Un abismo entre Medina Mora y Zaldívar
La Suprema Corte estuvo durante décadas alejada de polémicas, en los márgenes de la vida pública, como un actor imparcial que observa y decide; los ministros deliberando en la soledad de su torre de marfil, pero ya no.
La sacudida que el cambio político provocó en todas las instituciones llegó también al Poder Judicial y no podía ser de otra manera, no es una ínsula. Desde el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador comenzaron las fricciones con la Corte y con ellas una lectura mayoritaria entre los opinadores del riesgo para la independencia de los jueces que esto implicaba.
Tenemos un Presidente que hace de la beligerancia su práctica política. Fustiga a sus opositores cada mañana desde su tribuna y los jueces bajo sospecha de corrupción son sus víctimas favoritas. Lo mismo que el gasto excesivo en sueldos y prestaciones de la burocracia judicial que, como toda burocracia, tiende a reproducirse sin restricción y a acumular privilegios, en un fenómeno observado ya desde los tiempos de Max Weber.
Por ese activismo presidencial creció una corriente de opinión que alerta de “la toma de la Corte”, que pondría en peligro al equilibrio de poderes. Se trata de una lectura lineal, que omite la razón de fondo del sistema político diseñado para que un poder vigile y sirva de equilibrio a los otros. Respeto entre poderes se lee como ausencia de conflicto, cuando en una democracia viva la característica esencial es el conflicto, que nos habla de un nuevo arreglo político-social donde los viejos equilibrios (que favorecían a una clase) están siendo modificados. Ese proceso no puede ocurrir sin que salten chispas producto de un nuevo acomodo. Lo contrario sería una lectura ahistórica.
La renuncia de Eduardo Medina Mora puede interpretarse dentro de ese marco de cambio. Más allá de si se demuestra que incurrió en prácticas corruptas, fue un ministro funcional a los intereses que lo impulsaron. Consecuente con su historia y su discurso público llegó a la Corte a empujar una agenda conservadora, la misma que defendió cuando era procurador y objetó la despenalización del aborto en Ciudad de México.
Su salida representa un cambio en el equilibrio judicial que debilita al conservadurismo que hizo a la Corte, en el pasado, aliada de un sistema que exudaba corrupción.
Por eso hay también molestia entre los críticos cuando observan a un presidente de la Corte como Arturo Zaldívar, acostumbrado a la argumentación pública de sus causas y con una agenda social explícita, al servicio de las mayorías y no de las élites amparadas en la falsa neutralidad del derecho.
Situados en las antípodas en la vida pública, Medina Mora y Zaldívar representan una disputa profunda en la sociedad, en la cual no hay nada garantizado para nadie, donde los equilibrios pueden cambiar de repente. Contra quienes piensan que el equilibrio de poderes es una situación estática, hay que afirmar que no, que más bien es un proceso político y social dinámico y donde a cada paso puede haber sorpresas.
Benditos tiempos de cambio que nos permiten presenciar estos procesos.
La sacudida que el cambio provocó en las instituciones llegó también al Poder Judicial