Historias de mar y de los viejos marinos
Ami parecer, una de las preguntas políticas más complejas de dilucidar es la que traza la relación entre la micro y la macropolítica, principalmente en una época en la que para bien o para mal, buena parte de la vida privada se ha vuelto pública, por elección de la enorme mayoría de las personas. Lo anterior lo menciono porque en la medida en la que tendemos a compartir abiertamente nuestros actos y opiniones, parecería haber una inclinación a considerar que la opinión en medios virtuales es en sí un acto político (cosa que, estrictamente, es absolutamente cierta). El asunto crucial sería entonces dilucidar cuáles son los efectos políticos reales de estas formas de expresión contemporáneas.
En términos formales, desde hace poco más de medio siglo, el gran acto político al alcance de todos ha sido el voto. Fuera de este acto, el resto de relaciones sociales (la relación con los vecinos, por ejemplo) en general se consideran del dominio privado. Así, probablemente todos conozcamos ejemplos de personas que profesan un credo progresista, incluso en ocasiones subversivo, que en privado se conducen de manera despótica, machista, racista, clasista, etcétera. A lo que quisiera llegar es a que si de por sí la democracia liberal ofrece la posibilidad de ser una persona en las urnas y otra en el ámbito privado, con la irrupción de lo virtual como gran arena política esto se ha exacerbado, pues es posible ser aún más fervorosos y radicales en las redes que en las propias urnas, sin que ello implique prácticamente nada en términos de la política de la vida cotidiana.
Quizá ahí radique en la actualidad uno de los mayores triunfos de la antropología neoliberal, pues la posibilidad
El ámbito de la ética personal es una pequeña caja de resonancia de lo que ocurre a gran escala
de palomear públicamente todas las categorías políticas que nos parezcan loables, al tiempo que en lo privado nos conducimos a partir de buscar el propio beneficio (e incluso la competencia y la idea de destacar a partir de aplastar a los otros es ampliamente considerada una cualidad) es una especie de receta perfecta para producir una realidad como la que padecemos, sin que sea culpa de nadie. Por eso gente como George Monbiot insiste tanto en que el ámbito de la ética personal es una pequeña caja de resonancia de lo que ocurre a gran escala, pero en ese caso habría que repensar la conexión entre aquello que tanto repudiamos en nuestro álter ego público y lo que Benjamin llamó el lugar que cada quien ocupa en el sistema productivo. A lo mejor termina siendo más políticamente radical entablar relaciones y actos productivos a partir de un paradigma distinto del de la competencia y la acumulación, que todos aquellas publicaciones incendiarias en las redes sociales, que más parecen destinadas a alimentar la propia visión idealizada de uno mismo, que a aportar algún tipo de contribución política significativa.