“La reliquia no puede ser movida so pena de desintegración”
El abanico del penacho de Moctezuma se compone de más de 500 plumas asta de hermosos quetzales que debieron haberle costado al tlatoani una fortuna. La corona que las sostiene es un mosaico de colores hecho de otras plumas de aves tropicales, más pequeñas, adornadas por cuentas de oro cosidas con fibras de ixtle sobre un marco de caña.
Menos conocido es que el adorno, por siglos perdido, fue redescubierto como lo que es por una mujer, Zelia María Magdalena Nuttall, antropóloga de padre irlandés y madre mexicana nacida en San Francisco. Nuttall leyó lo publicado por el geólogo austriaco Ferdinand von Hochstetter, recién nombrado director del nuevo Museo de Historia Natural vienés, cuando éste encontró al penacho en 1878 en el castillo de Belvedere, en las afueras de Innsbruck, arrumbado en una caja junto a una mitra medieval. Hochstetter intuyó que en sus manos, apolillada y doblada, se encontraba una maravilla mesoamericana, a pesar de que el castillo lo había inventariado primero como un sombrero morisco y luego como un delantal indiano. El geólogo determinó que su tesoro no era ni una ni otra cosa, sino un estandarte de guerra.
Nuttall supo de inmediato que aquello era un penacho y, luego de lanzarse a verlo, publicó en 1888 una rectificación llamada “¿Estandarte o penacho? Ensayo histórico de una reliquia Mesoamericana”, mismo que fue ignorado por la comunidad científica. No zanjó el asunto hasta que, al año siguiente, decidió presentarse en una conferencia en París con una réplica sobre su cabeza. La antropóloga se mudaría a México en 1902, a una casa del siglo XVIII llamada Quinta Rosalía, luego casa de Alvarado, para dedicarse de lleno a rescatar nuestros tesoros del olvido.
Nadie sabe cómo llegó el objeto desde Tenochtitlán hasta Austria y, aunque la atribución es casi universal, menos si en efecto le perteneció o no a Moctezuma, quien en su imperial cabeza no solía usar penachos sino cintillos de oro. La mayor parte del botín llevado por Cortés a Europa fue perdido o destruido; quizá esta pieza en particular fue regalada por Cortés a Carlos I, quien a su vez se la obsequió al Papa y éste al archiduque Ferdinando de Austria. O quizá, como apunta Nutell, fue apañada por el conde Hannibal von Hohenems, diplomático austriaco destacamentado en España en el siglo XVI. Lo que no deja lugar a dudas es que el penacho no puede ser movido: el museo Etnográfico determinó hace 30 años que las vibraciones del viaje lo desintegrarían.
En 2011 Felipe Calderón ofreció a cambio de su préstamo la carroza de Maximiliano, y antes, en 1991, el gobierno de Salinas de Gortari exigió que fuera devuelto, como el Chamizal. Ahora es López Obrador quien quiere cubrirse de gloria abrevando del mejor indigenismo de estampita del viejo PRI xenófobo y nacionalista, el mismo que resopla ante las estatuas de Colón, le exige al papa pedir perdón por la conquista y quiere rebautizar el Zócalo como plaza de Tenochtitlán. Sospecho que, con o sin Beatriz, los austriacos le van a dar el mismo schnitzel que a sus antecesores.