El odio siembra odio, las armas lo materializan
Son claros los puntos de contacto entre retórica racista, xenófoba y antiinmigrante de Trump y la violencia de este joven de 21 años que maneja nueve horas para llegar a El Paso
“Condenamos estos actos odiosos y cobardes”. Donald Trump
Muchas pistolas y rifles vendidos en el vecino del norte matan allá a más de 30 mil cada año
Por disposición del presidente de Estados Unidos, durante cinco días todas las banderas ondearán a media asta en los edificios federales en “respeto solemne” por las víctimas de los recientes tiroteos masivos en aquel país.
Es una decisión pertinente, en sí misma inobjetable, pero todos sabemos que no devolverá la vida a nadie ni restaurará totalmente la de quienes resultaron heridos: 35 muertos y alrededor de 70 lesionados, más de 100 afectados gravemente por tres jóvenes armados de odio y fuego.
El odio y las armas destruyen. Ambos son fuentes de muerte. El odio se arma para materializarse. Círculo fatal que se nutre a sí mismo.
¿Por qué tres hombres deciden asesinar a quienes no conocen en tres lugares distintos: Gilroy, Californa; El Paso, Texas; y Dayton, Ohio, en el transcurso de una semana? ¿Por qué más de 250 personas optan por convertirse en asesinos masivos en los primeros siete meses de 2019?
Las motivaciones son diversas y sus causas también. Imposible reducirlas y simplificarlas. Honda y compleja es la sinrazón. Cada uno habrá sabido el impulso de sus acciones. Pero todos usaron armas que pueden comprarse legalmente y sin apenas requisitos, incluso por internet. Odios y resentimientos encuentran salida en leyes laxas. Muchas armas vendidas en Estados Unidos matan allá a más de 30 mil anualmente, según estimaciones. Muchas otras, miles y miles cada año, matan, sin cálculo posible de víctimas, en territorio mexicano. Por eso el debate estadunidense es también nuestro debate, y el reclamo de los opuestos a esas leyes es también nuestro reclamo.
Si mucho importa a muchos lo que sucede allá con las armas, a casi nadie de ellos interesa lo que pasa aquí con esa enorme capacidad de fuego que nos envían con ligereza y cuya mortandad nos censuran con vehemencia.
Pero hay algo más en el fondo
de las motivaciones de los asesinos, una causa no única pero sí determinante.
Casi siempre la violencia comienza con palabras, con ideas.
Lamenta el presidente Trump los hechos, tanto como nosotros lamentamos sus 30 meses de discurso de odio desde la sede del máximo poder político de Estados Unidos.
Se regodea el mandatario con frases, acusaciones y adjetivos: los mexicanos y centroamericanos son peligrosos delincuentes, violadores, roban empleos y beneficios y se aprestan a invadir Estados Unidos. Deposita odio en espera de que en sus cuentas electorales florezcan votos. Antes por la elección, hoy por la reelección.
Y no advierte, al condenar los hechos, la relación de éstos con su discurso. Habla desde la inocencia: “Nuestra nación llora con aquellos cuyos seres queridos fueron asesinados en los trágicos tiroteos de El Paso, Texas, y Dayton, Ohio, y compartimos el dolor y el sufrimiento de todos aquellos que fueron heridos en estos dos ataques sin sentido”.
Pero el “manifiesto” del homicida de Texas se asemeja a la retórica presidencial: habla de los “hispanos invasores”, que pretenden desplazar a la gente blanca de origen europeo, en tanto que en su historial de Twitter se pronuncia contra mexicanos y judíos, contra los medios y “sus noticias falsas”, y contra el despojo por parte de inmigrantes de los empleos que “deben ser de los nativos”.
Y al ser detenido proclama su objetivo con orgullo: afirma que su intención era matar a tantos mexicanos como le fuera posible.
Acusar al presidente estadunidense de empuñar las armas y disparar sería un despropósito, pero son claros los puntos de contacto entre su retórica racista, xenófoba y antiinmigrante y la violencia de este joven de 21 años que maneja nueve horas para llegar a El Paso y allí, donde muchos mexicanos viven o van a estudiar, a trabajar, a pasear y a comprar, dispara a granel en un supermercado.
Las palabras de odio siempre siembran odio, aunque quienes las pronuncian no se hagan responsables de su trágica cosecha.