Nuestros enemigos imaginarios
El origen del “fraude” en México, de la corrupción, digamos, está localizado, de acuerdo con el punto de vista del presidente López Obrador, en el momento, indudablemente histórico, en el que Hernán Cortés “se autonombró alcalde”; así lo declaró textualmente hace unos días el presidente.
En esta declaración se da por hecho que no existía la corrupción en el México prehispánico y que nuestros ancestros aprendieron a defraudar en cuanto vieron cómo lo hacía Cortés, y lo aprendieron, parece, muy bien, incluso superaron al maestro, basta revisar los índices de fraude y corrupción que hay en España y compararlos con los que tenemos en México.
Si es verdad que Hernán Cortés fue el primer corrupto que hubo en México, más vale no decirlo, porque ¿en qué lugar quedamos los mexicanos que no supimos, como es muy evidente, rechazar ese vicio que nos enseñó el conquistador?
Echarle la culpa a Hernán Cortés de los vicios de la patria es muy fácil y además es ridículo; después de 500 años, con todo y su época colonial, lo que tenemos en México es el país que hemos hecho los mexicanos; de Hernán Cortés y de sus conquistadores no queda ya absolutamente nada, como no queda ni un triste gen del emperador Moctezuma II en sus descendientes, que aparecen cíclicamente apuntalando su desvarío en los medios de comunicación.
La declaración del presidente sobre el origen del “fraude” en México, tiene la misma naturaleza de aquella carta en la que se exigía al gobierno de España una disculpa por las tropelías cometidas, hace 500 años, ¡medio milenio!, por los conquistadores: los dos capítulos buscan resucitar un fantasma, dibujar un enemigo en el que el pueblo pueda descargar su frustración, un enemigo, por cierto, que no se da por enterado, porque en España la figura de Cortés es tan repelente como lo es aquí. Para la inmensa mayoría de los españoles, nuestros enemigos imaginarios, México es un país entrañable.
Ni el conquistador ni los españoles son responsables de los vicios mexicanos, yenestos tiempos de gresca trasatlántica no viene mal recordar las virtudes, que desde luego las tenía, Hernán Cortés, que ya apunté hace unos años en esta misma página. Hablar positivamente de Hernán Cortés, y también no hablar muy mal de él, es un acto temerario en México, y un acto casi absurdo en España, pero siempre puede hacerlo un francés, como Christian Duverger, que escribió una apasionante biografía del conquistador (Hernán Cortés, Taurus, 2005), rigurosamente anotada y contrastada con una cantidad apabullante de libros y documentos, que resulta sumamente convincente. Cortés era, además del macho brutal que ya todos conocemos, un hombre culto y sensible que no solo era partidario del mestizaje, sino que combatió toda su vida el proyecto del reino que era, grosso modo, exterminar a los indios y fundar en México una Nueva España literal, solo con habitantes españoles, un proyecto parecido al que dio origen a Estados Unidos. Cortés se opuso sistemáticamente a este proyecto, entendía que México tenía que ser un país independiente, no una colonia de España; según nos cuenta Duverger, cuando Cortés vio que el país alcanzaba una calma relativa, cuando estaba ya parcialmente organizado a la española, se vio tentado varias veces a cortar los lazos con el reino de España y a declarar la independencia de México. Ya en el año 1524, Cortés veía que México no necesitaba ni el gobierno ni la economía española; la religión le parecía importante, siempre y cuando se estableciera en términos sincréticos, es decir, preservando las creencias prehispánicas. Además, a esas alturas de la Conquista, Cortés ya se había amestizado, ya no era propiamente un español, al contrario, se negaba a aplicar, por ejemplo, las órdenes del rey Carlos V, que exigía que en la Nueva España tenía que implantarse la segregación racial y prohibirse los matrimonios mixtos; de hecho él personalmente incumplía los dos preceptos.
Mientras Cortés estuvo al mando, por citar otro ejemplo, la Santa Inquisición no pudo operar en México. Pero quizá el episodio más significativo, que matiza al soldado bestial y monocromático que en México y en España nos empeñamos en ver, es el de la fundación del Colegio de la Santa Cruz, en T late lolco, en el año 1536, durante la segunda estancia de Cortés en nuestro país, cuando el sentimiento ene les tablishmentd el reino en España, era que el conquistador, ese español re negado, pro indígena y sumamente problemático tendría que desaparecer. Finalmente el rey de España, por medio de sus virreyes, aniquiló aH ernán Cortés, le quitó sus propiedades, lo despojo de su poder político y lo orilló a regresar a España, donde murió suspirando por su amado país, que era México. En el Colegio de la Santa Cruz, que fundó Cortés con la ayuda de los franciscanos, se enseñaba exclusivamente en nahua yen latín, no en español, que era la lengua del reino.
No se entiende bien por qué el presidente, cuando habla de nuestro pasado español, se expresa con esa virulencia y ese resentimiento; lo único que queda claro es que se trata de un discurso inocuo en España y estéril en México, que solo enturbia esa conversación que tienen pendiente los dos países, y que nunca podrá producirse desde la provocación y la bravuconada.