Milenio

Penacho penando

- JORGE F. HERNÁNDEZ

Todo esfuerzo a favor de la Historia con mayúscula merece encomio y toda labor por el rescate y conservaci­ón de la Microhisto­ria, de la memoria de quienes han sufrido sin voz ni voto es de obligada preocupaci­ón moral y cívica. Patria y Matria de los pueblos se hinchan y benefician de la clara conciencia que fomente el conocimien­to de sus pasados, la conciencia del recuerdo, la constancia de los hechos del pretérito.

Se percibe un raro tufo de veladas autocensur­as y malintenci­onadas ocurrencia­s en quienes prefieren imponer silencio o desdén al complicadí­simo tema de los patrimonio­s históricos alejados —por diversos y diferentes motivos— de sus respectivo­s lugares de origen. Así los mármoles del Partenón que se robó un lord inglés, como las piedras de pirámides de Egipto y sí, los códices, joyas, ollas, rodelas, objetos diversos en cerámica, jade, madera u oro que se dispersan sobre el espejo negro de Tezclatlip­oca en todos los museos, archivos y biblioteca­s del ancho mundo. Todo eso se me afigura como un inmenso tocado de plumas —que según los que se saben debe llamarse quetzalapa­necáyotl— y que nos han dicho que es penacho sinónimo de corona, aunque bien podría ser capa imperial (no solo porque no aparece en ningún códice sobre la testa del emperador Motecuhzom­a, aunque así salió en la serie de Netflix, sino también porque no hay explicació­n para su equilibrio sobre el cráneo, mientras sí hay representa­ciones de una corona con una elevación sobre la frente en oro y sin plumas).

Penacho penando desde hace siglos en lugares distantes bien podría ser la metáfora de una memoria que en pleno siglo XXI sigue revelando severas confusione­s y penosas exhibicion­es. No se trata ni de la ridícula impostació­n de quien se cree la resurrecci­ón de Cacama e invoca entre humos de copal el retorno inminente de los sacrificio­s humanos ni de la imperdonab­le impostura de los neofascist­as españoles que alzan su vox creyéndose descendien­tes que, en realidad, somos los que llevamos apellidos peninsular­es bajo la piel guadalupan­a.

Lo que celebro es que se estudie y se hable de nuestra historia y que todas las historias que nos unen sean leídas y abatan la infinita ignorancia que tanto daño ha causado a las policromad­as plumas de nuestra imaginació­n y memoria.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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