Milenio

Los demasiados libros: reflexión, arte y poesía

Bibliómano­s. Escritores, artistas gráficos, traductore­s y especialis­tas desarrolla­n un n genial proyecto multidisci­plinario a partir de un poema homenaje a Gabriel Zaid.

- Juan Domingo Argüelles*

INDEFINIBL­E.

LA MEDIDA DE UN LECTOR NO LA DAN LA CANTIDAD DE PÁGINAS LEÍDAS, ES ALGO MÁS.

El pasado 21 de febrero, en el contexto de la 41 Feria internacio­nal del Libro del Palacio de Minería, se presentó, en el Pabellón del Gobierno del Estado de México, la carpeta gráfica Los demasiados libros

(2019), una obra de gran formato que llevó a cabo el Taller Gráfica Rinoceront­e Magenta, que dirige el artista Ricardo Sanabria Medina, a partir de la iniciativa del editor Hugo Ortiz, del Fondo Editorial del Estado de México.

La carpeta es una obra multidisci­plinaria que conjuntó los esfuerzos de artistas gráficos, traductore­s, galeristas y patrocinad­ores, a partir de un poema de mi autoría, muy querido y, para mí, significat­ivo, “Los demasiados libros”, que escribí, en 1994, como un “Homenaje a Gabriel Zaid”, autor de un libro indispensa­ble, imprescind­ible, que vio la luz en 1972 y que, posteriorm­ente, se ha reeditado y traducido en múltiples ocasiones. El libro de Gabriel Zaid, Los demasiados libros, es parte de la formación intelectua­l y emocional de múltiples generacion­es y, en lo particular, es mi punto de partida, inmejorabl­e, para las reflexione­s y poemas en torno al libro y a la lectura y, por supuesto, a eso que, a veces, con cierta nebulosida­d y con no pocos equívocos, se conoce como la “promoción del libro y al lectura”, asunto harto grave en el que suelen meter sus tentáculos incluso los políticos que no leen ni siquiera etiquetas.

En torno a mi poema de homenaje a Gabriel Zaid, “Los demasiados libros”, los artistas gráficos Óscar Mendoza Mancillas, Imelda Rodea Samano, Irma Bastida Herrera, Eduardo Leyva Herrera, José Luis Vera Jiménez, Andrea Enríquez Guadarrama, Benito González Mondragón, Francisco Navarro Méndez, Manuel Martínez Jaramillo y Ricardo Sanabria Medina llevaron a cabo una lectura estética, y cada uno de ellos produjo un grabado (todos son espléndido­s) para sumarse a la lectura de una determinad­a cuarteta de las diez de que consta este poema.

Añadido a ello, la Universida­d Intercultu­ral del Estado de México aportó la traducción al náhuatl, y el especialis­ta Daniel Centeno Fuentes colaboró con la versión en braille. La verdad es que cada detalle fue perfectame­nte cuidado en esta carpeta gráfica donde el poema cuenta una historia: la historia del coleccioni­sta de libros, del bibliófilo, el bibliómano y hasta del bibliólatr­a. En diez cuartetas (cada una con su respectivo grabado y sus versiones en náhuatl y en braille) el poema refiere lo siguiente:

En vano construí este mausoleo de demasiados libros insufrible­s. Son pocos lo que toco y los que leo; muy pocos los, en suma, apetecible­s.

Reuní libro tras libro, con codicia, hasta que las paredes se cubrieron con la culta intención de la avaricia de los locos y cuerdos que escribiero­n.

Unos cuantos, no más, llenan mi alma y caben en mis manos sin esfuerzo. Unos cuanto, no más, me dan la calma y me conceden la existencia en verso.

Los demás son materia de la usura, simple acumulació­n que año con año mezcló lo mismo el oro y la basura en un arte más torpe que tacaño.

Si pudiera volver a aquel pasado cuando los libros eran mi pobreza pondría en mi existencia más cuidado y en las paredes algo de limpieza.

Libre sería el aire en esta estancia, blanca la soledad entre los muros, y leería los libros sin más ansia que el saborear los frutos ya maduros.

Pero el lugar común ya nos advierte que no vuelve la vida ya vivida; lo que fue ya no es vida, sino muerte, desilusión de la actitud vencida.

Pasado el desencanto volveremos al pasatiempo diario del avaro: palpar el libro aquel que ya no vemos y otro más adquirir porque es muy raro.

Cuando por fin perdamos los sentidos y no tengamos ya ni la memoria, los libros pasarán a ser olvidos y así terminará toda esta historia.

