¿Occidentales u “originarios”? ¡Qué dilema!
¿
Qué somos, oigan? ¿Mexicas imperialistas? ¿Mixtecos avasallados? ¿Bastardos de español? ¿Mestizos despreocupados? ¿Criollos arrogantes? ¿Latinoamericanos combativos?
Es que, digo, miras las imágenes del sujeto con taparrabos danzando delante del descabezado monumento a Colón y te preguntas qué tipo de reivindicación está escenificando: su indumentaria, ¿es la representación de alguna identidad nuestra que debiera ser glorificada por encima de las demás en tanto que encarna la soberana pureza de los “pueblos originarios”? El mero hecho de que le haya venido a la cabeza plantarse allí para ejecutar esas cabriolas luego de que las autoridades de la capital de todos los mexicanos retiraran la escultura del ilustrísimo explorador, ¿significa una suerte de revancha histórica? ¿Estamos acaso hablando del justiciero triunfo de la sufrida mexicanidad siendo, justamente, que el acto se desarrolla delante de unas vallas en las que se han pintarrajeado tremebundos cargos —“Colón asesino”,
“Colón genocida”— y que, además, el tema de que la estatua del almirante necesite ser restaurada parece que va a desembocar en algo así como una discusión colectiva —aderezada, me imagino, de la consabida consulta popular— para determinar si debe seguir allí, en su glorieta, o ya no?
Esto no es, por lo visto, un tema menor. Para nada: el mismísimo gobierno de Estados Unidos Mexicanos está embrollándose con los españoles y con los austriacos y con la Santa Sede porque necesita sentidas disculpas, 500 años después, de que los referidos ibéricos se hubieran aparecido aquí en plan conquistadores y de que la invasión se llevara bajo el signo de la cruz (lo de los vieneses es otra cosa: no son desagravios lo que exigimos sino la perentoria devolución de un penacho que tienen en un museo de allá).
La arremetida para que nos pidan humildemente perdón, más allá de los tesoros —plumajes, vasijas, códices y otros enseres prehispánicos— que faltan en el inventario de las reliquias nacionales, es un tanto extraña. Porque, miren ustedes, los mexicanos contemporáneos, aparte de que tenemos otros problemas, no somos exclusivamente “originarios” sino una rica mezcla de culturas. Por ahí, danzamos pop. Pero, claro, no lo hacemos en las pirámides.
Los mexicanos contemporáneos somos una mezcla de culturas