Piedra de sacrificio /y II
Durante 29 minutos el fuego vino de todas partes —dos helicópteros, tanques ligeros, vehículos blindados— y provocó que soldados, agentes policiacos y francotiradores apostados en lo alto de un edificio se dispararan entre sí. Luego las descargas fueron intermitentes pero siguieron escuchándose hasta avanzada la noche.
El Leviatán del Estado llevó a cabo la matanza. Enfrentó a sus fuerzas emboscando al ejército, acción cuyas razones causales eran varias a la vez. El movimiento estudiantil había descolocado al gobierno exhibiendo su autoritarismo represor y agrupado en contra suya a miles de ciudadanos descontentos. La Guerra Fría recrudecía sus embates, y la primavera de Praga y el Mayo parisino hacían actuar a la CIA al consuno de altos políticos como el presidente o el secretario de Gobernación, serviles agentes de la misma, para frenar cualquier proceso democrático. Luis Echeverría, uno de los grandes villanos de la esperpéntica historia mexicana de los últimos años, montaría con otros funcionarios el criminal baño de sangre para obtener la presidencia de la república. Faltaban trece días para inaugurar la Olimpiada de México 68.
Sucedían cambios profundos en las mentalidades juveniles. La contracultura y sus mezclas orientales, la expansión mental a través de drogas psicodélicas, del rock y el cuerpo, las conductas antiautoritarias, no jerárquicas, de redes comunales opuestas a la cultura manipulante y propias de la cultura femenina de la participación, actitud contraria al dualismo materialista. También se iniciaban procesos tecnológicos y de concentración financiera, doctrinas neoliberales que cambiarían la faz de las cosas. Era una fecha axial, bisagra en las puertas del tiempo.
Las piedras sacrificiales hienden los portales de las épocas. La sangre propiciatoria erige muertos inolvidables para preservar el escueto recuerdo lapidario: dos de octubre no se olvida.
El movimiento estudiantil había descolocado al gobierno exhibiendo su autoritarismo