencias o actividade­s que han cautivado a una generación nacida en una época dominada por los botones. Lanzar la jabalina, el martillo, la bala, saltar con una pértiga, remar, elevarse por encima de una valla, levantar una pesa, arrojarse desde una plataforma o tirar una flecha son apenas un puñado de los grandes clásicos que se están quedando sin seguidores, peor aun, sin practicant­es.

La Carta debe cambiar si pretende atraer a millones de jóvenes que se aburren mirando los Juegos. Hay algo todavía más grave alrededor del olimpismo, la audiencia que debe captar durante los próximos diez años no tiene la misma capacidad

de asombro que el público tradiciona­l: volar, sostenerse en el aire, dar en el blanco, sumergirse, luchar contra los elementos o romper las barreras del tiempo carecen de valor para un segmento de la nueva población mundial, que piensa que estas hazañas son más emocionant­es, si se se hacen con un ordenador.

Esta semana, por primera vez en la historia, un campeonato de videojuego­s arrasó con las grandes bolsas que reparten las principale­s competicio­nes deportivas. El Mundial de Fortnite, cuyo objetivo es sobrevivir y salvar al mundo desde un sillón, repartió 30 millones de dólares en premios. El ganador, un adolescent­e de 16 años, se embolsó 3 millones en un fin de semana superando lo obtenido por Novak Djokovic, campeón de Wimbledon; Rafael Nadal, campeón de Roland Garros; Tiger Woods, campeón del Masters de Augusta, y Egan Bernal, campeón del Tour de Francia. Kyle Giersdorf, Bugha, nacido en Pensilvani­a un año antes de los Juegos Olímpicos de Atenas donde compitió por primera vez Michael Phelps, es el nuevo modelo de ídolo para millones de jóvenes por todo el mundo.

Frente a este fenómeno de entretenim­iento juvenil, virtual y participat­ivo, los viejos Juegos, aun siendo practicado­s por jóvenes, tienen un periodo de caducidad marcado por la aparición de nuevos formatos. El futuro está en su definición, hoy más que nunca el deporte olímpico debe funcionar como un movimiento, sus poderes espiritual­es son inigualabl­es.

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