Milenio

Contra Sánchez vivíamos mejor

- JORGE BUSTOS

L a pandemia hace con los países lo que el alcohol con los tímidos. No los cambia, solo los desinhibe. De Alemania extrae eficiencia, de Francia un presidente bonapartis­ta, de Reino Unido jornadas de flemático parlamenta­rismo, de Trump un cowboy de frontera y de España, naturalmen­te, la guerra civil y autoritari­smo. La especialid­ad de la casa.

Cuentan los cronistas superstici­osos que Franco no salió solo de la tumba en que había yacido cuatro décadas. Con ese cadáver, obsesivame­nte invocado por sus impuntuale­s enemigos, emergió también la podredumbr­e política que sepultaba una losa de 1.500 kilos, al modo en que Tutankamón esparció su maldición bacterioló­gica entre los arqueólogo­s que vinieron a importunar su descanso de siglos. Los trabajos de exhumación removieron miasmas totalitari­os –y un virus misterioso echaba a andar en Wuhan– que se alzaron, flotaron unos segundos en el aire de la sierra y aterrizaro­n sobre Lola Delgado, que es la que estaba más cerca. Esta hipótesis mágica explicaría el asombroso caso de un Gobierno antifranqu­ista que empieza a ponernos todo perdido de franquismo sin haber ganado aún la guerra del siglo XX que se propone ganar en el XXI.

Una cosa que le gustaba mucho a Franco era nombrar a los jueces. No buscaba el consenso de la oposición porque no existía la oposición, como no existe hoy para Sánchez, que sacó a Franco de la huesa no por odio sino por envidia, según va quedando demostrado. El franquismo se identifica­ba con «la parte sana de la nación» –un nacionalca­tolicismo exento de comunistas, monárquico­s y liberales– del mismo modo que el sanchismo se identifica con la parte «progresist­a» de las ocho naciones del Estado de Iceta no contaminad­as por «la derecha, la extrema derecha, y la extrema extrema derecha», en memorable declaració­n de imparciali­dad de la ministra de Justicia cuando era fiscal general o viceversa. Franco protegía a los buenos españoles contra la «conspiraci­ón judeomasón­ica» igual que Iglesias los protege de «los poderes oscuros». De los historiado­res épicos de Falange nos rescatará Calvo mediante la estricta observanci­a de la épica inversa. Y del ideal de la española hacendosa de casta reputación pasamos, sin grandes alteracion­es, a esa cuidadora que se empodera a medida que se tapa para que no la cosifiquen, siguiendo el camino de perfección predicado en el cenobio de sororidad donde ha profesado Irene Montero, «conservado­ra en lo sexual».

Haber nacido con Felipe en Moncloa me privó de la emoción de componer canción protesta. Nunca me importó. Me gustaba la comodidad de la democracia. Ahora toca volver a la conspiraci­ón, la melena y la guitarra, y mañana a aburrir a los nietos con la nostalgia de sentir que contra Sánchez vivíamos mejor.

La pandemia hace

con los países lo que el alcohol con los tímidos, solo

los deshinibe

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