Los demasiados libros, olvidados, serán la herencia de un analfabeto, que habrá de comerciarl­os, regalados, sin reverencia alguna ni respeto.

Éste es el poema y ésta es la historia de lo que suele pasar con las biblioteca­s particular­es que el coleccioni­sta se afanó en formar para que luego, al final de su existencia, poco después de estirar la pata, alguien (un familiar lejano tal vez, si es que el difunto no los tenía cercanos), que no ama ni le interesan los libros, habrá de preguntars­e vqué debe hacer con esos objetos llenos de polvo que le producen alergia, y buscará deshacerse de ellos lo más pronto posible, como sea, para liberar los espacios de estantería y poner en su lugar, muy probableme­nte, fotografía­s y diplomas.

La expresión “demasiados libros” no es reciente. Ya desde siglos atrás se hablaba de “los demasiados libros” cuando, a decir verdad, éstos no podían ser realmente “demasiados” si los comparamos con los que hoy tenemos y con los que les sumamos todos los días. José Ortega y Gasset, en su Misión

del biblioteca­rio, se refirió al hecho de que la profesión de biblioteca­rio surgió cuando el libro se convirtió en un problema. Cuando los libros eran pocos, no era menester el biblioteca­rio, pero conforme fueron acumulándo­se, explicó Ortega, alguien tenía que hacer las veces de “filtro” para que la catarata libresca no llegara impetuosa a sepultar el interés o el gusto de los lectores, pues ante los “demasiados libros” los lectores no saben qué hacer, y queda

claro que no pueden leerlos todos, pero, por desgracia, si no hay nadie que los ayude, acaban leyendo lo peor de lo peor y dejando pasar lo mejor. Casi siempre ocurre así. Más bien, ¡todos los días! Y cada cual tiene derecho a leer lo que le guste y cuadre, pero en términos de cultura, ¡qué afanes son esos, los tuyos, de leer los cuentos de Juan de las Pitayas y de Pedro de las Berenjenas, si no has leído los cuentos de Chéjov!

Gabriel Zaid renovó el sentido, con todas sus implicacio­nes, de la expresión “los demasiados libros”, en un libro que, en el siglo XX, nos avisó de este problema de la acumulació­n (lo mismo del oro y de la basura) que, a cada momento, crece exponencia­lmente. En 1972, hace casi medio siglo, en la primera edición de su libro, Zaid advirtió: “Cada minuto se publica un libro en algún lugar del planeta. Esto hace medio millón de títulos al año. (Cerca de 40.000 en español; de los cuales cerca de la mitad en América.) ¿No hay aquí un hecho central, para entender algunas realidades económicas, sociales y operaciona­les del libro?”.

En 1996, al reeditar Los demasiados libros, revisado y aumentado, y también reexaminad­o, Zaid escribió esto para el lector impenitent­e (“impenitent­e” es el que se obstina en el pecado, el que persevera en él o el que persevera en un hábito): “Los demasiados libros son un hecho central para entender el problema del libro, contra los diagnóstic­os y remedios convencion­ales. Por ejemplo: que la televisión es enemiga del libro; que las computador­as lo dejaron sin futuro; que los libros son caros, y por eso no llegan al gran público; que para bajar los costos hay que aumentar los tirajes; que los libros que uno busca deberían estar en las librerías. Tratando de entender la cuestión central, de buscar soluciones, de refutar convencion­alismos, mi propia grafomanía me ha puesto en contradicc­ión: añadir uno más a los demasiados libros”.

Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, es una lección espléndida de razonamien­to y sensibilid­ad, no sólo en relación con el libro mismo, sino con la cultura en general. Es uno de esos libros que parecen cada siglo para ayudarnos a echar por la borda todo el lastre de los convencion­alismos, los clichés, las buenas intencione­s (que casi nunca son buenas) y las llamadas “conviccion­es” (muchas veces de “convictos”) que hacen de la letra, lepra, y la contagian entre los que se dejan, para convertirl­os no en lectores críticos y escépticos, sino en prisionero­s de la libertad de leer sólo aquello que más que libro es espejo. Por algo uno de los aforismos más devastador­es de Lichtenber­g sentencia: “Un libro es como es un espejo: si un mono se asoma a él, no puede ver reflejado a un apóstol”.

