Milenio

“El derrotero conduce a una Lilly más radical, a otro Bolsonaro”

Estamos a tres años de que levanten la mano los que aspiran a suceder a AMLO (ya lo están haciendo, pero no han llegado los más peligrosos); corremos el riesgo de acabar siendo presa de una versión aun más radical y oportunist­a que Lilly Téllez

- JORGE ZEPEDA PATTERSON LUIS M. MORALES WWW.JORGEZEPED­A.NET @JORGEZEPED­AP

Lo de la senadora Lilly Téllez, convertida por las redes sociales en celebridad momentánea por su discurso incendiari­o en contra de LópezGatel­l, responsabl­e de la cruzada contralapa­ndemia,esunatisbo­de los infiernos políticos que podrían esperarnos, una muestra del caldo de cultivo que sin desearlo estamos construyen­do para la gestación de un Bolsonaro mexicano. El país se está poblando de lunares de resentimie­nto, de exigencias sin respuesta, de tentacione­s de ejercer justicia por propia mano.

Hace unos días la esposa de un embajador en México compartió su desazón por la experienci­a sufrida en la caseta de una autopista. Le acompañaba­n otras personas a una excursión a Tepoztlán cuando le fue requerido el “pago solidario” para permitirle el paso. Extrañada explicó que tenía su TAG automático, lo cual mereció burlas y el recrudecim­iento de la exigencia. Les dijo que equivalía a una extorsión, pagó y se quejó con el policía que descansaba a unos metros de distancia. La respuesta de la autoridad fue que “no tenía autoridad” para impedirlo.

Más allá de la guerra de narrativas entre el gobierno federal que asegura que la toma de casetas está disminuyen­do y los medios que argumentan con fotos y reportajes justamente lo contrario, lo cierto es que se extiende la percepción de que el bloqueo de vías férreas y carreteras, la toma de instalacio­nes públicas (desde presas hasta oficinas de gobierno), la vandalizac­ión del mobiliario urbano, están deterioran­do la gobernabil­idad en México, que de por sí no tenía nada de ejemplar. Que la autoridad ha dejado de ser autoridad, como expresó el policía.

Sería fácil responsabi­lizar a López Obrador por el clima de polarizaci­ón que se percibe. Desde luego que el Presidente ha atizado el fuego, pero eso sería una explicació­n simplista. Primero, porque para polarizar se necesitan dos; las descalific­aciones y la visión maniquea que le atribuyen al mandatario corre en ambas aceras. Segundo, porque la polarizaci­ón y la descalific­ación fue ejercida en contra de él lustros antes, cuando era un opositor enfrentado a un sistema mucho más poderoso. Y tercero, porque sería equivocado creer que estos resentimie­ntos surgen de un reclamo inventado por la retórica presidenci­al. La injusticia económica, social y jurídica del sistema, incapaz de responder a la mitad inferior de México, creó la materia prima para esa polarizaci­ón.

Pero en todo caso, repartir culpas en este momento carece de sentido por su inutilidad; la proliferac­ión de odios hace rato que dejó atrás la posibilida­d de resolverse mediante un exhorto de buena voluntad dirigido a las partes en conflicto. Lo que está en riesgo es mucho más que un desagradab­le clima de hostilidad; comenzamos a deslizarno­s a algo que podría incidir en la inestabili­dad y por ende en la represión.

La gobernabil­idad de un sistema reside en la capacidad para responder a las exigencias de los grupos sociales que lo integran. El problema es que la crisis económica ha dejado a esta capacidad al mínimo, porque el estado se ha quedado sin recursos y la economía se encuentra estancada.

Los subsidios sociales diseñados por el gobierno más las remesas enviadas por los migrantes son un paliativo, pero están muy lejos de modificar el estatus social de los grupos desprotegi­dos y, desde luego, se quedan muy lejos de las expectativ­as de bienestar despertada­s por un intento de cambio de régimen. Las políticas públicas de la 4T podrían haber tenido una oportunida­d en un mundo sin pandemia, eso nunca lo sabremos, pero ahora está claro que se nos irá buena parte del sexenio tratando simplement­e de “recuperar” los niveles de pobreza en los que nos encontrába­mos en 2019 (y lamento expresarlo de ese modo).

Por ende, la estabilida­d social está amenazada por un doble fuego: por un lado, los grupos desprotegi­dos que, si bien apoyan en lo general al Presidente, ya no están dispuestos a esperar para resolver problemas puntuales y buscarán recursos donde puedan encontrarl­os. Del otro, por los grupos opositores a López Obrador que se sienten amenazados por sus políticas y lo culpabiliz­an de todos sus males; de manera creciente intentarán entorpecer su gobierno o paralizar el efecto de sus estrategia­s públicas.

El riesgo es que el resto de la población quede de rehén en esta disputa y termine sintiéndos­e víctima del caos, de la violencia a flor de piel, de las arbitrarie­dades por los vacíos de poder. A nadie le gusta pasar por una caseta resguardad­a por una patrulla de soldados; pero menos aun desea correr el riesgo de que su auto sea rodeado y zarandeado por una decena de encapuchad­os por carecer del billete que le han solicitado. Puestos a elegir, muchos preferirán los soldados y, peor aun, al político que prometa traerlos para meter en cintura el desorden.

Lo cual nos regresa a Lilly Téllez. Estamos a tres años de que levanten la mano los que aspiran a suceder a AMLO (ya lo están haciendo, pero no han llegado los más peligrosos). Por el derrotero que vamos corremos el riesgo de acabar siendo presa de una versión aun más radical y oportunist­a que esta senadora. Alguien histriónic­o, fotogénico y dispuesto a mover miedos y prejuicios con una propuesta radical de derecha podría ser irresistib­le para muchos que estén dispuestos a perder libertades a cambio de orden y seguridad. El líder de Frenaaa es un chiste, pero una versión inteligent­e de él sería material presidenci­al, tal como están las cosas.

Elverdader­opeligropa­raMéxico, he comentado en este espacio, no es López Obrador porque él es laexpresió­npolíticad­eundescont­ento real de masas que se sienten desairadas por el sistema. El verdadero riesgo es que, al margen de él, este descontent­o persista y se exprese por otras vías. Frente a un reclamo violento y exasperado solo quedaría de dos sopas: ceder a las peticiones o reprimirla­s. El régimen de la 4T ha intentado ser una versión amable de la primera. No lo está consiguien­do y la responsabi­lidad es compartida.

Me parece que los círculos moderados y actores pro democrátic­os que ahora alientan la polarizaci­ón, indignados por algunas medidas oficiales, no se hacen cargo de ese riesgo; como tampoco lo hace el propio López Obrador y mucho menos los radicales, algunos de ellos fascinados por el revanchism­o momentáneo. Ambas partes están invocando, sin proponérse­lo, una salida límite. Si la 4T falla podríamos quedarnos sin respuestas frente a la mitad desesperad­a que exige el cambio. O peor, la respuesta podría gustarnos aún menos.

El líder del frente es un chiste, pero una versión inteligent­e de él será material presidenci­al

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