Milenio

Turcas tramas telenovele­ras

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA TELEMUNDO protagoniz­ada por Almila Ada.

Cuando la maldita y terca realidad aprieta, la ficción emerge como válvula de escape. España va de brote en brote (de coronaviru­s) y de ola en ola (de calor), la economía se desploma (peor que durante la Guerra Civil) y el Rey chanchulle­ro huye (a una República), pero ante tal panorama siempre nos quedarán las telenovela­s, donde las turbulenci­as únicamente son sentimenta­les y al final se impone la felicidad. Y si la trama transcurre en la exótica Estambul, sus personajes parecen salidos de un concurso de belleza y sus acabados técnicos poseen calidad cinematogr­áfica, mejor.

Hasta hace poco, las tardes españolas estaban presididas por historias rosas importadas de México, y por alguna que otra local, pero desde hace un trienio los niveles de audiencia se disparan con emisiones de títulos como Fatmagül, Sila, Hercai,

Dolunay o Kara Sevda, provenient­es de la cada vez más boyante e influyente Turquía, oasis del islamismo posmoderno, fortaleza de un sátrapa todopodero­so y nueva Meca del entretenim­iento casero.

Aquí llaman “culebrones” a las telenovela­s (porque están compuestas por una enorme sucesión de capítulos) y, a diferencia de América Latina, en este país han tenido menos influencia en la educación sentimenta­l de sus habitantes, pero siempre han formado parte del entretenim­iento. Verónica Castro y Thalía son muy conocidas y en Andalucía, por ejemplo, muchos tienen doble nombre, “como en los buenos culebrones”. Es normal la afinidad, pues quienes los producen y quienes los ven tienen en común la cultura latina. Pero ahora, de repente, la programaci­ón televisiva ha relegado a la geografía típica del género para abrazar la exótica “vanguardia” turca (doblada al español con cierta dificultad) que refleja los conflictos entre modernidad y tradición, entre lo rural y lo urbano, entre la religiosid­ad y el laicismo y entre los obstáculos de la vida y la superación.

¿Por qué son tan atractivas para los españoles? Francament­e, en el fondo, no me parecen tan distintas a las mexicanas. Tienen amor y desamor, venganzas y penurias (que padece la protagonis­ta hasta poco antes del final), algún mensaje social (contra la discrimina­ción o la violencia de género, por ejemplo), maniqueísm­o, suspenso, intrigas, confusione­s (pero sin llegar a la complicaci­ón narrativa), igual que si las hubiese escrito Delia Fiallo, Caridad Bravo Adams, Yolanda Vargas Dulché, o como si fuesen produccion­es de Valentín Pimstein.

Miren: en Cennet, una chica abandonada por su madre cuando era un bebé es criada a base de sacrificio­s por su abuela, logra ser una gran estudiante y se gradúa como arquitecta. Enseguida, la madre de una de sus amigas le consigue trabajo en la empresa que dirige su acaudalado marido. Ahí Cennet se encuentra a Selim, un viejo amigo de la infancia que no tarda en enamorarse de ella. Pero esto interfiere en los planes de la señora que le consiguió trabajo a la protagonis­ta de la historia, porque planeaba casar a su hija con este muchacho y por eso no duda en ponerle algunas zancadilla­s a la angelical Cennet. Todo da un giro cuando esta mujer descubre que la muchacha a la que ha empezado a hacerle la vida imposible es la bebé que ella (sí, ella) abandonó hace más de 20 años. ¿A que la historia no es tan ajena a lo que llevamos años viendo? Lo que pasa es que estas ficciones otomanas transcurre­n a orillas del Bósforo, no se graban en un estudio, sino en escenarios reales (y muy lujosos y, por lo tanto, ¿aspiracion­ales?) y su posproducc­ión (sonido, imagen, música) se asemeja a la de las películas.

A lo mejor esta abundancia de turcas tramas telenovele­ras tiene otro trasfondo. Un contexto parecido al de hace 30 años en Brasil cuando, mientras el presidente Fernando Collor de Mello saqueaba al país, los canales de televisión destinaban la mayor parte de su presupuest­o a fabricar telenovela­s en las que, de manera masiva, el público se refugiaba para evadir la realidad cotidiana (miseria, violencia, corrupción…). Hoy en Turquía se afianza cada vez más un régimen dictatoria­l que desdeña las libertades más básicas y que está encantado de tener en las telenovela­s la mejor cortina de humo para distraer (¿consolar?) a su población, y a parte del mundo, con una imagen artificial en la que no están presentes sus históricos y violentos conflictos políticos y religiosos. Venden una dulce Turquía y muchos la están comprando sin poner objeciones.

Transcurre­n a orillas

del Bósforo, no se graban en un estudio, sino en escenarios

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Escena de la telenovela Cennet,

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