Milenio

José Andrés

- HÉCTOR RIVERA

Muchos no sabían quién es el chef José Andrés hasta que hace cuatro años se enfrentó a Donald Trump. El cocinero no le tuvo miedo ni demasiado respeto a un tipo que se empeña en hacer suyo el panorama mundial como un macho dominante. Estaba entonces por abrir un restorán en un lujoso hotel del magnate en Washington, que comenzaba a su vez una pintoresca carrera política que lo condujo hasta el pantano en el que se encuentra ahora.

A José Andrés le cayó muy mal que Trump irrumpiera en el mundo de la política amparándos­e en un violento discurso antimexica­no. Eran los días en que Trump gritoneaba por todos lados que los migrantes mexicanos eran una banda de violadores, asesinos y narcotrafi­cantes. Llevado por el enojo, el chef decidió cancelar el contrato que lo hacía socio del magnate y se negó a abrir el restorán. El pleito legal que no se hizo esperar fue tan enconado que Trump debió acudir personalme­nte a declarar ante la corte. Millones de dólares estuvieron en juego en un proceso que el cocinero propuso dar por terminando donando los beneficios a una ONG. Al final las partes llegaron a un acuerdo, pero José Andrés salió ganando sobre todo en términos de reputación.

No es solo su pleito con

Trump lo que le ha dado celebridad en buena parte del mundo. Tampoco su cadena de exitosos restoranes, ni su tino al elegir los ingredient­es de su cocina, ni sus sabrosas recetas. De hecho, José Andrés es conocido, respetado y admirado por muchos por su activa militancia a favor de los hambriento­s, de los necesitado­s, de quienes han caído en desgracia. Y no es que lo animen las carencias sufridas en la infancia ni las tragedias que se habrían posado sobre su existencia. Para nada. No tuvo ni de lejos una historia de miseria detrás.

De origen asturiano, se metió desde muy pequeño a las cocinas. En su juventud cursó estudios profesiona­les mientras trabajaba en El Bulli del famoso Ferran Adrià. A los 21 emigró a Estados Unidos y se estableció en Washington, donde echó a andar sus restoranes, en los que se sirve sobre todo comida latina y española. Ahora, a sus 50, el chef tiene la nacionalid­ad estadunide­nse desde hace seis años y 23 de trayectori­a.

Tiene también detrás una historia de solidarida­d con los necesitado­s que lo llevó a la lista de candidatos al Premio Nobel de la Paz. No lo ganó, pero muchos le agradecemo­s los 100 mil servicios de alimentos que personalme­nte llevó hace poco a los damnificad­os del huracán Dorian en Bahamas, los 2 millones de comidas que repartió entre los necesitado­s de Puerto Rico. Arroz con pollo, tortillas españolas, paella o carne guisada, preparados con talento culinario y con mucho cariño. Y así, cada vez que se necesita por alguna desgracia climática o política.

No se entienden las razones que le quitaron el reconocimi­ento de las manos, pero de que merecía el Nobel no cabe la menor duda.

Respetado y admirado por su activa militancia a favor de quienes han caído en desgracia

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