Mystify (me)
Nunca fui devoto de INXS, más allá de escuchar los hits que adquirieron estatus de himnos del pop. Pero me dio curiosidad ver Mystify, el documental sobre la vida de Michael Hutchence, en parte porque me atrae mucho el tema del ascenso y caída de los grandes rockstars, casi como si se tratara de un pacto fáustico inherente a la profesión, salvo contadas excepciones que consiguen envejecer con relativa dignidad.
En su momento me enteré de su muerte en un concierto de U2 en el Foro Sol, cuando Bono la anunció con su habitual voz compungida y después cantó el estribillo de “Never Tear Us Apart”. De manera predecible, la intervención de Bono en Mystify es lamentable, primero cuando dice con su impostada voz de profeta bíblico que lo que más lo frustra es que Hutchence no se diera cuenta de la prodigiosa voz que tenía (¡como la mía!, le faltó añadir), y después cuando trata de convertir en una especie de epifanía mística un comentario que alguna vez le hiciera Hutchence sobre unos árboles de olivo que tenían más de 2 mil años de edad.
El documental presenta a Hutchence como una especie de ángel caído, alma generosa no equipada para los peligros de la fama, cuyo suicidio sería casi
El documental presenta a Hutchence como una especie de ángel caído, alma generosa
una consecuencia natural para una naturaleza tan afable como la suya. Sin embargo, en mi opinión no es solo que los testimonios del entorno exhiban la habitual idealización ante una muerte trágica, sino que la principal falsedad viene dada por lo que es la materia principal del documental: las grabaciones de su vida cotidiana que hiciera el propio Hutchence con su cámara, prefigurando de alguna manera el imperio del selfie y tik-tok que vivimos en la actualidad, donde se reemplaza lo que pudiéramos entender por vida por su versión editada y producida para el mundo exterior.
En el empeño tan asiduo de grabar horas de videos de apariencia casual y espontánea, incluyendo a menudo a sus parejas también famosas (Kylie Minogue entre ellas), en una especie de puesta en escena de amor romántico, Hutchence transita de persona a personaje hasta en momentos aparentemente intrascendentes. Quizá por eso no genera simpatía ni su humillación a manos de un cretino como Noel Gallagher, cuando al recibir de Hutchence un premio en los Brit Awards dice con fastidio: “Los que están acabados no deberían presentar un premio a quienes van a ser alguien”.
Y sin ningún empeño de moralizar, sino más bien casi en términos de karma, ¿cómo más que en un drama público con juicios de custodia incluidos podía terminar una relación donde Hutchence y la presentadora de televisión Paula Yates, entonces pareja y madre de dos hijas junto con Bob Geldof, prácticamente comenzaron su amorío frente a las cámaras de la televisión británica, prefigurando nuevamente los reality shows de celebridades, donde ahora parte abierta del espectáculo consiste precisamente en destruir vidas privadas para satisfacción del público? Vivir con un ojo puesto en la posteridad puede ser gratificante para el ego, pero entonces es casi un rito de pasaje asegurarse de morir espectacularmente, por ejemplo colgándose en una habitación de hotel con solo 37 años de edad.