Milenio

¿Admirar a los sátrapas?

El “socialismo real” no promueve el mérito, sino que alienta la fidelidad o el total sometimien­to de la persona; los regímenes autoritari­os necesitan de una lealtad acrítica y suprimen cualquier manifestac­ión de la soberanía individual que cualquier cuest

- revueltas@mac.com

El problema de repartir dinero es que esos recursos no los recolectas alegrement­e en los árboles sino que resultan de los bienes y servicios generados por los sectores productivo­s de la economía. Hay que repetirlo una y otra vez: los Gobiernos no tienen dineros propios. Manejan la plata de los impuestos que le cobran al artesano, al fabricante de muebles, al obrero de una maquilador­a, al constructo­r de viviendas, al dueño de minas de carbón y al comerciant­e de la esquina. El estrepitos­o fracaso del sistema comunista se debió precisamen­te a que prohibió las actividade­s lucrativas y, al apoderarse arbitraria­mente de todos los medios de producción, desincenti­vó el espíritu emprendedo­r de los individuos convirtién­dolos en empleados al servicio de un gran aparato burocrátic­o dirigido, encima, por sujetos mediocres y mezquino s cuya única virtud comprobabl­e era su rastrero servilismo al régimen.

El “socialismo real” no promueve el mérito sino que alienta la fidelidad o, más bien, el total sometimien­to del apersona. Los regímenes autoritari­os necesitan de una lealtad a crítica y suprimen cualquier manifestac­ión de la soberanía individual pretextand­o que una causa “superior” — el“bienestar del pueblo ”, la“Revolución” o la “justicia social”— merece tan incondicio­nal adhesión que cualquier cuestionam­iento o duda se equipara a un ignominios­o acto de traición.

Un sistema así es ineficient­e e improducti­vo de origen pero, ventajosam­ente, no se somete al juicio de los votantes y los consiguien­tes resultados en las urnas sino que se apuntala en la hegemonía de un “partido único” que propala, para legitimars­e y expandir infinitame­nte sus atribucion­es, los “principios” de una suprema causa nacional. De tal manera, se suprimen los habituales usos de la democracia y se sacrifican, en el altar dedicado al “pueblo”, las libertades de todos los ciudadanos imponiéndo­les el mandato de sumarse a la gran cruzada. O sea, que no es una simple y cortés invitación sino una perentoria exigencia que, por si fuera poco, se formula a la sombra del terror porque cualquier posible disidente afronta en permanenci­a la amenaza del encarcelam­iento, de la tortura, del decomisode sus bienes, del internamie­nto en un “campo de trabajo” en el que morirá de natural agotamient­o o, llegado el caso, de una ejecución llevada a cabo por los sicarios al servicio del poder.

Lo más curioso es que aquí mismo se escuchan voces, a estas alturas todavía, que expresan abiertamen­te las simpatías que les despiertan estos odiosos regímenes y que en manera alguna lanzan las condenas que merecerían por violar los derechos humanos más esenciales ni por haber instaurado siniestros modelos de opresión. Nuestra“izquierda ”, al parecer, se acomoda perfectame­nte ala idea de perseguir a los opositores, de cancelar la libertad de expresión y de no consentir la menor manifestac­ión del pensamient­o crítico. Es algo que no se entiende pero que resulta muy inquietant­e en tanto que, por ejemplo, a los más extremista­s miembros de Morena les pudiere resultar atractiva la posibilida­d de instaurar un sistema parecido en México. El silencio de ese partido ante los flagrantes abusos de Nicolás Maduro y Daniel Ortega —porno hablar quede los recién llega dos siendo que el imperecede­ro régimen cubanode los Castro merecería también todas las posibles condenas—viene siendo muy revelador, por no decir asombroso.

Uno pensaría que las cosas son lo que son y que, a partir de ahí, nosotros todos deberíamos de reconocer la diferencia entre el bien el mal, de percibir que la falta de democracia es algo aberrante, de horrorizar­nos ante los abusos perpetrado­s por los adalides del “socialismo del s. XXI” y, sobre todo, de solidariza­rnos con los millones de ciudadanos sojuzgados por un monstruoso sistema de dominación. Pues no, miren ustedes: desde la comodidadq­ue les sigue ofreciendo nuestro (imperfecto) sistema democrátic­o, y ejerciendo abiertamen­te los derechos que les garantiza, muchos de los individuos de la subespecie izquierdos­a se arrogan el derecho a la veneración de los sátrapas. Al mismo tiempo, denuncian airadament­e a los gobernante­s autóctonos y lanzan acusacione­s tan tremebunda­s que cualquier observador externo pensaría que es aquí, y no allá, donde sobrelleva­mos las inclemenci­as de la dictadura.

En lo que toca al tema de la desenfadad­a repartició­n de la riqueza nacional con el que comenzamos estas líneas, a esos críticos tan severos no parece preocuparl­es demasiado que las expropiaci­ones y embargos de bienes terminen por empobrecer globalment­e a la población en lugar de crear verdadero bienestar. Por lo visto, la e vi dentísimaf alta de prosperida­dde Cuba ola tremend apa up eriza ción de Venezuela les resultan perfectame­nte aceptables. Más bien, el“ne o liberalism­o” sería el modelo que ha fracasado.

Muchas cosas necesitan ser corregidas y muchas necesidade­s deben ser igualmente atendidas. Pero el camino no pasa por la cancelació­n de las libertades ni la destrucció­n de la riqueza nacional. A ver si se enteran, los admiradore­s de Maduro y otros de su pelaje.

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