Contra Sánchez vivíamos mejor
L a pandemia hace con los países lo que el alcohol con los tímidos. No los cambia, solo los desinhibe. De Alemania extrae eficiencia, de Francia un presidente bonapartista, de Reino Unido jornadas de flemático parlamentarismo, de Trump un cowboy de frontera y de España, naturalmente, la guerra civil y autoritarismo. La especialidad de la casa.
Cuentan los cronistas supersticiosos que Franco no salió solo de la tumba en que había yacido cuatro décadas. Con ese cadáver, obsesivamente invocado por sus impuntuales enemigos, emergió también la podredumbre política que sepultaba una losa de 1.500 kilos, al modo en que Tutankamón esparció su maldición bacteriológica entre los arqueólogos que vinieron a importunar su descanso de siglos. Los trabajos de exhumación removieron miasmas totalitarios –y un virus misterioso echaba a andar en Wuhan– que se alzaron, flotaron unos segundos en el aire de la sierra y aterrizaron sobre Lola Delgado, que es la que estaba más cerca. Esta hipótesis mágica explicaría el asombroso caso de un Gobierno antifranquista que empieza a ponernos todo perdido de franquismo sin haber ganado aún la guerra del siglo XX que se propone ganar en el XXI.
Una cosa que le gustaba mucho a Franco era nombrar a los jueces. No buscaba el consenso de la oposición porque no existía la oposición, como no existe hoy para Sánchez, que sacó a Franco de la huesa no por odio sino por envidia, según va quedando demostrado. El franquismo se identificaba con «la parte sana de la nación» –un nacionalcatolicismo exento de comunistas, monárquicos y liberales– del mismo modo que el sanchismo se identifica con la parte «progresista» de las ocho naciones del Estado de Iceta no contaminadas por «la derecha, la extrema derecha, y la extrema extrema derecha», en memorable declaración de imparcialidad de la ministra de Justicia cuando era fiscal general o viceversa. Franco protegía a los buenos españoles contra la «conspiración judeomasónica» igual que Iglesias los protege de «los poderes oscuros». De los historiadores épicos de Falange nos rescatará Calvo mediante la estricta observancia de la épica inversa. Y del ideal de la española hacendosa de casta reputación pasamos, sin grandes alteraciones, a esa cuidadora que se empodera a medida que se tapa para que no la cosifiquen, siguiendo el camino de perfección predicado en el cenobio de sororidad donde ha profesado Irene Montero, «conservadora en lo sexual».
Haber nacido con Felipe en Moncloa me privó de la emoción de componer canción protesta. Nunca me importó. Me gustaba la comodidad de la democracia. Ahora toca volver a la conspiración, la melena y la guitarra, y mañana a aburrir a los nietos con la nostalgia de sentir que contra Sánchez vivíamos mejor.
La pandemia hace
con los países lo que el alcohol con los tímidos, solo
los deshinibe