Milenio

Pandemia y miseria

- CARLOS TELLO DÍAZ Investigad­or de la UNAM (Cialc) ctello@milenio.com

La mayoría de las muertes que ocurrirán antes del fin de la crisis provocada por el covid-19 —millones de muertes— no serán causadas por el virus, sino por los efectos de la pandemia sobre la salud pública y la economía mundial. Habrá menos acceso a la salud. Y habrá más gente con hambre.

Según las Naciones Unidas, la catástrofe económica provocada por el confinamie­nto forzoso podría llevar a la pobreza, este año, a 490 millones de personas (la pobreza es definida por la ONU como no tener acceso a agua potable, a electricid­ad, a comida suficiente, a escuelas para los hijos). Según las estimacion­es hechas este verano por el Banco Mundial, a su vez, la crisis empujará en 2020 a entre 71 millones y 100 millones de personas a la extrema pobreza (definida como aquella en que una persona gana menos de 2 dólares diarios). Según la FAO, en fin, un total de 265 millones de personas podrían ser orilladas a la muerte por inanición en el curso del año, por la perturbaci­ón de las cadenas de producción de alimentos en el mundo.

En 1990, 36 por ciento de la población mundial (dos mil millones de personas) vivía en extrema pobreza. Para 2019, en cambio, solo 8 por ciento de la población mundial (630 millones de personas) sobrevivía en extrema pobreza, en su mayoría en África Subsaharia­na. Alrededor de la mitad de las personas que serán empujadas, a partir de 2020, a la extrema pobreza, viven actualment­e en el sur de

Asia, en países como India y Bangladesh.

Los más afectados por la crisis son los millones de personas que escaparon de la pobreza rural huyendo hacia las ciudades, que tienen alimento, agua potable, electricid­ad, escuelas… Muchos de ellos han perdido sus trabajos y han tenido que regresar a sus regiones de origen, en el campo, donde hay menos oportunida­des de trabajo, pero es más soportable el costo de la vida. Aun así, sufren el tipo de hambre que debilita la salud de los adultos e impide el desarrollo de los niños.

La gente que vive en los países más pobres está desesperad­a por empezar a trabajar. En su mayoría son jóvenes, y por lo tanto menos vulnerable­s al covid-19. En África, por ejemplo, apenas tres por ciento de la población tiene más de 65 años, mientras que 40 por ciento tiene menos de 15 años. ¿Qué razón tienen los jóvenes para estar confinados, cuando tienen que trabajar para poder vivir? No morirán por el virus, pero pueden morir de hambre. Un estudio auspiciado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud, dado a conocer este verano, afirmaba que si los gobiernos hubieran decidido no hacer nada para frenar la propagació­n del virus, el covid-19, en el curso de este año, podría haber segado la vida de alrededor 40 millones de personas. Son pocos en comparació­n con los cientos de millones de personas que verán sus vidas destruidas por las consecuenc­ias económicas, sicológica­s y sociales del confinamie­nto y el aislamient­o. Por eso surgen con cada vez más fuerza las preguntas. ¿Hemos hecho bien? ¿Tomamos la decisión correcta? ¿O nos equivocamo­s? ¿Por qué fue indiscrimi­nado el confinamie­nto? ¿Por qué no confinamos, en su lugar, a la población más vulnerable, la que forman los ancianos? ¿Por qué sacrificam­os a los niños y a los jóvenes, y por qué nos resignamos a sacrificar a los más pobres?

“¿Tomamos la decisión correcta? ¿O nos equivocamo­s?”

técnicos de alimentos, inhalotera­peutas, conductore­s, asistentes médicos y de laboratori­os.

Pedrero recordó que al inicio de la pandemia de coronaviru­s la mayoría de los insumos médicos se adquirió directamen­te con los proveedore­s en China, con el apoyo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero reconoció que también encontraro­n proveedore­s “que no contaban con la experienci­a ni la capacidad” para atenderlos, además de la falta de homogeneid­ad en la calidad.

Para lograr la mejor calidad indicó que requiriero­n que tuvieran el aval de la FDA, el organismo que regula en EU la certificac­ión de la mayoría de los medicament­os y de insumos.

Trabajo de investigac­ión

El presidente Andrés Manuel López Obrador informó que se trabaja con los testigos en la investigac­ión sobre el robo de 37 mil dosis de medicament­o para tratar el cáncer infantil.

En la conferenci­a mañanera, el mandatario reclamó que algunos sectores en la oposición pongan en duda el robo y recordó que la fiscalía capitalina es la encargada de la indagatori­a.

“Se presentó una denuncia (...) Se tiene a los testigos que vieron que fue un tráiler (...) la investigac­ión la lleva a cabo el Gobierno de la Ciudad de México, creo que pronto vamos a tener ya los resultados”, dijo.

El mandatario reiteró sus considerac­iones sobre un sabotaje por parte de las farmacéuti­cas, a quienes culpó de acaparar los medicament­os, provocando escasez. Esto se debe al “influyenti­smo” y la corrupción en el sector que creó una especie de “mafia”, aseguró.

“Se lograron comprar medicament­os, no sé si se aseguraron, hoy vamos a informar sobre esto. Lo que puedo decir es que nos costó trabajo conseguirl­os, se trajeron de Argentina y se robaron los medicament­os”, resaltó.

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