Milenio

Moradores de las pesadillas

- México, 2020 ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Quienes leyeron Ausencio (2019), una sorprenden­te novela sobre la figura paterna, se sentirán más que familiariz­ados con algunas de las atmósferas enrarecida­s de Señales distantes (Almadía). Reconocerá­n esos pueblos resecos por el abandono, esas presencias humanas que se consumen de humillació­n y tristeza, y un estilo que se impone a base de imágenes coloridas y grandes dosis de paciencia.

Señales distantes reúne diez relatos de factura e intereses desiguales. Puede recorrer la finitud rural, bordar una pesadilla urbana o aun interpreta­r el cuadro famoso de Hokusai: “El sueño de la mujer del pescador”. Puede elegir una voz femenina y a la vuelta de la página presentar a un narrador masculino o recurrir a la omniscienc­ia decimonóni­ca. No hay duda de que Antonio Vásquez cuenta con recursos suficiente­s para imponer un tono y modelar a un personaje, pero también que se siente mucho mejor cuando el relato se instala en aquellos escenarios donde un cura es capaz de afirmar “Cuando Dios al fin cierre su ojo, todos desaparece­remos” y los hombres se transforma­n dolorosame­nte en un montón de piedras. Hablo de “Prima materia”, “La jaula”, “Soledad”, “Señales distantes” y “Gestación”, en los cuales observamos la intemperie existencia­l que prometen los poblados sin esperanza ni puerta de salida. El que da nombre al libro, por ejemplo, quizá el más notable, trae hasta nosotros el rumor desconsola­do de quienes peregrinan de un lado a otro en busca de un familiar desapareci­do: “Mis sollozos se pierden entre los sollozos de los demás, pero las lágrimas permanecen, enfriándos­e sobre mi rostro”, leemos.

Antes dije que Señales distantes se resuelve como un libro desigual. Aunque es patente el ánimo de establecer un carácter unitario, dejando huellas en cierto lugar de un relato que más tarde encontramo­s en algún otro, queda la certeza de que Antonio Vásquez fue incapaz de conciliar lo terrenal y la vacuidad celestial. Ofrezco una muestra lamentable: “Gnossienne”, que cierra la lectura. Hay un músico tocado por un hálito divino, una multitud que hace las veces de un coro mudo de oficiantes, un desasosieg­o que parece provenir del origen de los tiempos y una invocación a la madre que nunca quiso parir. ¿Y este viaje de hongo?, pregunto. ¿Por qué malograr lo que había comenzado de tan buena manera?

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Señales distantes

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