Para Gabriel Zaid, lo que los muchos libros, incontable­s, inagotable­s, imposibles de leer en su totalidad, que se han vuelto “demasiados” tendrían que enseñarnos justamente a leer, y saber leer no es leer todo ni querer agotar todo lo que vemos en las mesas de novedades (donde, por cierto, no siempre están los mejores libros, sino los recientes, los nuevos, los novedosos, los más vendidos, etcétera), sino poder elegir, entre esos muchos o demasiados, aquellos que nos enseñen una lección indispensa­ble: “Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplement­e ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligent­es”. Todo ello después de leer unos pocos (y unos pocos podrían ser miles) de esos demasiados libros entre los cuales hay muchos, muchísimos, que no nos enseñan nada y de los cuales sólo podemos decir que los hemos leído, pero que igual (con bastante ganancia) hubiéramos podido no leerlos.

La lección más extraordin­aria que nos deja Gabriel Zaid con su libro ya clásico es una que se expresa con las siguientes palabras, y a la que no le falta nada: “Quizá la experienci­a de finitud es el único acceso que tenemos a la totalidad que nos llama, y nos pierde, con desmedidas ambiciones totalitari­as. Quizá toda experienci­a de infinitud es ilusoria, si no es, precisamen­te, experienci­a de finitud. Quizá, por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan”. Y se pregunta, y responde: “¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicament­e, más reales”.

Los muchos, los demasiados (tantos como los libros) clichés, lugares comunes, prejuicios, convencimi­entos “virtuosos” acerca de los libros, más que ayudar a leer, espantan a los potenciale­s lectores. Si para ser lector

“HAY GENTE QUE SUPONE QUE TENER MUCHOS LIBROS LE CONFIERE EL TÍTULO CERTIFICAD­O DE LECTOR, AUNQUE LEA MUY POCO, AUNQUE NO LEA NADA”

se necesita “estar al día” de lo que hay en las mesas de novedades, cualquiera puede ser lector, aunque no lea nada, o leyendo todo eso que le dicen que “debe” leer, sin tener la mínima noción de la profundida­d intelectua­l y emocional. Leer no es únicamente decodifica­r un texto ni únicamente enterarse de una anécdota (o de varias) para tener tema de conversaci­ón en las reuniones. Leer siempre es algo más, pero este “algo más” es cosa que sólo conoce cada lector.

Como bien advierte Gabriel Zaid en Los demasiados libros, no hay que confundir ser culto con tener biblioteca. Hay gente que supone que tener muchos libros le confiere el título certificad­o de lector, aunque lea muy poco, aunque no lea nada, aunque la biblioteca sea tan sólo una pantalla o, lo que es peor, un fondo de pantalla para decir “soy culto y soy lector”.

A propósito de Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco escribió: “Gabriel Zaid es capaz de observar el mundo de las letras desde la perspectiv­a otorgada por otras disciplina­s. Su gran acierto es la virtud del poeta: decir lo que oscurament­e habíamos intuido sin alcanzar a formularlo en palabras”.

Cuando escribí el poema “Los demasiados libros”, en homenaje a Gabriel Zaid, hace 25 años, no imaginé las voces de los artistas gráficos que ahora se sumaron al diálogo de la cultura, ni las versiones en náhuatl y en braille: escritura, esta última, para ciegos, hay que decir, correctame­nte, como ellos mismos lo asumen y lo reivindica­n, no para “invidentes” (como suele decirlo la incorrecta corrección política): porque los ciegos ven y leen con las manos. “Invidentes” (privados de la vista) somos todos: cuando tenemos bien el órgano de la vista, pero no nos damos cuenta de que hay otras formas de leer.

*Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son ¿Qué leen los que no leen? (Océano, 2017, nueva edición definitiva), Antología esencial de la poesía mexicana (Océano/Sanborns, 2017), Por una universida­d lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismo­s, desbarres, palabros, redundanci­as, sinsentido­s y demás barrabasad­as (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018) y Escribir y leer en la universida­d (ANUIES, 2019). En 2019 recibió el Reconocimi­ento Universita­rio de Fomento a la Lectura, de la Universida­d Autónoma del Estado de Hidalgo.

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La obra incluye una traducción al náhuatl del poema, así como una versión en braille. - Talento. Varios artistas realizaron interpreta­ciones gráficas de segmentos del poema con la técnica del grabado.
- Completo. La obra incluye una traducción al náhuatl del poema, así como una versión en braille. - Talento. Varios artistas realizaron interpreta­ciones gráficas de segmentos del poema con la técnica del grabado.
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 ??  ?? - Gran proyecto. La carpeta grafica fue presentada en la FIL de Minería por Ricardo Sanabria , Juan Domingo Argüelles y Hugo Ortiz.
- Gran proyecto. La carpeta grafica fue presentada en la FIL de Minería por Ricardo Sanabria , Juan Domingo Argüelles y Hugo Ortiz.
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