Castigo divino
El mandatario poblano y los suyos seguramente sueñan con aquellos años cuando los gobernantes tenían el monopolio de la verdad y lo decidían todo, hasta la hora; pero la sociedad, al menos buena parte de ella, ha cambiado y cuenta con importantes oportuni
En la madrugada, el cartujo se levanta; ha dormido poco y mal, temeroso de la ira divina. Piensa en las palabras del mandatario poblano, Miguel Barbosa, el pasado miércoles en Huejotzingo, cuando al referirse a la elección de julio de 2018 dijo: “Yo gané. Me la robaron, pero los castigó Dios”. Nadie ignora el blanco de su comentario: la gobernadora Martha Érika Alonso y su esposo Rafael Moreno Valle, muertos cinco meses después, en diciembre, al desplomarse el helicóptero donde viajaban; con ellos murieron también los pilotos Roberto Coppe y Marco Antonio Tavera, cuyos pecados aún no han sido revelados por el sensible político de Morena.
Barbosa no se arrepiente de sus palabras, y a quienes le exigen disculparse les ha dicho: “Que se queden sentados. (…) mis expresiones fueron expresiones de cultura popular (…) que todos hemos tenido, fue una expresión de cultura popular que pegó en el corazón de la hipocresía del PAN, de la hipocresía y del corazón de la derecha”. También, seguramente, en el corazón de los familiares y amigos de la pareja.
En la cultura popular el castigo divino asume muchas formas, como bien lo sabe el gobernador Barbosa. Una de ellas es la muerte, otra la enfermedad. Para el pusilánime monje, cobarde ante el sufrimiento físico, una muerte rápida sería preferible a la pasmosa sentencia de lo incurable, a la paulatina corrupción del cuerpo —y en ocasiones del alma—. También en la Biblia aparece la enfermedad como un castigo, como se lee, por ejemplo, en el Salmo 38:2-3: “Porque tus saetas descendieron a mí, Y sobre mí ha caído tu mano. No hay sanidad en mi carne a causa de tu ira; Ni hay paz en mis huesos a causa de mi pecado”.
¿Cuáles son sus pecados, señor gobernador?
Impunidad declarativa
En el libro comentado la pasada homilía, El poder corrompe (Debate, 2019), de Gabriel Zaid, se incluye el ensayo “Impunidad declarativa”, publicado originalmente en abril de 2008 en la revista Contenido, de indudable actualidad en esta época de cotidianos arrebatos verbales, de injuriosa palabrería arrojada por todos los medios y a todas horas desde las alturas del poder, como si quienes tienen la sartén por el mango pudieran decir cualquier cosa —ofensas, calumnias, mentiras— sin mayores consecuencias.
Barbosa y los suyos seguramente sueñan con aquellos años cuando los gobernantes tenían el monopolio de la verdad y lo decidían todo, hasta la hora. Zaid recuerda: “En una sátira de otros tiempos, el presiente preguntaba: ‘¿Qué horas son?’ Y la respuesta era un milagro: ‘Las que usted diga, Señor Presidente’. Lo genial del chiste es que situaba el poder impune en su raíz: la definición de la realidad”.
Las afirmaciones arbitrarias desde el poder vuelven a estar de moda, pero la sociedad, al menos una buena parte de ella, ha cambiado, la mayoría de medios tradicionales tiene espacios para la crítica y los digitales, además, poseen grandes y vertiginosos recursos para conjurar el olvido. Existen —dice Zaid— oportunidades democráticas contra los monólogos de los poderosos. “Ahora es más fácil señalar la contradicción, la mentira, la ignorancia, la vacuidad y el golpe bajo. Y hay que hacerlo, en vez de limitarse a la irritación, el desánimo o la apatía que provoca el griterío de comerciales políticos. Si los declarantes no se toman en serio, la sociedad debe tomarlos en serio, hacerlos responsables de sus afirmaciones, cuestionarlas ante el reloj, hasta que aprendan qué horas son”.
En la prensa, en internet, en las redes sociales se debe confrontar a los poderosos. “Hay que exhibir las declaraciones abusivas. Lo hacen los columnistas políticos con buena memoria y buenos archivos”. Lo hacen quienes escriben cartas a las redacciones de los periódicos o publican blogs de denuncia, afirma el autor de El secreto de la fama. Para nadie es conveniente claudicar en esta materia, y menos aún ante la aplanadora de la 4T.
El lenguaraz
Claridoso y rotundo, así calificó el monje a Miguel Barbosa en un texto de marzo de 2017. Fungía entonces como coordinador de los senadores del Partido de la Revolución Democrática y eran conocidos sus frecuentes cuestionamientos a Andrés Manuel López Obrador, presidente de Morena, a quien había llamado grosero, descortés, soberbio, simulador, exaltado, populista, responsable de la fragmentación de la izquierda. Por eso resultó sorpresiva su determinación de apoyarlo en su camino hacia la Presidencia de la República, aunque —decía Barbosa— no contemplaba militar en Morena.
Cuando el reportero Misael Zavala, de El Universal, lo cuestionó al respecto, pidiéndole explicar los motivos tanto de sus críticas como de su reciente apoyo al tabasqueño, Barbosa dijo: “Soy analista político. Para tomar decisiones en política hay que hacer análisis y yo lo hago. Cuando tuve opiniones sobre López Obrador, fueron irrespetuosas, fueron políticas y no me voy a retractar, pero en este momento es el único que puede impedir que se siga gobernando desde el PRI y desde el PAN, y por eso estoy con él”.
Barbosa sostiene sus palabras, aunque sean insensibles e irrespetuosas, así es él, así son muchos en ese partido donde nadie se asume “ambicioso vulgar”, pero son capaces de todo en la lucha por el poder.
Queridos cinco lectores, bajo el cielo azul de Metepec, Estado de México, y el recuerdo extraordinario de Casa de la Troje, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.