Carlos Montemayor... a 10 años
Lo que en vida fue un anécdota, ahora, un decenio después, casi se ha convertido en leyenda. Se dice que Don Carlos, su padre, le ordenó un día que, a partir de ese momento, tenía que leer ciertas páginas del Quijote todas las tardes. El niño no lo hizo... y llegó la hora de la cena. Su progenitor inquirió en lo general y luego hizo preguntas específicas sobre la lectura. No hubo respuestas acordes y “ahí ardió Troya”. Al día siguiente, Carlitos, como seda, cumplió con la tarea y así cotidianamente. Pronto, la obligación se fue convirtiendo en gusto. En materia de vocación literaria, ahí empezó todo. A la manera de Sartre se puede decir que así transcurría la Infancia de un Jefe, allá en Parral.
Muchos años después, con estudios, experiencias y, sobre todo, obra, al ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua (1985), su antiguo maestro, Rubén Bonifaz Nuño, lo calificó acertadamente como un humanista: “sabedor de que el hombre es la medida de todas las cosas”.
Acababa de cumplir 38 años, era poseedor ya de una vasta, admirable y diversificada obra en las letras, se perfilaba como un eficaz organizador de empresas culturales, y ya estaba recibiendo, con mayor frecuencia, premios y distinciones. A esos dos distintos quehaceres, quizá sin sospecharlo, pronto se le sumaría el del activismo político. Su discurso recepcional en la Academia era ya un presagio: “la literatura es en sí acción política”.
En el primero de dichos quehaceres, las letras, Carlos comenzó a ser una figura cuando, a sus 24 años, obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por sus relatos reunidos en las Llaves de Urgel. A partir de ahí, casi frenéticamente, multiplicó su actividad, materializándola en libros, revistas, plaquettes, antologías. A la creación literaria le sumó la traducción de varios clásicos griegos y latinos. Daba conferencias, parecía incansable. Todo esto combinado con los gustos y tiempos de bon vivant, aquél que procura la charla, las tertulias y todo aquello que un escritor ‘serio’, pero envidioso, calificara de “perdedera de tiempo”. La pregunta de quienes le rodeaban era siempre la misma: “cómo le hace para hacer tantas cosas”.
Siempre apegado a la creación literaria, asume intensamente la actividad de profesor en la Unidad Azcapotzalco de la UAM, institución recién fundada. Tenía 28 años. Junto con ello se convirtió en responsable de la función cultural de esa Unidad. Integra un joven equipo de colaboradores, todos famosos hoy en día. Con ellos, impulsa las colecciones de libros, organiza coloquios y recitales, convoca a figuras nacionales y extranjeras. Toda esta actividad va a ser un ensayo para, tres años después, asumir en grande la fundación y desarrollo de la Dirección de Difusión Cultural de toda la UAM, confiada por el rector Fernando Salmerón. La intensa actividad que ahí desarrolla se nutre de una idea esencial: “la cultura es la parte más memorable y más frontal del acontecer universitario”. Se queda tres años en el puesto confiriéndole a la dependencia rasgos y estilos que hasta la fecha perduran.
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“COMENZÓ A SER UNA FIGURA CUANDO, A SUS 24 AÑOS, OBTUVO EL PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA”
Después de esa experiencia pareciera que quedó vacunado para no persistir en esas tareas, no obstante su éxito. Los que lo rodeaban predecían que estaba en una línea de ascenso y que pronto sería cabeza de Bellas Artes o del recién creado Conaculta. Estaban equivocados. Pareciera que algo alteró esa ruta. Así, vuelve con mayor ímpetu a la literatura; cultiva con gran fervor algunos de sus gustos artísticos, como la música, tanto el Bel Canto como algo del repertorio popular (María Grever).
Es un momento en que reaparece la participación política, que se le despertara en la preparatoria. Su literatura embona con el vaticinio que al ingresar a la Academia le había hecho Bonifaz Nuño: “Se sumerge en su historia que es la de su cultura”. Y esa cultura transitaba ahora de la antigüedad clásica a la geografía y su ser chihuahuenses. En 2003 publica Los hombres del Alba, título que extrae del gran poema de Efraín Huerta de 1944, para referirse a los protagonistas de la primera guerrilla de la segunda mitad del siglo XX. Continuó la temática con Guerra en el Paraíso, referente a Lucio Cabañas, culminando con Las mujeres del Alba (2010). En este último recupera los acontecimientos narrados siete años atrás, pero ahora con la visión de las madres e hijas de aquellos que un 23 de septiembre de 1965, con las armas en la mano, tuvieron la osadía de retar al Estado Mexicano. Mañana viernes se cumplen 10 años de su partida.