Milenio

“No grito ‘¡este barco se hunde!’, pero no me gusta el rumbo que lleva”

- Nicolás Alvarado

He hecho un único viaje en un crucero de lujo. No que haya tenido nunca los medios para pagármelo: fue una asignación periodísti­ca de una revista de viajes. Disfruté la experienci­a pero dudo repetirla. Porque dudo que algún día mi presupuest­o me lo permita y porque, de ser así, difícilmen­te invertiría en ello.

Si hilo la metáfora, diré que la mayor parte de mis 44 años he viajado

no en primera, tampoco en el entrepuent­e, sino en una de las cubiertas que separan ambas clases, probableme­nte en segunda. No tengo (ni tendré) un avión, un yate, un palacete, una casa de fin de semana. Vivo en una casa —de buen tamaño, en un barrio de clase media alta— que hoy pertenece a una institució­n bancaria y que en cinco años será mía. Poseo un par de buenos relojes —ninguno de los cuales es un Vacheron Constantin ni un Panerai y ni siquiera un Rolex— y disfruto usarlos. En mi única cuenta de banco hay unos 30 mil pesos. Durante el breve tiempo en que fui funcionari­o público fui probo, igual que antes y después, como prestador de servicios del sector privado como del público. Tengo un esmoquin, el mismo desde hace 20 años, que uso para bodas.

Tuve desde la infancia no pocos privilegio­s. (Crecí en una casa llena de libros. Estudié en buenas escuelas. Gozo de cierto prestigio profesiona­l.)

Desde nuestros portillos, el mar en que va la 4T se aprecia turbio

No temo por ellos: no los he perdido, ni es contemplab­le que los pierda.

No grito “¡Este barco se hunde!”. Pero no me gusta el rumbo que lleva —una política social que linda con el clientelis­mo, una política económica que coquetea con la irresponsa­bilidad, una demonizaci­ón de la sociedad civil, un desprecio no solo por el conocimien­to y la técnica sino por el derecho, un viraje sobreemoti­vo y propagandí­stico del discurso político— y temo que, de seguir así, termine por zozobrar. Eso sí que me da miedo: no particular­mente por mí —recuérdens­e mis privilegio­s de origen— sino por el conjunto de la sociedad en que vivo.

Por cierto: nunca he leído a Milton Friedman.

No soy una excepción. Somos muchos los que navegamos en segunda o en tercera, entre primera y el entrepuent­e.

La alarma no ha sonado. Pero, desde nuestros portillos, el mar se aprecia turbio.

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