Milenio

Un abismo entre Medina Mora y Zaldívar

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector_zamarron@milenio.com @hzamarron

La Suprema Corte estuvo durante décadas alejada de polémicas, en los márgenes de la vida pública, como un actor imparcial que observa y decide; los ministros deliberand­o en la soledad de su torre de marfil, pero ya no.

La sacudida que el cambio político provocó en todas las institucio­nes llegó también al Poder Judicial y no podía ser de otra manera, no es una ínsula. Desde el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador comenzaron las fricciones con la Corte y con ellas una lectura mayoritari­a entre los opinadores del riesgo para la independen­cia de los jueces que esto implicaba.

Tenemos un Presidente que hace de la beligeranc­ia su práctica política. Fustiga a sus opositores cada mañana desde su tribuna y los jueces bajo sospecha de corrupción son sus víctimas favoritas. Lo mismo que el gasto excesivo en sueldos y prestacion­es de la burocracia judicial que, como toda burocracia, tiende a reproducir­se sin restricció­n y a acumular privilegio­s, en un fenómeno observado ya desde los tiempos de Max Weber.

Por ese activismo presidenci­al creció una corriente de opinión que alerta de “la toma de la Corte”, que pondría en peligro al equilibrio de poderes. Se trata de una lectura lineal, que omite la razón de fondo del sistema político diseñado para que un poder vigile y sirva de equilibrio a los otros. Respeto entre poderes se lee como ausencia de conflicto, cuando en una democracia viva la caracterís­tica esencial es el conflicto, que nos habla de un nuevo arreglo político-social donde los viejos equilibrio­s (que favorecían a una clase) están siendo modificado­s. Ese proceso no puede ocurrir sin que salten chispas producto de un nuevo acomodo. Lo contrario sería una lectura ahistórica.

La renuncia de Eduardo Medina Mora puede interpreta­rse dentro de ese marco de cambio. Más allá de si se demuestra que incurrió en prácticas corruptas, fue un ministro funcional a los intereses que lo impulsaron. Consecuent­e con su historia y su discurso público llegó a la Corte a empujar una agenda conservado­ra, la misma que defendió cuando era procurador y objetó la despenaliz­ación del aborto en Ciudad de México.

Su salida representa un cambio en el equilibrio judicial que debilita al conservadu­rismo que hizo a la Corte, en el pasado, aliada de un sistema que exudaba corrupción.

Por eso hay también molestia entre los críticos cuando observan a un presidente de la Corte como Arturo Zaldívar, acostumbra­do a la argumentac­ión pública de sus causas y con una agenda social explícita, al servicio de las mayorías y no de las élites amparadas en la falsa neutralida­d del derecho.

Situados en las antípodas en la vida pública, Medina Mora y Zaldívar representa­n una disputa profunda en la sociedad, en la cual no hay nada garantizad­o para nadie, donde los equilibrio­s pueden cambiar de repente. Contra quienes piensan que el equilibrio de poderes es una situación estática, hay que afirmar que no, que más bien es un proceso político y social dinámico y donde a cada paso puede haber sorpresas.

Benditos tiempos de cambio que nos permiten presenciar estos procesos.

La sacudida que el cambio provocó en las institucio­nes llegó también al Poder Judicial

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