¿Admirar a los sátrapas?
El “socialismo real” no promueve el mérito, sino que alienta la fidelidad o el total sometimiento de la persona; los regímenes autoritarios necesitan de una lealtad acrítica y suprimen cualquier manifestación de la soberanía individual que cualquier cuest
El problema de repartir dinero es que esos recursos no los recolectas alegremente en los árboles sino que resultan de los bienes y servicios generados por los sectores productivos de la economía. Hay que repetirlo una y otra vez: los Gobiernos no tienen dineros propios. Manejan la plata de los impuestos que le cobran al artesano, al fabricante de muebles, al obrero de una maquiladora, al constructor de viviendas, al dueño de minas de carbón y al comerciante de la esquina. El estrepitoso fracaso del sistema comunista se debió precisamente a que prohibió las actividades lucrativas y, al apoderarse arbitrariamente de todos los medios de producción, desincentivó el espíritu emprendedor de los individuos convirtiéndolos en empleados al servicio de un gran aparato burocrático dirigido, encima, por sujetos mediocres y mezquino s cuya única virtud comprobable era su rastrero servilismo al régimen.
El “socialismo real” no promueve el mérito sino que alienta la fidelidad o, más bien, el total sometimiento del apersona. Los regímenes autoritarios necesitan de una lealtad a crítica y suprimen cualquier manifestación de la soberanía individual pretextando que una causa “superior” — el“bienestar del pueblo ”, la“Revolución” o la “justicia social”— merece tan incondicional adhesión que cualquier cuestionamiento o duda se equipara a un ignominioso acto de traición.
Un sistema así es ineficiente e improductivo de origen pero, ventajosamente, no se somete al juicio de los votantes y los consiguientes resultados en las urnas sino que se apuntala en la hegemonía de un “partido único” que propala, para legitimarse y expandir infinitamente sus atribuciones, los “principios” de una suprema causa nacional. De tal manera, se suprimen los habituales usos de la democracia y se sacrifican, en el altar dedicado al “pueblo”, las libertades de todos los ciudadanos imponiéndoles el mandato de sumarse a la gran cruzada. O sea, que no es una simple y cortés invitación sino una perentoria exigencia que, por si fuera poco, se formula a la sombra del terror porque cualquier posible disidente afronta en permanencia la amenaza del encarcelamiento, de la tortura, del decomisode sus bienes, del internamiento en un “campo de trabajo” en el que morirá de natural agotamiento o, llegado el caso, de una ejecución llevada a cabo por los sicarios al servicio del poder.
Lo más curioso es que aquí mismo se escuchan voces, a estas alturas todavía, que expresan abiertamente las simpatías que les despiertan estos odiosos regímenes y que en manera alguna lanzan las condenas que merecerían por violar los derechos humanos más esenciales ni por haber instaurado siniestros modelos de opresión. Nuestra“izquierda ”, al parecer, se acomoda perfectamente ala idea de perseguir a los opositores, de cancelar la libertad de expresión y de no consentir la menor manifestación del pensamiento crítico. Es algo que no se entiende pero que resulta muy inquietante en tanto que, por ejemplo, a los más extremistas miembros de Morena les pudiere resultar atractiva la posibilidad de instaurar un sistema parecido en México. El silencio de ese partido ante los flagrantes abusos de Nicolás Maduro y Daniel Ortega —porno hablar quede los recién llega dos siendo que el imperecedero régimen cubanode los Castro merecería también todas las posibles condenas—viene siendo muy revelador, por no decir asombroso.
Uno pensaría que las cosas son lo que son y que, a partir de ahí, nosotros todos deberíamos de reconocer la diferencia entre el bien el mal, de percibir que la falta de democracia es algo aberrante, de horrorizarnos ante los abusos perpetrados por los adalides del “socialismo del s. XXI” y, sobre todo, de solidarizarnos con los millones de ciudadanos sojuzgados por un monstruoso sistema de dominación. Pues no, miren ustedes: desde la comodidadque les sigue ofreciendo nuestro (imperfecto) sistema democrático, y ejerciendo abiertamente los derechos que les garantiza, muchos de los individuos de la subespecie izquierdosa se arrogan el derecho a la veneración de los sátrapas. Al mismo tiempo, denuncian airadamente a los gobernantes autóctonos y lanzan acusaciones tan tremebundas que cualquier observador externo pensaría que es aquí, y no allá, donde sobrellevamos las inclemencias de la dictadura.
En lo que toca al tema de la desenfadada repartición de la riqueza nacional con el que comenzamos estas líneas, a esos críticos tan severos no parece preocuparles demasiado que las expropiaciones y embargos de bienes terminen por empobrecer globalmente a la población en lugar de crear verdadero bienestar. Por lo visto, la e vi dentísimaf alta de prosperidadde Cuba ola tremend apa up eriza ción de Venezuela les resultan perfectamente aceptables. Más bien, el“ne o liberalismo” sería el modelo que ha fracasado.
Muchas cosas necesitan ser corregidas y muchas necesidades deben ser igualmente atendidas. Pero el camino no pasa por la cancelación de las libertades ni la destrucción de la riqueza nacional. A ver si se enteran, los admiradores de Maduro y otros de su pelaje.