“El divorcio entre el argumento y la retórica simplista”
Vamos construyendo la sociedad del desprecio con el divorcio entre el argumento y la retórica simplista. A todos los niveles se repite el estancamiento en la edad de la irresponsabilidad: la legitimación de lo insensato a raíz de su expresión pública. La mezquindad ha resultado homogénea sin importar adherencias. Una vez que lo diminuto se admite tanto en gobiernos como en sus detractores visibles, queda esperar a que se extienda.
A pesar de su discurso, el actual decidió no ser un gobierno social. Optó por no gobernar los impulsos, a veces autodestructivos, de la sociedad. Aquí no es la polarización que se reza desde hace tiempo, sino la negación a diferenciar la calidad con popularidad.
Por un lado, la necesidad de enfrentar un cúmulo de crisis, propias o imponderables; por otro, el tribalismo político que invita al autoritarismo y a la extrema derecha. Sus manifestaciones también se pueden ver bajo la etiqueta de izquierda.
Pocos asuntos como la desaparición de un centenar de fideicomisos públicos para exhibir el estado de la razón en la vida política del país. El proceso alrededor de los fideicomisos, incluso por encima del desenlace, es suficientemente preocupante. Se aceptó el desprecio a las inquietudes de los afectados. Infinitas las certezas oficiales que aparentan escuchar. La simulación del diálogo ni siquiera alcanzó a eufemismo. Ni uno solo de los argumentos que se utilizaron en la eliminación resisten sus contradicciones. Se habló de opacidad para que la transparencia sólo sea vista con lo limitado de dioptrías específicas.
No hay demagogia eficaz sin el enaltecimiento de la mentira. La manipulación de emociones como estrategia de gobierno es ajena a las responsabilidades del Estado y destructora de cualquier asomo de sociedad. Palacio Nacional no busca sociedad, apela a las nociones abstractas de pueblo y decide quién forma parte de él. Élite son todos los demás. Tan amplio el uso de la palabra que ya no quiere decir nada. En su afán incita a que otros más se proclamen pueblo y compitan por la representación de la ausencia.
El sistema es eficaz: con el estancamiento de las opciones políticas se permiten un sinfín de opositores y no de oposición.
A todos los niveles se repite el estancamiento en la edad de la irresponsabilidad