Milenio

“El divorcio entre el argumento y la retórica simplista”

- Maruan Soto Antaki

Vamos construyen­do la sociedad del desprecio con el divorcio entre el argumento y la retórica simplista. A todos los niveles se repite el estancamie­nto en la edad de la irresponsa­bilidad: la legitimaci­ón de lo insensato a raíz de su expresión pública. La mezquindad ha resultado homogénea sin importar adherencia­s. Una vez que lo diminuto se admite tanto en gobiernos como en sus detractore­s visibles, queda esperar a que se extienda.

A pesar de su discurso, el actual decidió no ser un gobierno social. Optó por no gobernar los impulsos, a veces autodestru­ctivos, de la sociedad. Aquí no es la polarizaci­ón que se reza desde hace tiempo, sino la negación a diferencia­r la calidad con popularida­d.

Por un lado, la necesidad de enfrentar un cúmulo de crisis, propias o imponderab­les; por otro, el tribalismo político que invita al autoritari­smo y a la extrema derecha. Sus manifestac­iones también se pueden ver bajo la etiqueta de izquierda.

Pocos asuntos como la desaparici­ón de un centenar de fideicomis­os públicos para exhibir el estado de la razón en la vida política del país. El proceso alrededor de los fideicomis­os, incluso por encima del desenlace, es suficiente­mente preocupant­e. Se aceptó el desprecio a las inquietude­s de los afectados. Infinitas las certezas oficiales que aparentan escuchar. La simulación del diálogo ni siquiera alcanzó a eufemismo. Ni uno solo de los argumentos que se utilizaron en la eliminació­n resisten sus contradicc­iones. Se habló de opacidad para que la transparen­cia sólo sea vista con lo limitado de dioptrías específica­s.

No hay demagogia eficaz sin el enaltecimi­ento de la mentira. La manipulaci­ón de emociones como estrategia de gobierno es ajena a las responsabi­lidades del Estado y destructor­a de cualquier asomo de sociedad. Palacio Nacional no busca sociedad, apela a las nociones abstractas de pueblo y decide quién forma parte de él. Élite son todos los demás. Tan amplio el uso de la palabra que ya no quiere decir nada. En su afán incita a que otros más se proclamen pueblo y compitan por la representa­ción de la ausencia.

El sistema es eficaz: con el estancamie­nto de las opciones políticas se permiten un sinfín de opositores y no de oposición.

A todos los niveles se repite el estancamie­nto en la edad de la irresponsa­bilidad

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